jueves, 24 de agosto de 2017

The Void (2016). Como hacer una película de horror cósmico al estilo de los ochenta



No sé si la tendencia continúa o si la ha ido sustituyendo la siguiente década, pero el revival de los ochenta pegó muy fuerte. Empezó como una serie de guiños que podían verse en Hora de Aventuras, Historias corrientes u otros dibujos destinados a un público algo más amplio. Se extendió al nivel de los remakes y las secuelas, y el último verano llegó a tener su propia serie. Pero si había algo que se notaba en todas estas apariciones, y en todos y cada uno de los episodios de Stranger Things, era que esto se limitaba a la nostalgia. A hacer aparecer cosas que le eran familiares al público, a tirar de lo referencial aunque esto estuviera muy bien recreado. Pero es difícil innovar cuando lo que se busca es ofrecer esa impresión de familiaridad y de hacer recordar algo ya visto. De nuevo, acaba siendo una producción pequeña la que consigue hacer pensar "Así es como se hacían las películas hace treinta y pico años", sin que parezca una fotocopia. Aunque esto también implique usar todo lo bueno y lo malo de aquella forma de hacer cine.



The Void cuenta con gran parte de los elementos reconocibles de la serie B de entonces: un escenario limitado, un grupo de personajes dispares encerrados, y una trama sobrenatural que se manifiesta a menudo de una forma un tanto física y chusca. La trama, en este caso, consiste en un policía que tras conducir a un joven accidentado al hospital más cercano (un centro con la mala fortuna de estar a punto de ser trasladado y contar con cuatro gatos entre personal y pacientes), ve como este es rodeado por un grupo de figuras encapuchadas que, pese a atacar a todos los que intentan salir, no parecen querer entrar y acabar con ellos. Sus intenciones quedan claras en poco tiempo: mantener a sus ocupantes dentro mientras las criaturas que habitan en su interior, ocultas hasta entonces, deambulan por los pasillos.

Lo primero que llama la atención a los pocos minutos de metraje es la vocación artesanal de la película. Esta tiene una estética muy intemporal, sin que haya nada que pueda indicar la fecha en la que tiene lugar y donde tanto los vestuarios como la tecnología se usan de forma lo bastante ambigua para que pudiera ser cualquier momento: uniformes, radios de policía, monitores de pc un poco obsoletos, pero que todavía pueden verse en funcionamiento, e incluso polaroids ayudan mucho a la hora de crear un entorno que el público reconoce, pero que podría ser cualquier momento en los últimos veinte años. Los efectos especiales también son lo más reconocible en este aspecto: salvo un par de ocasiones muy específicas, y hasta necesarias, donde se echa mano de la infografía, recurren a todos los trucos tradicionales posibles, tales como movimientos de cámara concretos, juegos con la iluminación y el oportuno fallo de esta cuando es necesario mostrar alguna criatura demasiado cara. Y sobre todo, látex y marionetas. Tantas como no se había visto en mucho tiempo: desde el primer momento, donde se las arreglan muy bien para que unos tipos tapados con unas sábanas y un triángulo pintado parezcan inquietantes (¿Cómo harán estos sectarios para ver algo de noche?) hasta el que aparecen maquillajes, cables, y monstruos manejados a la antigua usanza y con un diseño muy grotesco que recuerda a los excesos de muchas películas de terror. Aunque con reservas: se nota que los medios son limitados y prefirieron darle un aspecto más profesional en vez de gastarlo todo en efectos especiales, por lo que aunque estos funcionan, los que aparecen quedan muy lejos de lo que pudo verse en La cosa de John Carpenter.



El diseño de estos también es muy deudor de las series B. Muy grotescos, buscando parecerse a los excesos que se ofrecían entonces sin complejos y donde, igual que estas, no falta el gore en varias ocasiones: degüellos hay unos cuantos, y tentáculos saliendo de las tripas de algún incauto, también. Estos, y la atmósfera de la películas, son las que dan una impresión de familiaridad: recuerdan a otras producciones de terror, pero a las menos conocidas y explotadas. Al toque filosófico de Hellraiser, a lo confuso de The Keep y sobre todo, a las dos o tres producciones que se hicieron basadas en H. P. Lovecraft donde, lejos de evocar horrores sutiles, las babas, sangre y monstruos salían a raudales. De hecho, el desarrollo del argumento es lo más parecido a las ideas de los Mitos de Cthulhu sin que se los mencione ni una sola vez, aunque estos se reconozcan fácilmente en todas las referencias a lo sobrenatural y el diseño de algunos monstruos.



Todos los elementos que hacían memorable este género están presentes, pero también lo están los negativos. El comienzo es un tanto torpe y forzado, parece que todos están esperando en cualquier momento que vaya a pasar algo. Y el escenario se maneja de una forma bastante tópica: un hospital a punto de cerrar es resultón, pero no parece tener mucho sentido que un lugar que ha sufrido un incendio siga operativo con tan pocos medios, y sobre todo, que este estuviera desde un principio plantado en el medio de la nada. Y, si la segunda parte aprovecha al máximo el aspecto visual de la historia, el desarrollo de esta cae en el estereotipo a causa de un antagonista que, como todo villano de su clase, dedica a un buen rato a soltar parrafadas filosóficas. Algo que contrasta mucho con el tratamiento de los personajes, que dentro de los arquetipos comunes, aporten una forma de presentarlos un poco más distinta a lo habitual: mientras el antagonista caía en lo tópico, el trasfondo de los personajes principales no se detalla mediante diálogo, sino por medio de flashbacks que tienen lugar hacia el final. No solo a estos se los caracteriza por sus acciones y lo que sucede desde su aparición, en lugar de por lo que cuentan, sino que también hay algún giro donde los secundarios que tenían todas las papeletas para morir, resultan mejor parados. Aunque este punto a favor se debe más al guión que a lo que aportan los actores, casi todos desconocidos y que en el mejor de los casos, cumplen: se asustan cuando hace falta, gritan cuando es necesario, y no chirrían demasiado en la interpretación (aunque el protagonista se parecía un poco a Julián López de la Hora chanante y no terminaba de creérmelo como policía), pero cuando hay que mostrar algo más complejo no quedan demasiado creíbles.

The Void no es una película que cuente con muchos medios ni promoción a sus espaldas, pero es una producción efectiva: podrá recordar a la estética de otras películas y utilizará efectos tradicionales pero sin que estos busquen tirar de la nostalgia del público. Y sobre todo, da exactamente lo que prometía en el tráiler que empezó a circular hace algunos meses.

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