Como punto de partida, una habitación cerrada siempre es un escenario atractivo. Independientemente de cómo se resuelva posteriormente, cuenta con una serie de interrogantes que facilitan el captar la atención del público. Y cuando a la habitación cerrada se le suma el desconocer por qué los personajes están allí, quien está detrás de todo, o peor, que el recinto intente matarlos y que solo algo tan retorcido como las matemáticas pueda salvarlos, hace que esta pueda mantener el interés durante más tiempo. El resto depende ya de la inventiva de los guionistas, aunque esta, a menudo, difiere mucho de lo que el espectador espera.
A La habitación de Fermat se le calificó más de una vez como el Cube español, un parecido que, se limita contar con un cuarto potencialmente asesino y vinculado a la resolución de enigmas aritméticos. En este caso, son un grupo de matemáticos invitados a una reunión donde podrán poner en común sus ideas y en la que deben seguir una serie de reglas: acudir a un lugar apartado, no dar información personal e identificarse unicamente por el seudónimo, correspondiente a figuras de la historia de la ciencia. Así, Galois, Oliva, Hilbert, Pascal y Fermat, quien abandona la reunión antes de empezar, comienzan a recibir, una serie de enigmas matemáticos, que deberán resolver si quieren mantenerse con vida en una habitación que va encogiéndose con la recepción de cada nuevo problema que deben resolver.
En los créditos de la película sorprende ver a Luis Piedrahita, entonces especializado en comedia y monólogos, como escritor y director. Y en un guión primerizo con unos cuantos aciertos y bastantes fallos, muchos de ellos, posiblemente determinados por las tendencias y preferencias en el cine de esa década: era la época de Rec, pero también cuando todavía resultaba un poco extraño encontrar un thriller con una premisa un tanto fantástica y un reparto que, quizá intentando ganarse el interés del público con caras conocidas de la televisión pero con las que, dado el tipo de personaje y registro de los actores, es un poco difícil tomarse en serio: en los prometedores matemáticos que luchan por su vida se reconocen a los protagonistas de Los Serrano, de Siete vida y de Cuéntame y que tienen que lidiar con una caracterización de personajes bastante floja. Estos, más que mentes analíticas, se comportan de forma errática y su forma de relacionarse recuerda más a la trama en una serie de adolescentes que un thriller. A estos, intentando mantener una tensión propia del thriller, los meten a desempeñar una serie de trucos que hacen que su actitud resulte poco creíble, como el jugar a no conocerse, el ponerse eléctrico ante enigmas que no dejan de ser juegos matemáticos, o directamente, incluyendo un interés romántico que poco aporta y que solo puede definirse como una de las lacras propias de la época y los gustos.
Tampoco salen muy bien parados los giros de guión utilizados: sospechosos que no lo son, asesinatos ingeniosos y alguna que otra forma de ganar tiempo que resulta bastante torpe y que unicamente se deja pasar por tratarse de un primer largometraje, y uno al que al menos, en el apartado técnico, le han puesto ganas y que a día de hoy, gana un poco más de gracia al adelantarse una década a los trucos empleados en las escape rooms.
La comparación de La habitación de Fermat con Cube queda demasiado grande. No solo por enfocar un par de elementos comunes de forma muy distinta, sino porque la última, con todos sus fallos, resultaba mucho más inquietante e ingeniosa que una producción que, aunque le pone ganas, no deja de ser una idea entretenida con un guión resuelto a base de trucos simples.