jueves, 6 de febrero de 2020

La gran juerga (1.966). Salvar al piloto inglés (bueno, a varios)

Después de once años escribiendo sobre películas de terror de distintas décadas, comedias de los ochenta más o menos conocidas, una cantidad abundante de zombies y alguna que otra producción taquillera, tengo que confesar algo: en mis primeros años, varias de las que seguía con avidez en televisión eran las de Paco Martinez Soria y Louis de Funes. Al primero, además de tenerlo como patrón (de forma irónica o no, eso me lo guardo) cuando me mudé a una capital, todavía me quedo a revisar cualquiera de sus cintas cada vez que las vuelvo a encontrar en televisión (de forma no irónica. A la abuela y a una Renaissance en edad prescolar, les encantaban. Y algo de nostalgia queda). Con de Funes es más difícil: por la misma fecha conocí a ese actor minúsculo, de gestos malencarados y expresión corporal cómica que hacía, entre otros, de gendarme en un ciclo con el que televisión española decidió rellenar parrilla hace muchos años. Y del que probablemente entonces no entendería la mitad de los chistes, pero disfrutaba igual del humor gestual y con el que tuve conocimiento, en unas versiones muy libres y en clave de comedia de un tal Fantômas, en una época en la que las novelas de Marcel Allain y otros personajes de folletín todavía quedaban muy lejos. Hoy, poder recuperar esas películas, bastante numerosas, del mismo modo que podía hacer con Soria, resulta complicado por su disponibilidad, salvo por unas cuantas consideradas las mejores de su producción. Y una de ellas llegó a ser una de las comedias francesas más taquilleras hasta la llegada de Los visitantes.



La gran juerga es una traducción libre de un título que podría traducirse como "el gran garbeo" y que podría verse como una broma hacia la película de título similar de Steve McQueen. Porque aquí, más que escaparse, lo que tienen que hacer tres pilotos británicos, extraviados en el París de la ocupación durante una misión, es conseguir llegar a la zona libre. En una ciudad llena hasta la bandera de soldados alemanes alertados por su llegada, solo podrán llevarlo a cabo gracias a unos personajes que acabarán prestando su ayuda tras verse apartados de su vida cotidiana con la interrupción de los aviadores: Agustin, un humilde pintor, que accede a acompañarlos en el viaje convencido por la joven que le gusta, y Stanislas, un director de orquesta al que no le queda más remedio que sumarse a la aventura cuando la aparición de uno de los pilotos en su teatro lo convierte en un prófugo a su pesar.
 






El guión podría considerarse todo lo que debe ser una película de aventuras: muy dinámica, con una gran variedad de escenarios que casi pueden verse como capítulos de un libro (el teatro, la huida del teatro, la posada, el rescate…) y con una acción muy rápida, basada en su mayoría, como es habitual en muchas comedias clásicas, en las persecuciones, los disfraces, y sobre todo, en las confusiones. Si una parte de la trama consiste en llevar a los personajes de un lado a otro y que estos encuentren una forma de pasar al siguiente, que en la mayoría de los casos, es asumiendo temporalmente una nueva caracterización, la parte cómica, consiste en su mayoría, en estos mismos aspectos. Los sketches consisten en engaños, disfraces, confusiones a la hora de encontrar a un determinado personaje y la contraposición entre la interpretación, más estoica, de los actores encargados de los pilotos británicos, frente a la más vivaz de de Funes, que recurre a su estilo cómico de gestos y muecas y que constituye durante gran parte del metraje un dúo cómico con Bourvil, en el papel de Agustin, donde se dedican a todo tipo de discusiones, desde las quejas del protagonista hasta la diferencia de clases, todo el tiempo en que no están siendo perseguidos. Aunque, a diferencia de otras películas donde él actuaba como protagonista, este parece no tener tanto peso ya que el conjunto general da más la sensación de que la importancia de cada papel recae en todos como grupo, sin que los actores, salvo determinados momentos, tengan un protagonismo demasiado evidente o que parezca un reclamo.



El estilo de humor, visto hoy, podría describirse como amable. Algo curioso, teniendo en cuenta que se trata de una comedia con nazis, y del que hoy es toda una rareza: no hay mala idea, ni segundas lecturas…ni humor negro, ni el menor atisbo de escatología. Pero eso no quiere decir que no funcione, porque lo hace a la perfección como comedia de persecuciones donde los sketchs recaen sobre la vis comica de sus actores, algo tan básico como las confusiones, un porrazo bien dado o directamente, que siempre funciona, disfrazando de chica al personaje con rasgos más suaves. Y donde, esta vez para bien, todo es muy blanco: pese a contar con unos antagonistas con mayúsculas, estos se limitan a hacer su trabajo, sin el menor atisbo de maldad o sadismo, sino como unos pobres diablos que se ven en el lado contrario de una situación similar a la de los protagonistas. Estos soldados están más cerca de los policías de los primeros clips del cine mudo que de unos personajes abiertamente negativos. El argumento, el tratamiento de estos personajes, e incluso el tipo de color e iluminación de la película, propio de las técnicas disponibles entonces, hacen que la impresión que produzca esta sea de una historia luminosa, una aventura cómica, aunque aparentemente filmada de forma seria, donde son los personajes los que ponen de manifiesto lo ridículo de su situación.



La gran juerga, salvo un éxito de taquilla en su momento y una de las películas más conocidas de su actor, no pretendía más que ser una comedia. Con el paso del tiempo, una memorable y, mientras no sea posible ver de nuevo las aventuras del gendarme y del inspector Juve, lo más representativo que podemos ver de este cómico.


2 comentarios:

  1. ¡Oooh, qué recuerdos!

    A mi padre le gustaban mucho las películas de Louis de Funes, y recuerdo de muy pequeña ver con él varias en la tele, probablemente algunas en alemán... Seguramente me enteraba poco, pero recuerdo con cariño las risas de mi padre y a mi madre poner los ojos en blanco porque no aguantaba a Funes xD.

    De esta película sí que me acuerdo mucho mejor; la había borrado de mi mente pero al leer tu post he recordado un montón de escenas :). Por todo lo que comentas, el humor blanco, los gags físicos, las confusiones, los malos que no son terribles, el ritmo, las aventuras, el tono tan amable... creo que funcionaba muy bien para toda la familia y por eso a mi hermano y a mí nos hacía mucha gracia cuando éramos aún unos ñacos. Dudo que supiéramos muy bien qué era el nazismo.

    ¡Gracias por este momento de nostalgia!

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Jajaja, yo en casa era la única aficionada, al resto le iba más el humor patrio...pero es verdad que aún perdiendo parte de los chistes verbales, era un humor que funcionaba para todos los públicos gracias a los gestos y genio de De Funes. En el caso de La gran juerga el humor, tan basado en disfraces, persecuciones y confusiones, esos nazis tan inofensivos que no dejaban de ser sino gruñones uniformados...resultaba entrañable.
    Lo cierto es que es un ciclo de películas que tuve aparcado mucho tiempo en la memoria sin prestarle atención hasta que esta, en un momento dado, resonó con un estruendoso "CLICK", igual que me pasó con La tía de Frankenstein.

    ResponderEliminar