jueves, 14 de junio de 2018

The Disaster Artist (2018). Era la peor de las películas, era la mejor de las películas


Una de los fenómenos más curiosos que se puede dar en la comedia es lo involuntario. Cuando una situación, por el dramatismo mal conseguido, por la mala ejecución, o por lo absurdo, acaba moviendo a la risa en lugar de conseguir la reacción que buscaba. Algo que sucedía en bastantes series B y Z de los ochenta, en los Sharknados y en casi todo lo que saca The Asylum (aunque como ellos lo hacen a propósito, no sé hasta qué punto entrarían en la categoría). Y que en Mystery Science Theater 3000, a base de hacer mofa de muchas de estas cintas, convertirían en un arte. Y después está una producción del 2002, que además de haberse convertido en una de las peores películas jamás filmadas, es todo un ejemplo de comedia involuntaria.



The Disaster Artist narra el origen y filmación de The Room, pero también cómo sus responsables, un joven modelo aspirante a actor y un personaje, a falta de mejor forma de definirlo, llegaron a conocerse y decidir que si Hollywood no los contrataba, ellos harían su propia película. Y que no hubiera sido posible de no ser porque su creador, Tommy Wiseau, además de asumir el papel de guionista, director, protagonista y productor, hubiera puesto de su bolsillo unas cantidades imposibles de dinero y de cuyo origen se sabe tan poco como el de su director. Un tipo de edad y origen desconocido, aunque asegure ser de Nueva Orleans de toda la vida, con unas ideas muy particulares sobre el cine, y al que, en el fondo, le habría gustado ser un galán de pantalla aunque en cualquier academia de interpretación le asegurasen que su nicho se encontraba en los papeles de villano y monstruo (si supiera actuar, claro). Pero sin el que seguramente, la peor película de la historia no habría podido filmarse.





El guión está basado en el libro escrito por Greg Sestero, uno de los coprotagonistas de The Room y colega hasta día de hoy de Wiseau (porque incluso en la farándula todo el mundo tiene al típico amigo un poco raro al que se le aprecia un montón). Catalogado como no ficción, aunque cuando lo escribe uno de los protagonistas, es difícil saber donde empiezan los hechos objetivos y donde comienza lo personal o lo inventado. En todo caso, la adaptación al cine no se plantea como documental sino como narración al uso: el encuentro de los protagonistas, su mudanza, el accidentado rodaje de su película y el posterior desencuentro entre ambos. Y que en este caso, la comedia viene dada por lo que sucede en pantalla y no por la intención inicial: principalmente, se debe al personaje de Tommy Wiseau, quien se comporta de una forma casi marciana entre un grupo de personas que no habrían desentonado en cualquier entorno real. Su acento un tanto extraño, su nula capacidad para actuar, completada por la habilidad de sacar fondos sabe dios de donde, y en general, una actitud de no estarse dando cuenta de lo que pasa a su alrededor, o más bien, de interpretar la realidad como le da la gana, lo convierten en un personaje risible, donde la comedia que genera su actitud oscila entre el absurdo y la vergüenza ajena.



Al estar la parte cómica centrada en un único personaje, la responsabilidad recae sobre su protagonista. James Franco, más que interpretar, imita al milímetro los gestos y forma de comportarse del Tommy Wiseau. Y como buena imitación, poniendo un mayor acento en aquellas actitudes que pueden ser objeto de parodia. El actor, sin apenas parecido con el original (algo de lo que el público debería estar agradecido, teniendo en cuenta que hay una secuencia bastante extensa del trasero del señor Franco), es capaz de convertirse en este sin más ayuda que un pelucón largo, el estrafalario vestuario de Wiseau y la capacidad de mimetizar todos y cada uno de sus gestos. El coprotagonismo le corresponde al hermano de Franco, Dave, que representa el aspecto más cuerdo de la historia, y en algunos casos, por la brevedad de las apariciones, los papeles de Seth Rogen o Alison Brie, casi podrían considerarse cameos.


The Disaster Artist no pretende ser una comedia, pero, a diferencia de The Room, tampoco pretende no serlo. Es, en el fondo, un relato de lo que sucedió en un rodaje. Uno plagado lleno de situaciones absurdas que provocan una carcajada, o en otros casos, ganas de llevarse las manos a la cabeza.

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