domingo, 29 de mayo de 2011

Lecturas cienciaficcioneras II





Lo sabíamos: H. P. Lovecraft no mentía.




Una semana más, entre la biblioteca y préstamos interfamiliares, he dado cuenta de más novelas de ciencia ficción, que, como esto siga siendo habitual, van a acabar por necesitar su propia etiqueta en el blog.

Fredric Brown. Marciano, vete a casa. Otro clásico cienciaficcionero, y de los que más me ha gustado. El argumento, resumiendo un poco, habla de la súbita aparición de los marcianos, en su apariencia más típica (pequeñitos, verdes y cabezones) que no parecen tener otra intención con los terrícolas que tocarles las narices, y mucho. Porque los marcianos que se aparecen primero al protagonista, y después al resto de los humanos, son tremendament groseros, cotillas y maleducados. Y lo peor de todo, no solo no se pueden deshacer de ellos, sino que es imposible ejercer violencia física contra ellos. Los marcianos no solo suponen una molestia diaria sino el caos absoluto, ya que desaparece toda la literatura fantástica, los espectáculos televisados y los programas de radio, que los alienígenas interrumpen constantemente, con lo que las bolsas no tardan en desplomarse y se produce una crisis económica en la que el protagonista, escritor de ciencia ficción, tiene que buscar trabajo de lo que sea. Su historia se irá entremezclando con los distintos intentos de acabar con los marcianos, que van desde la ciencia hasta la magia, e incluso la filosofía, ya que el protagonista se pregunta a menudo si los marcianos no han sido creados por su propio subconsciente. La idea puede parecer un poco densa, pero en realidad está llevada con mucha gracia y orientada al lado más hilarante de la situación, como pueden ser el que los marcianos se enteren de todo, y que no duden en airear los trapos sucios de las personas a las que atormentan.



Edmund Cooper. Le jour des fous. De la misma quinta que El día de los trífidos, y con un argumento parecido (pero sin plantas amenazadoras de aspecto ridículo), Edmund Cooper cuenta una historia 100% de los sesenta: sin explicar gran cosa de ciencia, unas radiaciones solares raras comienzan a afectar a la población conduciéndolas al suicidio. Los únicos que parecen estar igual que siempre son los locos, o como comienzan a llamarse en la novela, transnormales, que acaban siendo los únicos supervivientes por lo que, en muy poco tiempo, y a falta de gente que trabaje, la civilización se va al cuerno. El libro sigue la vida del protagonista desde su primer y fallido intento de suicidio, hasta los últimos avances de las gentes que sobreviven, y en medio, y muy a vuelapluma, va narrando los distintos tipos de sociedades que se crean: desde una comunidad de vecinos basados en el "vive y deja vivir", hasta una especie de Inquisición que intenta acabar con la poca cordura que queda, hasta un sistema feudal y finalmente, una sociedad que ha superado la locura de los últimos decenios. El autor no se para gran cosa en ninguna de estas, más allá de mencionarlas, describirlas y contar lo que le sucede al protagonista con ellas, por lo que, teniendo en cuenta que sus propios miembros no están muy bien de lo suyo (esa es la gracia del libro), no durarían mucho. Teniendo en cuenta que el protagonista también está loco (aunque la contraportada diga lo contrario), su actitud en relación con otros personajes es un tanto extraña y a menudo, un poco psicótica, pero según van apareciendo el resto de personajes, se hace verdad el refrán de "otro vendrá que bueno me hará". En cuanto a estructura, me recordó muchísimo a El día de los trífidos, por lo que más allá de la doble lectura que pueda suponer todo el tema de la locura (y tratándose de una novela de entretnimiento, no es mucha), no resulta muy llamativo, salvo por el ser bastante más bestia que otras novelas postapocalípticas, o al menos, todo lo bestia que le podía permitir la censura en la época.

Como curiosidad, el libro estaba disponible en francés, publicado por una editorial belga en los setenta, en la biblioteca municipal, y me da la sensación de haber sido la primera persona que sacó al pobre Cooper a pasear en muchos años.

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