jueves, 22 de noviembre de 2018

Overlord (2018). El día Z (de zombies)

 
Uno de los villanos infalibles durante muchos años han sido los nazis, y no solo en el género bélico: añadimos unos cuantos experimentos macabros, zombies e incluso Mitos de Cthulhu y tenemos una historia. Pensándolo bien, estos son como las patatas fritas de la ficción: pegan con todo y arreglan un plato, si bien en exceso pueden ser poco sanas. Aunque el plato en cuestión siempre acaba limitado un poco a situaciones muy concretas: el pulp y sus herederos, los comics, los videojuegos, y el cine, de serie B o Z en el peor de los casos. Salvo alguna excepción, ver este tipo de trama en una pantalla de grande y con medios propios de un estreno de cine en condiciones es algo que no había tenido lugar, que recuerde, desde Hellboy. Y mucho menos, que esta idea viniera de alguien especializado en adaptar y actualizar franquicias e ideas como J. J. Abrams.

 

Overlord es la operación que dio comienzo al desenlace de la segunda guerra mundial y de la que los protagonistas son una pequeña parte: un pequeño equipo de soldados americanos, diezmados nada más iniciar el aterrizaje, que deben volar el puesto de comunicaciones situado en la iglesia de un pueblo francés, con el fin de facilitar el desembarco. Pero el encuentro con una joven de la aldea ocupada les descubre que el puesto alemán oculta algo muy distinto: los habitantes han ido desapareciendo en el interior de la iglesia, secuestrados por los soldados alemanes, para escapar, en algunos casos, convertidos en criaturas monstruosas. Y, aunque esta no sea parte de la misión encomendada, no queda más remedio que adentrarse en su interior y acabar con lo que sucede allí para poder cumplirla.


El guión acabó cogiendo un poco por sorpresa por tomarlo, en un principio, como una entrega de la saga Cloverfield (de las que por cierto, no he llegado a ver ninguna), algo que podría haber sido posible teniendo en cuenta que estas películas no compartían argumento sino universo. Y también por tratarse un punto de partida que no solía ser habitual en una película de presupuesto. En realidad, hay series B que desarrollan el tema de forma muy competente a lo largo de los años, como demostraron El bunker, Blood Creek o la saga de Outpost (los videojuegos de Wolfestein quizá no entrarían en esta categoría, pero al paso que van, casi parecen películas hechas por ordenador), pero compitiendo siempre en el mercado del video y quizá ahora, de Netflix. Un tipo de películas que en realidad solo quedan como referencia tangencial, y de paso, de testigo de que este punto de partida está más que explotado y que no es nuevo. Porque en realidad, las influencias más visibles de Overlord vendrían a ser más bien Wolfestein y el Malditos Bastardos de Tarantino.
 
 

Del primer formato, toma el componente más gráfico de la historia: siendo en el fondo un guión bélico, las escenas de guerra son muy dinámicas y aceleradas, produciendo una sensación de desconcierto y de no saber de dónde vienen los disparos. Algo que también se nota en el desarrollo de la trama fantástica, que casi aparece de sopetón: un laboratorio improvisado, donde no se escatiman los escenarios más escabrosos y la sangre, además de unas cuantas víctimas que bien sirven como presencia atmosférica, o como amenaza inesperada…Un poco, como podría pasar en cualquier videojuego de disparos.

Aunque antes de entrar de lleno en esta parte, la secuencia inicial del avión y aterrizaje han sido rodadas de forma muy creativa, quizá más cercana al cine bélico más artístico y cuidado. Y que resulta una mezcla curiosa con la tendencia a parecerse a la película bélica de Tarantino, donde, se opta finalmente por una visión del cine bélico un tanto más sucia y violenta, y sobre todo, el utilizar la lengua materna de los personajes como la opción más lógica a la hora de ofrecer un entorno un tanto más creíble. Aunque después, en función de ofrecer algo más asequible, acaba recurriéndose al truco de que todos ellos sepan el idioma común.
 
La idea aunque bien ejecutada, acaba quedándose a medio camino. Es divertida, no da descanso y se sigue con atención, pero no hay nada que resulte memorable ni termine  de hacerla distinta:  no se molestan en buscar una explicación, por pulp que esta pudiera ser, más que quedarse en un neutro “hay algo en el suelo y ponemos a un científico a hacer experimentos poco rentables porque para eso somos los malos”, una excusa para poder mostrar unos escenarios, muy cuidados, eso sí, y justificar la presencia de diversos seres que en un momento dado, servirán de enemigos a batir. Tampoco, dentro de lo correcto de sus personajes y secundarios, hay nada novedoso: los protagonistas son héroes un tanto desengañados, con defectos muy pequeños pero sin el menor atisbo de cobardía o de defectos que los haga menos unidimensionales. Y los nazis son la cosa más mala y genérica que se ha filmado en mucho tiempo: un pelotón de secundarios malencarados que se limitan a hacer todo lo posible por convertirse en un enemigo disparable sin más trasfondo. Se salva únicamente el principal antagonista, que, si bien es igual de plano, Pilou Asbaek le aporta bastante más carisma y lo convierte al menos, en un rostro identificable y amenazador.

Overlord es casi una serie B con presupuesto: el argumento podría funcionar perfectamente con un presupuesto limitado, debido a su simpleza y su falta de complicaciones. Es divertida, aunque se olvida con facilidad. Pero en este caso, nos quedamos con lo primero.

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