jueves, 27 de enero de 2022

Lecturas de la semana. Infantil y juvenil, en el estante 3



Aunque el primer día del año empiece leyendo algo corto o senillo, en 2022 la tradición se retrasó un poco, empantanada como estaba con La fuerza de su mirada. Fue un poco más tarde cuando acabé retomando un par de libros  más rápidos que aunque tienen en común el público al que van dirigidos, la época y temas son muy distintos. 


Jeff Kinney. La cruda realidad (Diario de Greg 5). Salvo los primeros números que  leí en el orden correcto,  los diarios de Greg Heffey se han convertido en una serie de lectura aleatoria. Ayuda principalmente el que su protagonista, igual que Los Simpson, no crezca y se encuentre en   un bucle escolar  interminable donde las vacaciones y los cursos se han estancado en un momento indeterminado. En cambio, en su quinta entrega es donde Kinney se atreve, aunque posteriormente no vuelve a mencionar el hecho, a hacer que Greg se enfrente a esos años un tanto incómodos en los que los  niños de su edad empiezan a cambiar y a necesitar determinada información. Que nunca se mencionad directamente  porque las referencias a las clases de salud e higiene se despachan con un irónico "no quiero volver a pensar en ello" o a señalar  la probabilidad de que a sus padres les hubieran impartido clases con ese mismo material y diapositivas. Y a sacarle especial partido (la verdad es que lo tiene), a la situación en la que los niños tienen que cuidar un huevo como parte de entender lo que supone la paternidad, y que los lectores lo reconocerán por ser un escenario habitual en muchas series y películas. 

No termina de haber ningún hilo conductor salvo la sucesión de anécdotas diarias y la mención de una celebración familiar, que se desarrollará a modo de desenlace. También empieza a incluir una parte de historias en las que su protagonista se distancia de su mejor amigo, Rowley, haciendo que gran parte de los segmentos transcurran por su cuenta (aunque  lo resuelve para bien al final, como es habitual). Algo que resulta lógico y hasta cómico teniendo en cuenta que, parte de la gracia de su protagonista es que hay que ser muy bueno para aguantarlo, requisito que su amigo cumple de sobra, y que al final, todos nos acabamos divirtiendo con esos personajes, aunque sea de lejos. 




Maria Gripe. Los escarabajos vuelan al atardecer. Que se trate de una de las autoras más populares dentro de la literatura infantil sueca (y fuera también), que Hugo y Josefina sea un clásico muy querido entre los lectores...poco importa si no me acerqué a sus libros hasta ser adulta. Y el que puedan disfrutarse de la misma forma, en incluso llegar a provocar un poco de nostalgia, pero de esa tan extraña que consiste en anhelar lo que no se ha vivido, dice mucho a su favor. 

Lejos del costumbrismo del día a día de Josefina Jonandersson, aquí plantea una historia de misterio  que comienza  un verano con un grupo de amigos  probando una grabadora, y desarrolla una trama en el siglo XVIII narrada a través de unas cartas, donde se mezcla un discípulo de Linneo, el padre de la clasificación botánica moderna, con una tragedia entre dos jóvenes prometidos y el paradero de una estatua egipcia, cuya separación de la tmba que guardaba puede ser el origen de una maldición qeu afectó a estos. 

La historia mezcla un poco de misterio y novela histórica, aventura, e incluso algo de fantasía, añadiendo elementos como una planta con capacidades empáticas o una misteriosa voz al teléfono que proporciona las pistas necesarias para resolver el enigma. Aunque esto, en el desenlace, suponga dejar muchos cabos sueltos con un final abierto que hace pensar que, o bien no tenía claro como resolverlo, o esta trama no era el interés principal, ya que se centra a menudo en las discusiones de los protagonistas sobre lo que descubren en las cartas. Resulta curioso como en una novela infantil de 1978 se planteen cuestiones como el papel de la mujer en el pasado, las relaciones personales o como los tiempos cambias, pero a juzgar por sus protagonistas, no lo suficiente. Algo que no debería sorprender cuando la autora había tratado temas como la soledad o el bullying antes de que tuviera este nombre. 

Este es una de esas lecturas que hoy produce una sensación muy curiosa: la de reflejar na infancia en un pasado cercano pero que parece quedar muy lejos. La posibilidad de ambular por el pueblo pasada la noche, la independencia de la que disfrutan los  protagonistas en un verano que parece interminable, o que algo como una grabadora portátil o una máquina de escribir fueran las piezas de tecnología punta a las que podía aspirar un niño, y que aquí juegan un papel importante. 


 



jueves, 20 de enero de 2022

Caballero del diablo (1995). Del comic a la tele y de ahí al cine

 


Un de los elementos que ha marcado de forma decisiva la cultura pouular son los cómics de la EC. Sus viñetas han sido un referente durante años a la hora de hacer terror, pero también un ejemplo de la paranoia hacia todo lo considerado inmoral, y sobre todo, un objeto de homenaje por parte de muchos creadores que los tuvieron como parte de sus influencias. La figura del guardián de la cripta, con su aspecto cadavérico y su humor negrísimo, como presentador de historias terroríficas pero con cierto componente reconfortante (a fin de cuentas, el culpable recibía su merecido ¡y qué merecido!) se asomó también a la pequeña pantalla en una serie de televisión que durante siete temporadas ofreció varias historias cortas en la tradición de l EC. e incluso llegó a alcanzar un formato mayor, contando con varios largometrajes que, debido a lo desigual de su calidad y resultado, se quedaron en una experiencia anecdótica. 


Aunque el Guardián se haya trasladado a Hollywood y ahora se dedique al cine, todavía  tiene tiempo para contar as u público una historia de su gusto. En concreto, la del Caballero del diablo. Donde un hombre, tras un accidente de tráfico, se refugia  en una antigua iglesia convertida en un motel. Los huéspedes, tal faltos de suerte como el recién llegado, no parecen sorprenderse cuando un hombre se presenta acompañado de la policía, asegurando que este ha robado un valioso objeto que se le ha encargado recuperar. Los agentes, dispuestos a seguir el protocolo y no creer esa historia de primera mano, se encuentran junto al resto de residentes con una realidad mucho más desagradable: acorralados en el edificio por el misterioso cazarrecompensas y una horda de demonios dispuestos a recuperar una llave que podría suponer el fin de la humanidad en la tierra. Para evitarlo, solo tienen que sobrevivir a esa noche, aunque  cuando al otro lado se encuentra un demonio dispuesto a recurrir a toda clase de amenazas para conseguir lo que desea, no será fáci. 



Rodada con un presupuesto ajustado y una auténtica vocación de serie B, la película tiene muy claro lo que pretende ser: una historia terrorífica propia de un comic, donde esta vez los clichés repetidos hasta la saciedad de la EC (esposas infieles y asesinatos por codicia) se ven sustituidos por un guion muy pulp done se mezcla la mitología de andar por casa, un poco de horror cósmico y la acción con los elementos más cercanos y un tanto brutos del terror: el humor negro, muchas tripas y lo que  ha envejecido peor, una importante cantidad de tetas siliconadas. Todo elo en una duración más que ajustada, y  es que en noventa minutos les da para presentar a los personajes, desarrollar un poco el trasfondo y caracterizar a un antagonista, interpretado por Billy Zane, como un villano mucho más divertido que el que encarnaría en  Titanic, donde no duda en engañar, amenazar, bromear, matar e incluso declararse de una forma bastante patosa, que, si bien resulta atropellado, como todo lo que sucede en la película, es tremendamente divertido. 


 El resto del reparto cuenta también con caras que, siendo conocidas, no destacan: William Sadler como protagonistas, Jada Pinkett antes de ser Smith o Dick Miller como secundario borrachín, personajes con caracterizaciones poco complejas pero a los que resulta rápido identificar y sentir un mínimo de empatía cuando estos se encuentran con su final, por que en realidad la estructura dle guion está clara desde el principio y se sabe que solo uno va a a llegar a los títulos de crédito. 




El presupuesto disponible  está más que aprovechado: hacen de la limitación una ventaja, y la imposibilidad de contar con más exteriores o figurantes hace que esa noche realmente parezca transcurrir en un lugar en medio de la nada (aunque sigo sin entender pro qué ese motel se parece más a un edificio de los que se encuentran en la Zona Hermética que una antigua iglesia) y el resto tiene lugar en decorados. Incluso las secuencias de flashbacks se filman con planos cortos de forma que no sea necesario mostrar más de lo mínimo. Esto permite dedicar el resto a los efectos especial y maquillajes: unos demonios de ojos y sangre color verde radiactivo, muy bien caracterizados y de los que se hubiera agradecido ver a alguno más, y los maquillajes de los poseidos que recuerdan un poco a las prótesis empleadas en Demons, sin llegar a los extremos de locura de Lamberto Bava. 


Con un guion propio de un comic sin complejos, su carácter anecdótico y poco ambicioso, y lo divertido del resultado, el Caballero del diablo fue un pequeño éxito cinematográfico para cuentos de la Cripta. Por desgracia, su segunda entrega, una comedia de terror  con muchos chascarrillos a costa de las vampiras que trabajan en un burdel, no estuvo a la altura de su predecesora, cerrándose la serie con una tercera entrega e la que a una producción rodada anteriormente se le añadió un montaje adicional del guardián. Al menos, sirvió para disfrutar de una buena película de terror en una década en la que el género no era tan prolífico como en la anterior. Y para ver, una vez más, la intro de la serie de televisión: una de esas cabeceras  que, junto a la de la primera temporada de True Detective, podrí ver en bucle durante años. 


jueves, 13 de enero de 2022

Masters del Universo (1987) Buen destino


 Cuando en los 80 una línea de juguetes, a medio camino entre el space opera y el Conan para todos los públicos empezó a emitir su serie de dibujos animados, no imaginaríamos que décadas después estos muñecos habrían encontrado un hueco fijo en el mundo del coleccionismo  y que la serie de Netflix lanzada 30 años después funcionaría, asumiendo por fin que su público había crecido y que la eterna pataleta entre Heman y Skeletor era una parte de la vida de los niños de los ochenta. Pero fue en ese momento, el suyo, cuando Mattel decidió que  sus juguetes también tendrían una película. La productora enargada sería la Canon, que se encargaría en la medida de lo posible de trasladar el mundo de fantasía a la gran pantalla...pero en su lugar  ofreció algo cuyo parecido con el material planteado era algo tangencial.  Aunque esto, de todas formas, sirviera para que en un momento dado, el público pudiera ver a nada menos que Dolph Lundgren  peleando a pecho descubierto contra Frank Langella. 


Masters del munvierso ofrece una visión muy breve de la aventura de Heman, Man at Arms y Teela en Eternia: Skeletor, valiéndose de una llave capaz de abrir portales en el espacio, ha conseguido invadir el castillo de Greyskull y vencer a la Hechicera. Finalmente ha derrotado a Heman...o no. Porque este y sus compañeros, ayudados por Gwildor el inventor, consiguen huir hacia otro mundo Y es que, aunque el universo sea un lugar muy vasto, parece que todos los portales conducen a la Tierra. En concreto, hacia un pequeño pueblo de Estados Unidos donde dos jóvenes descubren la llave, perdida por Heman, y, quedándosela tras confundirla con un sintetizador japonés, se ponen en peligro al ignorar que  tanto héroes como villanos la están buscando. 



La película fue uno de los últimos fiascos de la Canon, quien entre problemas financieros y la limitación presupuestaria para una producción de fantasía optó por uno de los recursos habituales de los ochenta: os personajes son trasladados a la tierra, donde sucede ran parte del metraje y que da lugar a varios momentos  supuestamente cómicos donde los protagonistas  se desconcierta ante objetos y situaciones cotidianas. Est último recae sobre el personaje de Gwildor, creado específicamente para la película en sustitución de Orko (era más facil tener a un enano disfrazado que a un animatrónico levitando) y cuyo papel de alivio cómico, además de contar con la antipatía de un público que quería  ver a sus personajes favoritos, no los inventados, y que resulta de todo menos gracioso. 

El resto de la película adolece de esa limitación: unos breves escenarios  desérticos de Eternia, el castillo con decorados brillantes , y muchos planos de una ciudad más vacía que Sabadell una noche entre semana, pese al jaleo   que arman un grupo de  monstruos y naves espaciales deslizándose por la calle principal. 




Entre el aspecto un tanto cutre de la producción, y lo plasticoso de las caracterizaciones, destaca sorprendentemente la labor de maquillaje de los villanos. Salvando la nariz tapada de Frank Langella, secundarios como el Hombre Bestia o una criatura reptil (a la  que matan pronto por el trabajo que debía dar), son bastante resultones y cuentan con el aspecto tangible de los efectos especiales tradicionales. Aunque reconozco que para esto  último, es la nostalgia la que habla, y es difícil no ver de otra forma a estas caracterizaciones un tanto fantoches. 


¡Con altura!

No hay mucho que decir de n guion donde los protagonistas venían de una línea de juguetes y consiste en una versión muy básica de la lucha del bien contra el mal, donde estos se limitan a ir de un lado a otro. En cambio, dentro de lo cutre, cuenta con ese extraño optimismo y forma de ver las cosas que se ha asociado con la década: el sacar adelante algo sin importar  lo ridículo que sea y donde todo parece sorprender a todo el mundo, donde cualquier cosa minimamente tecnológica se asumía como procedente de Japón y ese particular equilibrio entre  querer ser épico y caer en lo ridículo. 




Una forma de verlo que viene motivada en parte por el reparto: las interpretaciones (incluida una de las primeras apariciones de Courtney Cox) son tirando a flojas, Dolph Lundgren es un Heman tan inexpresivo como el Conan de Schwarzenegger..y después está Frank Langella. Cubierto de maquillaje hasta las orejas, con unas líneas de diálogo grandilocuentes, el actor escogió el papel  como algo muy alejado de su carrera habitual, y como el tipo de película que podrían disfrutar sus hijos, de una manera similar a la que le llevó a Raul Julia a elegir Street Fighter como última aparición, pero sin ese matiz crepuscular. El resultado, aunque fracasado, supone ver al actor bajo una capa de maquillaje, con unas uñas  enjoyadas que años después copiaría Rosalía, declamando unos diálogos propios de opereta y siendo posteriormente derrotado de una forma igual de exagerada.

 Masters del Universo se quedó en una producción fallida, sin la secuela planeada y sin el éxito esperado, pero también es una de esas películas que entre lo ridículo, lo involuntariamente cómico y un tono que irremediablemente acaba recordando a otra época, puede disfrutarse sin ser tomada en serio. 

domingo, 9 de enero de 2022

Barrilete y la edad del pavo: 13º aniversario


 

Hoy hace trece años que empecé a escribir sin que tuviera muy claro qué es lo que quería hacer, a dónde podía llegar la ocurrencia, por cuanto tiempo, o si algún día me quedaría sin fotos de gatos con lo que empezar cada entrada. A pesar de todo llegaron a los cinco, los diez y ahora, los trece años, que además de ser un número muy chulo (como los 13 Fantasmas o las 13 campanadas) supone haber pasado los dos últimos años más extraños del siglo. Entre incertidumbre, mascarillas y una extraña sensación de no tener claro lo que era normal, lo que es, o que, como decía Murphy en Z Nation: es el apocalipsis. Simplemente lo vamos llevando. 



No ha habido muchos cambios (salvo que Narnia desde hace algunos meses ha cogido la costumbre de tirar libros del estante. Me paso las mañanas recogiendo Valdemares del suelo) pero ha sido el año en que menos series de televisión he visto. Materia Oscura, Boardwalk Empire, capítulos sueltos de Seinfield e incluso Inside Number 9 de los miembros restantes de League of Gentlemen se quedan aparcadas por temporadas muy largas, no por su falta de interés sino porque el cine ha ganado muchísimo más terreno. En casa, al menos, porque en una sala se ha convertido en un lujo que más que lo ocasional, roza lo aleatorio. 



Un visionado de películas que podría considerarse nostálgico por todas las que he visto por segunda vez, aunque hubiera pasado bastante tiempo (en ocasiones, mas de diez años), como para que fuera suficiente como para apreciarlas con otra mentalidad o como si fuera la primera vez. Fue el año de recuperar Este muerto está muy vivo de los pases de televisión, de bailar con el demonio a media noche junto al Batman de Burton, de Matrix y Dark City, y decidir que me gusta infinitamente más esta última, apreciar el patetismo del Nosferatu interpretado por Klaus Kinski y volver a ver Razas de Noche, sin esa sensación de cercanía de sentirse (y querer ser) un poco freak y desear marchar a algún lugar lejos donde vivan los monstruos. 




También supuso un cambio el volver a visitar las tiendas de segunda mano, un poco pensando que estos libros pueden irse al mismo lugar donde los adquirí pero también con la sospecha de que acabarán quedándose combando estanterías (o derribados por Narnia, si su afición sigue). Ediciones de Gran Fantasy o Gran Super Terror que sirvieron para poder leer Las puertas de Anubis, encontrar tras mucho tiempo El legado de Lovecraft, y de paso descubrir que, salvo por ser la antología por el centenario de HPL, tampoco era una colección extraordinaria, los Vampiros, más conocidos por la película de Carpenter que por la novela de John Steakley o la melancolía de El gran Meaulnes. Las ediciones nuevas, salvo Meddling Kids, y quizá la trilogía de Lyonesse de Vance, eran tan modernas como una recopilación de relatos sobre villanos de la época victoriana o la colección de cuentos que Valdemar publicó un año después de la declaración de aquel estado de alarma. 




No suelo salirme mucho de aquellos temas que me interesan. La época de leer por obligación quedaba lejos, pero 2021 también ha servido para hacer caso a recomendaciones y descubrir que no todo tiene que tener algo sobrenatural acechando en cada esquina. O que, como decía Lernet Holenia, que las mejores historias son aquellas que transcurren entre lo real y lo improbable: había algo aterrador en las fábulas de El Nadador, con su despreocupado protagonista recorriendo las piscinas de sus amigos hasta descubrir una verdad desoladora, o la inquietante servilidad del criado que Dirk Bogarde interpretaba en El sirviente. Y que la sombra de la novela gótica es alargada, tanto, que puede encontrarse entre las páginas de Nada, de Carmen Laforet, de quien reconozco que de no ser por venir aconsejada, no me hubiera acercado a ella de no ser por amenaza, o en una de esas pesadillas recurrentes en las que tenemos que volver a estudiar COU. 

Trece años de lecturas, cine, entradas y gatos, u once más dos un tanto extraños. Continuamos hacia el once más tres.