jueves, 17 de abril de 2025

El terror llama a su puerta (1986). Bros zombies del espacio exterior




Tengo que daros una noticia buena y una mala.
La buena es que los chicos están aquí…La mala,
Es que están muertos.
- Detective Ray Cameron

Antes de que Stranger Things generalizara la nostalgia de los ochenta para todos los públicos muchos teníamos en esa década, o más bien, en algunos aspectos, un lugar que echar en falta y al que volver de vez en cuando. El mejor remedio para el bajón de cualquier millenial mayor es una película de terror de serie B. la estética artesana, la realización más alocada y más falta de complejos que cualquier blockbuster, o el venir acompañada por los recuerdos del videoclub, de haber sido niños, de seguridad y en resumen, de volver a esa época donde no vivíamos con la sensación de que el cielo iba a caer sobre nuestras cabezas. Una búsqueda de nostalgia que no es exclusiva de esta generación: solo hace falta ver muchas producciones de hace cuarenta años para encontrar en ellas muchas referencias y también, esa nostalgia, de una década tan idealizada entonces como desprestigiada y un poco olvidada hoy: los cincuenta. Esta también puede encontrarse como homenaje en una serie B que no duda en tomar como inspiración aquellas producciones llenas de platillos volantes, monstruos y adolescentes en peligro.

Durante la semana de novatadas, en un campus universitario, dos estudiantes sin mucha suerte ni habilidades sociales intentan entrar en una fraternidad. La prueba que deben superar consiste en robar un cadáver de la escuela de medicina y depositarlo delante de la residencia de una hermandad rival. Una tarea bastante difícil e insalubre…pero que para Chris merece la pena si con eso consigue que se fije en él la chica más guapa del campus. Cuando el cadáver que a él y su a migo J. C consiguen, un cuerpo que parece criogenizado en uno de los laboratorios, parece tener vida propia, estos huyen despavoridos dejándolo atrás. Aunque este, de alguna forma, aparecerá, sin cabeza, en una residencia femenina. Desde este momento, convertidos en sospechosos ante la policía, y ganándose la enemistad de los miembros de la fraternidad a la que intentaban acceder, Chris y JC se darán cuenta que algo extraño está sucediendo en el campus: los cadáveres parece no querer quedarse quietos, unas extrañas babosas han sido vistas en los alrededores…pero al menos, la situación le ha servido a Chris para conseguir una cita con la chica que le gusta.


Fred  Dekker no ha tenido una carrera tan reconocible como otros de su  coetáneos, pero sí cuenta como director de esta Night of the Creeps, como se tituló originalmente,  Una pandilla alucinante (mi favorita pro encima de los Goonies en cuanto a  aventuras ochenteras. Los monstruos tiran mucho) y guionista de House. Y que en este caso, hace no solo un homenaje al cine de terror de los cincuenta sino también al contemporáneo.

Los primeros minutos, un prólogo en blanco y negro, es precisamente un guiño, muy efectivo, a esa cultura  con la que los cineastas habían crecido: el mismo campus,  la leyenda urbana del loco con el hacha, el peligro venido del espacio…que  servirá no solo como trasfondo  para la trama, sino como explicación  a una de las secuencia s que  precederán  lo que sucede en el desenlace. Además de servir para caracterizar a uno de los personajes, el detective Cameron, interpretado por Ray Atkins. Este, en su papel de policía atormentando  por su pasado, sirve de enlace con lo sucedido  previamente.  Un protagonista que contrasta, tanto  en edad y caracterización, con sus compañeros de reparto, que  interpretan  papeles de adolescentes bastante típicos donde el drama de ser un perdedor, según las normas de ese microcosmos tan extraño como son los campus de loas películas de los ochenta, se verá desplazado  por unos antagonistas bastante más aterradores.  Atkins,  la cara más conocida gracias a  Halloween  III o La niebla,  no solo interpreta a este detective resuelto, sino que es responsable de pronunciar uno de los  diálogos más  recordados de la película.


 En este caso, también recae sobre el  uno de los guiños: el cine moderno. Los personajes llevan apellidos tan reconocibles como el propio Cameron, Carpenter, Raimi o Cronemberg, pero las referencias no se quedan ahí, sino que se mantienen en el guion: las trama acerca de parásitos  alienígenas  desembocará en una situación propia del cine de zombies. Los cadáveres de los miembros de una fraternidad, mutilados en un accidente de tráfico, intentarán entrar en una residencia de forma muy similar a La noche de los muertos vivientes. Las criaturas que  los animan, con el tiempo, se convertirán también en una fuente de inspiración años después, siendo imposible no recordarlas al ver Slithers de James Gunn.

Aun con el componente terrorífico, con unos efectos especiales donde no escatiman la aparición de cadáveres, ni de babosas espaciales velocistas, también está presente el humor. Un rasgo  inseparable de muchas de estas serie s B donde lo improbable del  argumento y los medios escasos se suplían  con cierta actitud de no tomarse demasiado en serio, donde hasta el momento más inquietante tiene espacio para algún chiste. En este caso, aunque  en menor  presencia que otras películas, se mantiene gracias a la  premisa de un montón de universitarios zombies asolando una residencia, los dramitas sentimentales de sus protagonista (que pasa más de la mitad del metraje siendo insoportable, en comparación con su compañero, mucho más simpático), y sobre todo, la escena de ruptura entre la protagonista y su ex zombificado…hecho del que esta es incapaz de darse cuenta.


La película, con un ben ritmo, una mezcla de terror, ciencia ficción, frases memorables y humor, además de un final abierto que homenajea directamente a El regreso de los muertos vivientes, no  solo es una de esas series  B clásicas, una película que  recordar y volver  como sucede  Con Gran golpe en la pequeña  China, Waxworks o Noche de miedo, sino  que, hoy, años después,  provoca una sensación  muy peculiar de doble nostalgia:  por un lado, la nuestra, la de los zombies, la comedia y esos centros educativos que poco tienen que ver con nuestras facultades. Por otro, la que no conocimos, la de los cincuenta, los coches descomunales y las amenazas del espacio exterior.




jueves, 10 de abril de 2025

Laird Barron. The Beautiful Thing that Await us All. Puños y Primigenios



La sombra de Lovecraft sigue estando presente en el terror. Afortunadamente,  sin la necesidad de caer en el pastiche,  muchos autores conservan algo de este como primera influencia, quizá  transformado, diluido y reinterpretado por su propio estilo narrativo, y para qué negarlo, también por los cien años  de diferencia que  han pasado desde que Cthulhu  se asomara a la las páginas de Weird tales por primera vez. El horror cósmico, en nuestro siglo, varía mucho entre la visión pesimista de un Thoomas Ligotti, y la más humana, desesperadamente optimista, de John Langan. A veces, su influencia se  mezcla, de forma inesperada, con referencias tan lejanas como la novela de aventuras  o el noir.  Este sería el caso de Laird Barron,  quien aunque ha aparecido en alguna antología sobre los Mitos de Cthulhu (al menos, antes de enfadarse con S. T. Joshi), y en el que  el horror es una constante  presente en  toda su narrativa, esta ser caracteriza  por un enfoque más directo:  Lovecraft hablaba  de lo innombrable e inevitable. Barron, lo afronta de forma directa, describiendo esa situación hasta el final para unos personajes que no podían  ser más distintos a  los eruditos de Nueva Inglaterra: protagonistas que usan la violencia como recurso ante lo sobrenatural,  para los que el mundo ya era un lugar lo bastante hostil ante de  que apareciera lo extraño, y  para los que la supervivencia es algo innato.

Su primera novela, The Light is the Darkness, era una auténtica locura de Primigenios, memoria genética, experimentos científicos y espías que  se suavizaría un poco en the  Croning, mucho más centrada en el terror y donde   aparecían  La Vieja Sanguijuela y las criaturas que la sirven,  quienes serían  entidades recurrentes e en sus narraciones posteriores.  Varios relatos suyos aparecerían también en distintas antologías,  antes de ser recopilados en tomos de los que  The  Beautiful Thing that Await us All sería  una de las últimas, publicada en 2013.




Esta, compuesta por nueve relatos donde Barron  recrea distintas  épocas en las que los personajes se encuentran con todo tipo de situaciones anómalas. Un guía de caza presencia  aquello que se esconde en los  bosques de Blackwoods. Un matón de la mafia se infiltra en una ceremonia ocultista  buscando al asesino de su padre, para descubrir que solo es un peón en un juego mucho mayor. Un agente de la NSA guía involuntariamente  a un grupo de especializas al nido de unas criaturas más antiguas y más peligrosas que cualquier deidad conocida. Incluso una mujer, huyendo de su maltratador, encuentra en los bosques la manera de librarse de este, pero también de su humanidad.
A Barron no lo han publicado mucho en castellano. Salvo por El rito, allá por 2016 en Valdemar, y El hombre sin nombre, en La biblioteca de Carfax, sus antologías y novelas (aunque últimamente tiende más al thriller con la saga de Isaiah Coleridge. Eso sí, muy  pasado por su filtro de lo extraño) se han quedado en el idioma original. En sus relatos se aprecia tanto la influencia de Lovecraft como la de Jack London, de Chandler y de las lecturas que lo acompañaron durante sus primeros años...una época, sobreviviendo con su familia en algún lugar perdido de Alaska, participando en varias ocasiones en una carrera de trineos, casi tan extraordinaria para los lectores como lo que pudiera contar en sus libros.




Su estilo, más cercano  al hard boiled, desarrolla a menudo esa aproximación  para acabar derivando en el terror cósmico. En ellos, sus personajes son en su mayoría  gentes que viven en el límite,  tanto  de la legalidad, siendo  matones o delincuentes, como en lo personal:  gran parte de estos  llevan o han llevado a acabo trabajo s en terrenos hostiles, desde el mundo de la caza mayor hasta el de la seguridad nacional. Unos caracteres que a menudo rozan la sociopatía pero a los que, en muchos casos, es precisamente este rasgo el que les permite asomarse al otro lado, ver lo que hay  y regresar para contarlo. En ese sentido, el cosmos descrito por Barron es   solo una forma de reinterpretar esa parte oscura del ser humano. Y aunque este tenga  cierta preferencia por esos personajes límite no impide que  a lo largo de la antología, son más variados que este arquetipo:  entre mafiosos y agentes del gobierno a parecen también  profesoras retiradas o amas de casa, como en The  Redfield Girls o  The  Carrion  Gods in their Heavens. Estas,  aunque  provengan de un entorno más familiar que el resto de personajes, tienen en común con ellos un inesperado instinto de supervivencia, que les permite salvarse, al menos temporalmente. Y que en ambos casos, recuerda un poco  a la biografía de Barron, transitando siempre entre esos entornos familiares y aquellos más hostiles.

En este sentido, sus relatos, ese a la variación de escenarios, en los que recurre a entornos   como esos años  veinte más violentos que los descritos por Lovecraft, o una época actual que parece hostil incluso en los entornos más normales, se caracterizan por esa percepción muy personal.  Barron escribe un poco sobre el mundo que el conoce, sobre  escenarios que  parecen  siempre estar  al margen de lo normal o en el límite entre ambos mundos, reales pero muy distintos, y donde la respuesta primaria de luchar o huir puede ser la única oportunidad para  sobrevivir.

Este enfoque también se aprecia en los cuentos más distintos al resto de los incluidos en la colección: Vastarien es una narración en clave de humor negro de lo que se le podría pasar por la cabeza a alguien con el poder de un dios, además de una aproximación muy caótica a  un  posible  fin del mundo propio  de los Mitos de Cthulhu.  En More  Dark no solo aparecen varios escritores conocidos de este, sino que  también le lanza un dardo a  S. T. Joshi, además de  convertir a  Thomas Ligotti en un profeta del Apocalipsis. Un relato que se mueve entre el guiño, el humor negro, y que cierra la antología con algo todavía más difícil de creer que sus historias sobre criaturas del bosque:  la posibilidad de que Thomas Ligotti salga de su casa. no es  por nada pero me parece más probable la existencia de una entidad tan tremebunda como la Vieja Sanguijuela y su prole de cambiaformas, que esto último.

jueves, 3 de abril de 2025

Zothique (Clark Ashton Smith). Civilizaciones perdidas, decadencia y papel de pulpa

 


 El pulp es un género capaz de  provocar una sensación  bastante extraña de falsa nostalgia:   de la del tiempo que no se ha vivido, pero que por algún motivo, añoramos. Esa sensación   de que todavía  quedaban lugares d por descubrir, tanto en la geografía del planeta como en el espacio, la falta de prejuicios y de  cierta libertad creativa dentro de  las normas  pautadas para que un relato fuera adquirido y publicado por la revista correspondiente.  Pero estas historias, además de mirar en su mayoría, hacia adelante (y  de las que  nos ha llegado afortunadamente, solo lo bueno. Solo hace falta leer Los hombres topo  quieren  tus ojos de Valdemar  para comprender que no todo el campo de Weird Tales era orégano), eran capaces también, de recrear  un pasado mítico, tan improbable como cualquiera de los relatos ambientado en el siglo  XX y siguientes. .  La edad media, tan fantástica como poblada de  monstruos en la que la castellana  Jiriel de Joiry  vivía  sus aventuras surgidas de la imaginación de Catherine L. Moore.  El pasado, tan brutal  como admirable,  en el que  Robert E. Howard  escribió  sobre las hazañas de Solomon Kane, de Bran Mak Morn... Pero yendo, todavía más lejos, la Era Hiboria en la  que Conan  llegó a ser rey.  

Imposible hablar de l aliteratura pul y de Howard, sin  mencionar a H. P. Lovecraft, quien  vivió prácticamente sumergido en esa nostalgia por el mundo clásico, por la antigua Inglaterra... y  con ellos, el que sería uno de los escritores  cercanos a H. P. L.  cuya carrera literaria terminaría relativamente pronto, no por los motivos que cortarían en seco la de los dos primeros, sino por una deriva de sus intereses hacia las artes plásticas,  pero que durante esa década sería el autor de varios ciclos de relatos. Desde su aportación a los que posteriormente  se convertirían en los Mitos de Cthulhu, las historias ambientadas en el reino de Averoigne, hogar de druidas, vampiros y hechiceros...y el continente más antiguo,  uno ya olvidado hace milenios y del que  solo conoceremos lo que Smith escribió, formando   una serie de histerias oscuras, cuya atmósfera  fatalista sería muy distinta, y más retorcida, que  los héroes hiborios de Howard. 


Zothique, el continente perdido, un mundo muerto y enterrado hace milenios, es el hogar de nigromantes, reyes decadentes y princesas ambiciosas. Pero también de quienes olvidaron sus vidas pasadas como monarcas, de amantes condenados a la tragedia y de héroes. Cada uno, protagonista o villano de su propia historia, separado del resto por la distancia y o los siglos. Porque el eje central no son los héroes, cuya presencia solo es un instante en una historia olvidada, sino ese continente que 


Este es uno de los ciclos de relatos de Clark Ashton Smith. Conocido por formar parte del círculo de Lovecraft, el autor nacido en California desarrollaría un estilo con un mayor sentido de la estética, más descriptivo (en sus últimos años se centró más en la pintura y escultura), y más cuidado que Robert E. Howard, aunque compartiera con este y con H. P. L. el interés por ese mundo pretérito imaginario. El de Smith, en cambio, bien fuera el reino medieval de Averoigne o este Zothique, se centra en narraciones ambientadas en un lugar común y no en personajes recurrentes. En este caso, un continente desaparecido, donde la magia, especialmente la nigromancia, era algo real.

Los relatos de este ciclo se caracterizan por su estilo decadente, donde las atmósferas, detalladas y sobrecargadas son lo más importante. Todo tiene un aspecto lujoso, pero a menudo excesivo, y en muchos casos, decrépito. Desde una isla donde la tortura es una diversión, un reino gobernado por nigromantes y formado por súbditos muertos y reanimados, magos y adivinos cuyos descubrimientos, por error o codicia, son conducidos a un destino terrible. Muchos de estos relatos cuentan con cierta justicia poética donde sus personajes, villanos o carentes de moral, son castigados por un destino que ellos mismos han buscado. Una fatalidad que no siempre proporciona esta sensación de justicia: varios de sus cuentos se caracterizan por el tono trágico, el del inocente cuyo descubrimiento lo lleva a la infelicidad. Como es el caso de Xeethra, la historia que abre la antología y cuya naturaleza será muy distinta a el imperio de los nigromantes, la isla de los cangrejos o El jardín de Adompha.

Los relatos, aunque cuentan con un escenario común y un estilo similar, muestran una mayor variedad y en ocasiones, concesión al pulp, medio para el que fueron escritos. El abad negro de Rothuum e su una aventura clásica, de espada y brujería, con dos héroes cuestionables y una doncella a la que salvar. El dios de los muertos, además de aparecer una deidad que se utilizaría posteriormente para juegos y pastiches relacionados con los mitos de Cthulhu, supone un desenlace feliz para unos protagonistas que son poco más que testigo de la narración.

Pero todas, en su conjunto, tienen ese tono pausado, un estilo más interesado en la atmósfera que en la acción, y esa decadencia a la que Smith era aficionado, en el que sugiere más que muestra pero que es suficiente para que el lector pueda imaginar el mundo de Zothique. Toda una rareza para el pulp, mucho más caracterizado por el dinamismo y la simpleza, donde la acción era lo primero a la hora de atraer al público. Pero al cual, es gracias entender por qué Smith sería uno de los escritores lo bastante afortunados y dotados de talento, como para ser recordado.