Decía un profesor mío que la planificación a largo plazo no resultaba viable dado el amplio margen de error. Bueno, en realidad lo resumió diciendo “En los ochenta pensábamos que en el 2000 iríamos todos vestidos de papel albal”. Que, además de servir para que no se me olvidara el símil en la vida, describe bastante bien lo aproximado los futuros que se han asomado a la ficción: no hemos alcanzado la Luna en una bala, Metropolis no fue inundada por el doble mecánico de una doncella ni hemos llegado a donde ningún otro ha llegado jamás. Pero, como toda estimación, algunas parecen más cercanas, y al menos durante años 1984 y Un mundo feliz han servido de referencia a las voces más pesimistas. Otras visiones, en cambio, han llegado a envejecer mucho peor en un lapso de tiempo más escaso. Quizá por lo ambicioso de su visión o por estar, sin darse cuenta, demasiado limitados a la tecnología mayoritaria de su época y a lo que se esperaba de la que empezaba a despuntar. Fue el caso del cyberpunk, que empezó como corriente dentro de la ciencia ficción literaria y su escenario un tanto desolador de corporaciones titánicas, piratas informáticos, implantes cibernéticos, diskettes de 3 1/5 y sobre todo, realidad virtual llegó a constituir un género bastante amplio y asomarse a otros formatos como los videojuegos (al menos, mientras los que siguen esperando la salida del Cyberpunk 2077 no les de un colapso de tanto esperar), los juegos de rol, e incluso con sus limitaciones, el cine, aunque de manera un poco tímida.
Johnny Mnemonic podría ser un escenario de manual del cyberpunk, o si nos ponemos agoreros, un día cualquiera del año que viene: es el 2021, el capitalismo más salvaje se ha convertido en el único modelo económico dominante donde las grandes corporaciones hacen y deshacen a su antojo. La yakuza se ha convertido en el brazo armado de estas y una fuerza del orden en un mundo caótico donde el tráfico y robo de información se ha vuelto tan habitual que se han diseñado nuevas alternativas de transporte de datos: los correos mnemónicos, personas que alteran su red neuronal para almacenar y trasladar información confidencial. Johnny, uno de esos correos que ha sacrificado su memoria a largo plazo (en concreto, su infancia) para alcanzar una capacidad de almacenamiento de la friolera de 180 gigas, recibe un último encargo: un transporte de información que duplica su capacidad de memoria, pone en serio peligro su vida además de suponer la caída de Pharmakorp, una poderosa empresa farmacéutica que durante años ha tenido el monopolio del tratamiento del Temblor Negro, una enfermedad neuronal que afecta a más de la mitad de la población.
El reparto, visto hoy, es una curiosidad. Keanu Reeves parece haber decidido que su antihéroe cyberpunk tiene que sonar inexpresivo, o porque directamente, es lo que sabía hacer el pobre (en algunos momentos parece que su Jonathan Harker era el colmo de los matices), aunque desde lejos, constituya un papel de los que sirviera para ir enfocando un poco su carrera. Pero más que el personaje principal, el reparto en general es una auténtica locura de cameos y caras conocidas: Udo Kier es un agente de correos mnemónicos, el rapero Ice –T lleva una resitencia de hackers antisistema, Henry Rollins dirige un hospital ruinoso mientras Dolph Lundgren es un pastor religioso y asesino a sueldo. Mientras, Takeshi Kitano habla en japonés porque es el jefe de la yakuza.