jueves, 21 de febrero de 2019

Matemos al tío (Rohan O´Grady) ¿Quién puede matar a un niño?



Los mejores libros infantiles ofrecen la posibilidad de segundas lecturas para los adultos. No es lo mismo la primera lectura de un Peter Pan, La isla del tesoro o Pinocho (bueno, este último, ni Collodi se lo tomaba en serio). Otros, sin ser demasiado complejos, suponen también un momento de entretenimiento para alguien que supere el rango de edad al que iban destinados, y ahí esta Una serie de catastróficas desdichas como ejemplo, además de aportar algunas referencias que se le escaparían a los lectores más jóvenes. Y después están esos cuyo argumento, tono o personajes resultan desconcertantes ¿Por qué nos estamos interesando por las aventuras de un niño? Estos personajes ¿no resultan demasiado sutiles para una novela de aventuras? O directamente, ¿cómo demonios ha podido colarse esto en un libro infantil?

Matemos al tío podría ser el caso de la última pregunta, si no fuera porque, fijándose detenidamente, no tiene demasiado de libro infantil. Barnaby, un niño de diez años, llega a una isla canadiense a pasar las vacaciones. Allí conoce a Chrissie, una niña de su edad con la que, pese a las peleas iniciales, acaba entablando amistad y formando parte del resto de habitantes de la isla, ganándose en mayor o menor medida, el cariño de estos. Al menos, eso sería una parte. Porque Barnaby también es un niño difícil: huérfano y bajo la tutela de su tío, es poco menos que un pequeño salvaje, mentiroso y que no duda en presumir de los millones que heredará al cumplir los 21. Su amiga tampoco se queda rezagada en mentir, causar destrozos y pelearse. La isla, pese a su aspecto apacible, ha sufrido las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial: ninguno de los jóvenes ha regresado vivo, salvo el sargento Coulter, el policía, quien siente la vergüenza de no haber caído en el campo de batalla. Sumémosle a esto el que Murchinson-Gaunt, tío de Barnaby, pretende asesinarlo y quedarse con su fortuna, aunque su comportamiento en público es muy distinto al del sádico que Barnaby asegura. Ah, y también hay un puma. Que pese a ser un peligroso depredador, soporta como puede la compañía de ambos niños.


La novela ha estado hasta ahora inédita en España, llevando a cabo un buen trabajo de traducción, y conservando la portada de Edward Gorey, un ilustrador que, por su humor negro y tratamiento muy macabro del mundo infantil, no podía ser más adecuado. El tono, desde un principio, no es demasiado luminoso, y ya en las primeras páginas se establece el carácter de los protagonistas, marcando una forma de ser muy asilvestrada, lejos de los de un niño modelo, y que se define muy bien desde las apreciaciones de los secundarios, pero que se hace comprensible una vez se establece su trasfondo y forma de ser. A lo largo de los capítulos estos evolucionan, estableciéndose una complicidad entre ambos y suavizando su carácter. Pero manteniendo, en el fondo, cierta amoralidad, egoísmo y crueldad inherente que la autora no duda en seguir mostrando como una parte más de sus protagonistas, pero que, dentro de sus diálogos y forma de ver el mundo, perciben como lógica.
Ese mismo tono, pese a mantener desde el principio cierta gravedad, va oscureciéndose gradualmente. La primera mitad podría ser muy parecida a una novela infantil, describiendo, en cierto modo, el verano de unos niños,  pero también con una parte costumbrista, donde se describe con detalle a muchos de los habitantes de la isla, a menudo con ironía y parodiando muchas de las actitudes de posguerra. Esto hace que el escenario sea mucho más vivo, pero en algunos casos hay tantos secundarios que parecen querer tener su parte, que se quedan en tramas que no avanzan: el matrimonio que acoge a Barnaby ha quedado marcado por la muerte de su hijo en la guerra, y su intención parece ser sustituir a este, de algún modo. Se menciona a menudo en las primeras páginas, pero poco después este aspecto desaparece de la trama a favor de otros secundarios, y a partir de la mitad, de la aparición del tío.
Este, en comparación con su entorno, se convierte en un personaje de novela gótica, donde su descripción resulta imposible: presentado como un depredador, con unas habilidades de hipnotismo improbable, y sobre todo, ciertas implicaciones sobre su sadismo que hacen que, lejos de convertirse en un villano poco creíble, sea más bien una versión literaria, quizá demasiado más fantasiosa, de una probabilidad más real: el monstruo que vive en la casa de al lado, del que nadie sospecharía.

Matemos al tío es una curiosa obra que podría calificarse para todos los públicos…en el sentido menos amable: por un lado, las aventuras de dos niños durante un verano, unas aventuras que desembocan en una situación peligrosa. Por otro, una historia con mucho humor negro que no desentonaría como una película de Tim Burton.

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