Las dos distopías que han resumido el pasado siglo XX han sido 1984 y Un mundo feliz. De la primera puede decirse que la sombra del Gran hermano es alargada. Y su figura, así como la idea de una población sometida permanentemente a un estado de vigilancia por parte de un estado dictatorial (hoy sustituida por su equivalente corporativo. Debimos pensarlo mejor antes de aceptar esas cookies) ha prevalecido más allá de las primera intención de Orwell, donde reflejaba de forma despiadada los excesos del estalinismo y por extensión, de cualquier régimen totalitario. Un escenario que descartaba cualquier posibilidad de escapar, convirtiéndola en una esperanza vana y que aportaría a la imaginación popular conceptos como la policía del pensamiento, la neolengua o ese todo poderoso Gran hermano, cuya existencia es más un artículo de fe que un hecho probado.
Un novela que como toda distopía, aporta algo positivo, además de su intención de alertar: su carácter literario único, una historia aterradora pero que por suerte no debería salir de las páginas del libro que la contiene, ni mucho menos, saltar a otro. Al menos, hasta el año pasado, en el que los herederos de George Orwell decidieron que volver a visitar Oceanía, no con posterioridad a lo que su predecesor narra en los meses de ese año imaginario, sino dando voz a otro de los personajes principales. Y como tiene que estar la cosa para que volver al futuro de una posguerra distópica sea una buena idea…
Julia, la novela encargada a Sandra Newman, se presenta en la portada como “un retelling feminista de 1984”. Lo ambicioso de esta afirmación da paso a la misma historia que Orwell hace setenta y cinco años había contado a través de los ojos de ese donnadie que en un acto de rebeldía, decidía contradecir los principios del Ingsoc y del Gran Hermano.
La visión de julia es muy distinta, y a través de Newman se da a conocer la vida de esta antes de su relación con Winston Smith. Su vida como mecánica en el departamento de Ficción, sus compañeras de la residencia femenina, sus conocimientos del mercado negro y lo que sucede una vez que su rebelión contra el partido llega demasiado lejos. Pero también, a través de su vida, se muestra cómo funciona esa Inglaterra ahora parte de Oceanía, permanentemente sumida en una economía de guerra, la vida de esa clase obrera reflejada apenas y sobre todo, la de las mujeres como Julia, que junto a su deber de lealtad al gran Hermano, recae sobre ellas la obligación de aportar nuevos miembros al partido, así como los abusos que el nuevo orden social, más que erradicar, los ha consolidado.
El libro fue encargado por los herederos de Orwell a Newman, escritora con varias novelas de ficción especulativa caracterizadas por la importancia de ese punto de vista femenino, y a quien le correspondían dar profundidad a un personaje tan astuto, intuitivo y pragmático como era Julia. Su carrera previa era un punto de partida razonable para afrontar una tarea tan difícil como esta. Y en este momento, es posible definirla ya como innecesaria.
Uno de los propósitos de la novela parece ser el de dar un trasfondo más amplio a esa Oceania imaginaria, más allá de su estado de permanente guerra fría y esos trabajadores descritos como una masa anónima. Tarea a la que se entrega en exceso intentando intentando llenar todos y cada uno de los huecos no abordados por Orwell: desde la situación de los residentes de otras razas, aquí mencionados mediante una secundaria cuyo único objetivo parece ser servir para explicar esta cuestión, como las actividades de las ligas juveniles, así como los aspectos de la vida cotidiana de los personajes femeninos. Una labor excesivamente completita que parece querer dotar de profundidad y coherencia al escenario cayendo en el defecto de perderse en un worldbuilding en el que acaban empantanados muchos escritores de ficción. Y que 1984 no necesita: la descripción de Londres en sus orígenes era tan vaga, pero a la vez tan familiar con el mundo real e incongruente como todas las dictaduras de posguerra que se han conocido durante el siglo XX.
Completísmo que se refleja también en la trama. Cada uno de los incidentes que vivía Winston originalmente tienen aquí su explicación a través de Julia: detalles tan nimios como la muñeca vendada que esta luce o esa nota furtiva donde él pudo leer “te quiero” escrito con letra tosca son explicadas de forma detallada y retorcida a extremos bizantinos.
Algo que no pasa con su protagonista, precisamente. La mujer astuta superviviente y casi hedonista que chocaba a menudo con el hosco e intensito Smith se dedica aquí a preocuparse en todo momento por cuestiones de la vida cotidiana con una insistencia casi machacona, a mencionar varias veces la clandestinidad de la homosexualidad (la autora sigue empeñada en tocar todas y cada una de las cuestiones sociales posibles, sea necesario o no) y a subrayar cosas tan anticlimáticas como destacar lo atractivo que es Winston Smith (si Orwell, tras esmerarse en describir a semejante cuerpo escombro, levantara la cabeza..) o recordar detalles sobre sus anteriores parejas. Una perspectiva que más de la de una superviviente dentro de los engranajes burocráticos del partido, parece estar escrita por Moderna de Pueblo. Y es que en varios capítulos, si hubieran decidido titular el libro “los capullos no son leales al Partido”, hubiera sido más honesto.
Todo ello son defectos inevitables cuando se intenta algo tan difícil como continuar una obra ajena y muy marcada por la visión social y política de su autor. Los setenta y cinco años son una diferencia abismal que Newman no sabe superar, y esa Julia malhablada, rebosante de información innecesaria y destinada a encontrarse con todos los enigmas argumentales de 1984, poco tiene que ver con su homónima en la distopia que va camino de cumplir el siglo. Como tampoco ese estilo pretendidamente descarnado en el que a menudo la escritora se regodea, describiendo lo precario de desagües, viviendas, y de las torturas que sufrirá su protagonista de forma paralela a Winston. Unos capítulos que desprovistos del contenido e intención de la narración original, se quedan en una exposición del sufrimiento casi pornográfica, muy similares al bucle en el que acabó cayendo la adaptación televisiva de El cuento de la criada. Y que en un intento de aportar algo propio, Newman intenta salvar con un desenlace aparentemente esperanzador que, por ese aire artificioso, hace preferir el final aséptico y cruel con el que Orwell mostraba que era preferible esa realidad, a modo de advertencia, y no una fantasía edulcorada.
Julia podría resumirse en “el spin off de 1984 que nadie ha pedido”. Un libro correctamente narrado, pero carente de contexto e incapaz de adaptarse a las circunstancias en las que el original fue escritor, y que intenta “arreglar” este con un hipotético final abierto. Newman, además de repasar a Orwell, debería haber tenido en cuenta a los Sex Pistols: no future for you. Y los lectores a los que nos pudo la curiosidad, haber hecho caso al meme: “si ya saben como son estas secuelas, pa qué las empiezo”.
Desconocía esta secuela de "1984". Por lo que te leo, la dejaré pasar. Hace ya muchos años que leí la novela de Orwell, me dejó bastante mal cuerpo. "Un mundo feliz" no era mucho más esperanzadora, pero al menos no tenía esa atmósfera tan asfixiante de "1984". Me parece que es algo muy difícil de emular, no digamos ya si se trata de una secuela. Nunca fui muy consciente de los "huecos" de la novela, que sin ser un mamotreto, tampoco se puede decir que sea corta. Ya veo a Netflix sacando la serie de esta "Julia".
ResponderEliminarEn general las secuelas funcionan un poco mejor cuando forman parte de una serie, como las Fundaciones posteriores de Asimov o los Dune de Herbert. Tarea difícil la de esta escritora. Si sacas la secuelas es pa disparar, el que la saca pa enseñarla es un parguela xD.
Yo tampoco lo conocía, aunque tampoco me hubiera perdido nada XD. Lo malo de estas secuelas oficiales es que pierden mucho el contacto con lo que motivó a escribir la original, no tienen esa fidelidad y en el caso de la novela de Newman, decide que todos los personajes que no hayan sido creados por ella, sean idiotas redomados. Huecos en la de Orwell no es que hubiera (al final está todo narrado desde el punto de vista de Winston que tampoco es alguien muy fiable). Sí que ha sido un acierto que la autora de otro punto de vista respecto de los proletarios y que muestre una sociedad más permeable y menos infalible..vamos, aspectos que es posible apreciar muchos años después de que cayera el régimen que pretendía reflejar.
ResponderEliminarSi que me ha llamado la atención, y más ahora que he terminado Hijos de hombres, es que en Gran Bretaña hayan desarrollado esa tradición de distopías, es como si después de la segunda guerra mundial hubieran salido de su burbuja y dado cuenta que a la isla también le pueden pasar cosas..de todas formas, creo que me sigo quedando con Karel Capek y su estilo de "oh dios mío, no puedo creer que esté pasando esto..otra vez" XD.