Tras los últimos Oscars el público quedó fascinado por Parásitos una de las películas premiadas y en la que se refleja una retorcida historia sobre la lucha de clases y el estrato económico en la sociedad surcoreana. Hoy vamos a hablar de algo parecido, pero con zombies. Entre otras cosas, porque la película de Bong Jong Hoo todavía no la he visto (aunque su versión libre del comic Le Transperceneige sea muy recomendable) , porque esta precuela de una de las producciones asiáticas del tema más conocidas había quedado pendiente, y porque aquí no puede pasar mucho tiempo sin que aparezcan cadáveres ambulantes, no muertos e infectados de un modo u otro.
Seoul Station transcurre unas horas antes de la epidemia que se desató en la capital de Corea, y por extensión, entre los pasajeros de uno de los multiples trenes que surcan el país. La estación, que durante la noche sirve de refugio a diversas personas sin hogar, comienza siendo el primer foco conocido de una epidemia que se extenderá a toda la ciudad y que afecta especialmente a una joven, que deambula por los alrededores del lugar poco después de romper con su novio. Mientras, este y su padre la buscan por una ciudad en la que una extraña enfermedad, de contagio rápido y que convierte a sus afectados en seres sin consciencia hambrientos de carne humana, empieza a extenderse como la pólvora. Tres personajes que, al igual que los que viajaban a Busan, no tienen nada en especial, salvo el ser los elegidos, entre muchos otros que sobreviven como pueden en medio del caos, para contar una historia que podría haber sido la de cualquier otro, pero que no por ello es menos importante.
Frente a su secuela, por llamarla de algún modo, la película puede sorprender por tratarse de una producción animada, pero no tanto si se tiene en cuenta que es un formato muy habitual en su director. Y sobre todo, por una carga de crítica social muchísimo mayor que la vista en Tren a Busan, que, aunque también era bastante notable, estaba mucho más dirigida hacia lo espectacular y la acción. En este guión, los infectados son solo un detonante, como podría haberlo sido uno menos fantástico, desde un atentado hasta una epidemia realista (aunque esta semana, con cierto virus de Asia, es mejor no hacer comentarios), para reflejar una situación que por cotidiana no deja de ser desoladora: los efectos de un sistema económico despiadado, donde la presencia de personas sin hogar es algo habitual en los espacios públicos y donde, durante una primera parte, la norma parece ser la de "el hombre es un lobo para el hombre": no hay un atisbo de solidaridad entre los distintos secundarios, y los protagonistas son incapaces de generar la menor simpatía. Un poco difícil, cuando uno de ellos no tiene ningún reparo en prostituir a su novia para pagar los gastos y esta parece haberse escapado de casa por algún capricho, para desgracia de un padre preocupado que no duda en recorrer una ciudad devastada para encontrarlas. O al menos, eso es lo que parece durante los primeros minutos, donde esta situación es capaz de dar la vuelta completamente para presentarle al público unos actos de bondad inesperados: el mendigo que durante gran parte de la huida acompaña a su protagonista, llegando a preocuparse por su seguridad, o incluso un desconocido que no duda en arriesgar su vida por salvarla. Unas secuencias donde se juega mucho con la esperanza del público, donde hacen que los sentimientos hacia los personajes cambien durante los noventa minutos de la película pero que también sirven para dar la vuelta, una vez más, y ofrecer un panorama tan desolador como el de los infectados que terminan por arrasar la ciudad sin posibilidad de detenerlos. No es raro que el cine de zombies vaya de la mano de cierta crítica social, dado que Romero fue el primero en emplearla en su trilogía, pero por comparación a cómo se utilizaría de forma posterior, esta resulta pionera, pero mucho más torpe de lo que se refleja en los pasillos de esta estación coreana.
Aunque el aspecto crítico sea lo más destacable de la película, esta también es una buena producción de acción y terror. Tratándose de animación puede resultar algo chocante si no se está acostumbrado a este formato, que resulta menos espectacular que lo que se rodó en imagen real en Tren a Busan en cuanto a la caracterización de los infectados, pero sí resulta interesante un estilo de dibujo, que, no hace falta decirlo, no es anime: buscando más el realismo que el dibujo animado, feista en alguno de los casos, y muy poco espectacular, más centrada en ofrecer con detalles distintos escenarios que reflejan muy bien el tono de la historia: una casa de huéspedes sórdida, las calles vacías una vez cerrada la estación, esas mismas calles, en pleno estallido de violencia para terminar en un complejo de apartamentos de lujo, un lugar casi irreal comparado con los lugares en los que los personajes se han movido previamente y que parece reflejar lo que estos, de un modo u otro, aspiraban a alcanzar en un entorno en el que resulta imposible alcanzar ese estatus, o más bien, esa seguridad.
La estación de Seul es una de esas películas de zombies que puede entrar dentro de la categoría de las buenas, pero no de las divertidas: un buen guión, con ritmo y que solo hacia la parte central se hace un tanto lento, quizá por el exceso de cambio de escenarios y el tiempo que los personajes llevan siguiéndose unos a otros, pero que mantiene el interés y consigue lo que su director parecía haberse propuesto: hacer pensar, provocar desasosiego, y seguramente, negar al espectador ese atisbo de esperanza con el que había finalizado Tren a Busan.