miércoles, 5 de septiembre de 2012
Lecturas de la semana II. Lo que me traje (permanentemente) de la biblioteca
El gatotecario no te penaliza cuando te retrasas al devolver libros. Solo te mira con desprecio.
Hace algunos meses me encontré en la biblioteca con una agradable sorpresa: libros gratis. Bueno, por allí les llaman expurgos y se supone que corresponden a bajas que hacen en los catálogos, por aquello de ganar espacio. Aunque he vuelto a fijarme habitualmente en la entrada donde suelen ponerlos, no he tenido tanta suerte como esa vez, y estos dos son parte de los que me traje a casa. Eso sí, si a alguien le interesa una guía de casas de turismo rural de Extremadura del año 2005, la última semana ofrecían varias.
Brian Aldiss. Un mundo devastado. Ha sido uno de esos casos en los que el título, además de no tener nada que ver con el original (que era Earthworks), es bastante más directo y de paso, describe perfectamente lo que pasa en la historia. Sorprendentemente corto, con menos de 150 páginas, al autor le da tiempo de contar la historia principal, definir a un buen protagonista y sentar las bases del mundo apocalíptico en el que transcurre la historia. Porque, lejos de desastres nucleares, la situación de la tierra está al límite debido a la escasez de alimentos, sobre todo por la sobreexplotación de los cultivos: no queda tierra fértil, los animales se engordan con esteroides y los vegetales son regados y requeterregados con pesticidas para protegerlos. Vamos, que son muchos de los problemas de los que vienen avisando hace años, con la diferencia de que el libro es de los años 60, cuando empezaron a plantearse el problema de la ecología y los recursos. Ah, y también se nota que el final de la II Guerra mundial todavía estaba muy cercano, porque la descripción de los campos de trabajo es sospechosamente parecida a los que se habían organizado en los años 40.
En este sentido, es una novela muy de su época: las potencias tradicionales están bajo mínimos y las naciones de África aparecen como los nuevos países dominantes, cosa que también muchos estudiosos se llevan planteando desde hace varias décadas. En medio de todo esto, el protagonista es nada más y nada menos que un pobre pringado: tiene que vivir con una enfermedad que le provoca alucinaciones crónicas, de modo que muchas veces le cuesta saber lo que es real y lo que no, y por un accidente bastante bobo, acaba en medio de una conspiración que podría acabar con lo poco que queda del mundo en el que vive. Y si en un principio, desorienta un poco pasar de una situación lógica dentro de la historia, a otra completamente extraña (y aterradora para el protagonista), parece que era la intención del autor a la hora de diseñar así a su personaje principal: la primera vez desorienta, pero las siguientes, el lector ya se va planteando si lo que pasa es real o está solo en la cabeza del protagonista.
El resto de personajes van por el estilo: si el mundo que se describe está enfermo, todos ellos tienen también algún que otro problema crónico, y los que no, son una banda de fanáticos desesperados. Con este panorama, no es raro imaginarse que el final puede ser tan apocalíptico como el mundo que describe.
J. G. Ballard. La isla de cemento. Ballard es uno de esos escritores conocidísimos de los que hasta ahora, no había leído nada de nada. Al final pude solucionarlo, sin tener que devolverlo en un plazo (bueno, es cortito, no necesité más de tres días…Además, lo más probable es que lo regale).
Sin llegar a ser ciencia ficción típica, cuenta una historia de esas un tanto extrañas que recuerdan de un modo u otro a lo que podría haber escrito Kafka: un tipo tiene un accidente de coche, y queda aislado en un espacio de tierra entre varias autopistas. Debido a la situación del terraplen, y a la velocidad de los coches, es muy difícil que nadie llegue a verlo, por lo que empieza, durante varios días, a vivir como un náufrago en lo que él llama La Isla de cemento, donde no hay otra cosa que otros coches accidentados, restos de algunas construcciones, y dos personajes un tanto extraños: un vagabundo retrasado, y una mujer con un comportamiento completamente esquizofrénico. Y un poco hostiable, también. La situación del protagonista no le ayuda, ya que la falta de agua, y la fiebre causada por la infección de una herida hace que su cabeza empiece a funcionar como la de un Robinson Crusoe, planteándose la isla como una amenaza o incluso un estado mental que debe aceptar para salir de ella.
En muy pocas páginas construye un cuadro completamente agobiante, y sobre todo, extraño: aunque el lugar en el que se encuentra el protagonista no es muy extenso, ha encontrado desde cimientos de casas eduardianas, restos de un cementerio, un refugio antiaéreo y un lugar tan extraño como un cine abandonado en el que vive uno de los personajes.
La mayoría de la historia pasa al aire libre, pero la situación del protagonista y la imposibilidad de salir de la isla, pese a estar en plena civilización, hace que sea una novela completamente claustrofóbica y sobre todo, con mucho para pensar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario