Mariana Enriquez es una autora que aunque más que conocida por los aficionados al terror, ha conseguido romper esa barrera ficticia entre el fantástico y la literatura más general. Sus colecciones de relatos Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, que cuentan con aproximaciones al horror, lo fantasmal y todo tipo de monstruos (humanos y no humanos), han sido publicadas por una editorial como Anagrama…una de esas que podría ir leyendo en el metro sin que el resto del vagón te mire raro. Esta n o sería su primera novela, pero sí la más extensa y también la más ambiciosa: es, al mismo tiempo, una crónica a lo largo de varias décadas, una novela sobre el crecimiento, y una visita al lado más oscuro de lo humano, pero también a los lugares que se atisbaron brevemente en Las cosas que perdimos en el fuego.
Nuestra parte de noche comienza con un viaje estival entre padre e hijo, pero una marcado por la tragedia: este obedece a una visita de los suegros y abuelos, poco después de la muerte de su mujer, y a cuya pérdida se suma un periplo a través de una Argentina bajo el peso de la dictadura, donde cada kilómetro está vigilado por militares y el pesado calor del verano, y de un paisaje a través del cual se descubre que la familia formada por Juan y Gaspar son diferentes. Juan, médium de una orden formada por algunas de las personas más influyentes del país, es capaz de abrir el velo entre mundos e invocar a la oscuridad del otro lado, un fenómeno que los Bradford, su familia política y cabeza de la orden, planean utilizar para alcanzar lo que todo millonario todavía no puede alcanzar: la inmortalidad. Gaspar no será otra cosa que el recipiente de los poderes de su padre, si este no lo impide…aunque para ello sea necesario sacrificarse, ceder una parte de si mismo y poner en marcha un plan que da comienzo con su entrada involuntaria en la orden, y que transcurrirá parejo a la historia de su familia y de un país convulso, a lo largo de más de treinta años.La trama principal del libro podría resumirse perfectamente en uno de los arquetipos del terror: una secta siniestra que busca l inmortalidad a través de la transmigración del alma, o el ser, a otro cuerpo…esta figura recuera enseguida a El ser en el umbral, pero aunque la sombra de Lovecraft sea alargada, su desarrollo es mucho más retorcido. Las menciones a las actividades de la orden son escasas en comparación con la extensión del libro, pero su búsqueda del conocimiento se mezcla con una depravación, fácil de ocultar gracias a su poder e influencia, que resulta sencillo encontrarle un paralelismo con cualquier época y gobierno. No hay mucha diferencia entre unos latifundistas en buenos tratos con la dictadura y una bruja que se divierte secuestrando niños pobres para sus rituales.
La extensión y su desarrollo hace que no sea lo más adecuado ir buscando enseguida lo sobrenatural. Este llega cuando es necesario, principalmente para ampliar y deteriorar la relación entre los personajes y puede desaparecer durante docenas de páginas, dando paso a la vida cotidiana de su protagonista, su llegada a la madurez y su vida marcada por el trauma, los secretos y el fantasma de una enfermedad mental que puede ocultar otra cosa.
Esta trama transcurre a lo largo de tres décadas distintas: principios de los ochenta, durante la dictadura, un intervalo en los sesenta, donde se narra el pasado de los personajes que actuaron en la primera parte, y su desenlace, a principios de los noventa, con el protagonista adulto descubriendo las piezas que faltan y su papel. De estas, detalladas y pausadas hasta casi detener el ritmo, sobresale su primer aparte, donde se narra un viaje en coche a través del país que solo puede describirse como claustrofóbico, en el que casi es posible sentir el calor del verano o las migrañas punzantes que sufren sus protagonistasy donde lo sobrenatural, en este caso, la primera visión de un espectro (aquí descrito como un ser inofensivo, solo un eco cada vez más numeroso debido a la actuación del régimen, aparece de forma casual y desencadena la explicación de lo que los persigue.
Un resultado que, una vez conocido el secreto de sus protagonistas, no funciona tan bien a partir de entonces: el pasado de la madre de Gaspar y sus amigos, jóvenes ricos, atormentados y expertos en ocultismo en el swinging London, llega a resultar un tanto cansino, casi más la recreación de una fantasía de la autora y un regodeo en una atmósfera decadente que la inquietud que se podía encontrar en las primera páginas. Así como la vida cotidiana de Gaspar, donde la estructura se vuelve similar cambiando los sesenta británicos por los noventa argentinos. Una tendencia al exceso que también afecta a las descripciones de lo sobrenatural: tras la revelación inicial, donde el lector descubre que el relato La casa de Adela no es sino una parte de los hechos de Nuestra parte de noche, los escenarios se vuelven recargados hasta el exceso, desvelando demasiado lo que se percibió por un momento, en el relato original.
Un entorno agobiante, pesimista y cíclico (la vida de los personajes, y por extensión, la historia del país es una sucesión de crisis violentas y malestar hasta que se puede romper este ciclo) en el que destacan unos personajes marcados por este: ninguno de ellos podría considerarse enteramente inocente, incluso las víctimas de la situación toman el lugar de sus verdugos cuando es posible, sin plantearse la moralidad de sus actos, y donde la paternidad tiene una visión muy poco amable: Enriquez no duda en recuperar el refrán “quien bien te quiere, te hará llorar” e incluso los actos de redención son descritos como algo violento, que marcan a sus implicados y donde la figura de la madre del protagonista resulta compleja, lejos de una madre coraje, y donde sus actos también están marcados por la ambición y el deseo de venganza.
Nuestra parte de noche es seguramente la pieza más ambiciosa de su autora, donde lleva a cabo un paralelismo entre lo real, lo irreal, la historia y la vida de unos personajes marcados desde el primer momento por el trauma. Una de esas narraciones que se convierte en un viaje..y sí, Mariana Enriquez es lo bastante buena escritora como para haber sido capaz de hacerme leer una página entera sobre alguien que se dedica a ver el mundial de futbol, y seguir pareciéndome interesante.
Discrepo con lo de Anagrama. Leer La máquina de follar en el tren o pedir Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones provocó que más de uno y más de una levantaran la ceja xD
ResponderEliminarRecuerdo leer Nuestra parte de noche durante un mes de julio y estar atrapado por su lectura. Y mira que sin llegar a mamotreto, el libro es un poco tocho.
Si has leído su obra y visto/leído entrevistas suyas, es fácil reconocer las obsesiones de Enríquez en el texto. La parte de los sesentas, con un Bowie por ahí que se hace un cameo, es buena muestra de ello. O esa expansión del lore de La casa de Adela. Y aunque sí es una historia cíclica, sobre la herencia y la familia, creo que se salva de ser repetitiva por el diferente tono/género con el que se abordan las diferentes partes de la novela. Parecen como diferentes novelas cosidas entre sí por esta historia familiar. Es precisamente Juan el que decide romper esa historia cíclica, aunque Gaspar, su hijo, acabe heredando también la ira y la violencia de este.
A mí esta vuelta de tuerca al horror cósmico y la música de Suede me tuvo enganchadísimo. A ver si no hay que esperar mucho para lo nuevo Mariana.
Eso supera a entrar en la biblioteca diciendo "buenas tardes, vengo a recoger Los hombres topo quieren tus ojos y otros relatos pulp" XD.
ResponderEliminarNuestra parte de noche también lo leí hacia finales de julio, y es curioso como juega de forma indirecta el cambio de hemisferio de modo que el verano de los protagonistas sea de diciembre a marzo, lo que hace que la referencia haga todo un poco más ajeno. Como si expandir lo descrito en La casa de Adela no fuera lo suficiente (aunque creo que en esa parte se excedió un poco. Alguien del Otro lado debe aburrirse mucho para dedicar su ocio a hacer macramé con huesitos). Además de la forma de hilarla también, entre distintas novelas (Juan, Gaspar, las voces de Rosario y de la periodista..) o que el tema del ocultismo esté hilado a la degeneración de la frontera entre buscar el conocimiento sin ataduras morales y el gusto por lo sádico nunca estará claro.
En una charla Enriquez mencionaba que en los ochenta se llevaba mucho sacar niños por la tele sufriendo, y que los últimos momentos de Omayra Sanchez la habían marcado (otra muestra que no hemos cambiado tanto "para mal": los medios de entonces eran igual de rastreros que los actuales), y se nota, porque esta referencia está presente muchas veces en la segunda mitad de la novela...y no hay ninguna duda que su parte favorita a la hora de escribir fue esa visita al Londres de los sesenta con cameo de Bowie XD.
Aunque siga prefiriendo los relatos, también tengo ganas de ver cómo desarrolla otro texto largo. Este ha dejado el listón muy alto en cuanto a contenido y ambiciones.