jueves, 6 de abril de 2017

La cura del bienestar (2017). El balneario de los horrores


 
Gran parte del cine de terror que veo suele ser en casa. Con esto no me refiero a comprobar aterrorizada algún estropicio causado por Sabela y Narnia mientras estaba fuera (que son muy tranquilas, pero cuando la arman, ponen todo su corazón gatuno en ello), sino a que este es más habitual en la tele o en la pantalla del ordenador que en un cine. En parte porque para las salas grandes se quedan los estrenos importantes, y por otro lado porque en una localidad tirando a pequeña, es raro que lleguen producciones de terror aunque se distribuyan en España, si no son algo que ya hayan funcionado muy bien el extranjero, como pueden ser las de James Wan. Por suerte hace un par de semanas una producción, con un trailer lleno de anguilas, señores con batas blancas y gente que no ha tomado el sol en mucho tiempo se coló en las carteleras. No se si gracias a venir dirigida por Gore Verbinski, el mismo de la trilogía de Piratas del Caribe..y el que se estrelló con El llanero solitario. Quizá extrañe un poco viéndolo al frente de una de terror, pero ya se había encargado del remake americano de Ring hace varios años.
 

La cura del bienestar queda bastante lejos de aquel remake. En temática, estilo y atmósfera, que se traslada a un aislado balneario en los alpes suizos al que Lockhart, un ejecutivo, acude para sacar de allí como sea a uno de los responsables de su empresa y que se haga cargo de una arriesgada operación financiera. Lejos del ejecutivo agresivo que esperaba encontrar, este ve a un hombre apagado, obsesionado con la enfermedad y que se niega a abandonar el lugar. Algo que el protagonista tampoco podrá hacer cuando, tras sufrir un accidente, despierta en una de las habitaciones del centro en la que el director del balneario le informa que se harán cargo de tratar sus lesiones y ayudarle a recuperarse. Aunque la actitud demasiado apacible de los pacientes, lo extraño de los tratamientos y la presencia de una joven que asegura no haber salido nunca de ese lugar hacen sospechar a Lockhart que algo está sucediendo.



Lo primero que choca, antes incluso de comenzar la película, es la duración: casi dos horas y veinte, lo que para un género que funciona mejor con tiempos más cortos y siendo más conciso, parece un poco chocante. Una vez empezada, parece que la elección se debe al tiempo que destinan a crear atmósfera. Hay muchos planos destinados a generar una sensación determinada, sea el ambiente frío y despiadado de un entorno empresarial, o el aislamiento y aspecto un tanto intemporal del balneario y el pueblo que lo rodea. Una parte importante de la historia acaba siendo la intención de recrearse en el aspecto visual, que unas veces se aprecia el esfuerzo de crear algo original, de no quedarse en los cánones típicos de cualquier película de sustos prefabricados, pero que otras veces acaba resultando artificioso entre tantos planos de agua y escenas melancólicas. A pesar de esto, el desarrollar una historia con unos colores muy marcados (grises, azules y verde muy claro), o el no cortarse a la hora de incluir planos muy rebuscados y poco corrientes, como el que anuncia la llegada del protagonista al escenario principal, le aporta también la impresión de estar viendo algo distinto.



Esta escenografía se basa también en desarrollar unos escenarios, más que atemporales, muy anacrónicos, y que a veces no tendrían demasiada lógica para la historia: las habitaciones del balneario parecen más un sanatorio para tísicos que un hotel de lujo (incluso en un momento hacen un guiño a La montaña mágica de Thomas Mann), pero procuran compensarlo incidiendo mucho en el tema de la obsesión por la salud y haciendo aparecer en pantalla todo tipo de herramientas médicas de hace un siglo. El pueblo más cercano está lleno de aldeanos que recelan del balneario y donde los habitantes más jóvenes van vestidos como punks de los ochenta. Otra mezcla bastante curiosa pero que también recuerda mucho a la imagen clásica de los lugareños asediando el castillo del científico loco. Y una gran parte del metraje, quizá excesiva, también se dedica a cortar al protagonista con cualquier enlace que pudiera tener con el mundo moderno, a mostrar la actitud de los huéspedes, y sobre todo, hasta el último recoveco del escenario.



El planteamiento de la historia y los personajes también bebe mucho de las fuentes clásicas. Si el primer elemento, como el castillo y sus alrededores, aportaba esta impresión, esta se completa con los personajes: un joven extranjero llega a un entorno cerrado, marcado por una historia macabra que abarca varios siglos. Hay una mujer misteriosa y un lugar que esconde un secreto esperando ser descubierto por el protagonista. Todos estos son giros y estereotipos reconocibles, que recuerdan al terror clásico o al gótico. Y que, como pasa a menudo por eso, a menudo se sacrifica la lógica en favor de la atmósfera y lo fantasmagórico. Una aproximación que contrasta en determinados momentos con la crudeza de algunas situaciones más realistas, donde se rompe por completo el ritmo pausado que se mantenía de la forma más violenta: es el caso de un accidente donde no se esconde la agonía de un ciervo atropellado (y que da más pena que un tiburón financiero accidentado, todo sea dicho), una tortura dental con todo lujo de detalles o el incendio que marca el desenlace del guión, rodado de una manera más realista y opuesta a las secuencias anteriores



Es esta mezcla de terror gótico, escenarios extraños y una historia donde la atmósfera tiene tanto peso como la historia (también muy clásica, y lejos de lo que funciona seguro en taquilla), lo que hace que La cura del bienestar se convierta en una película muy distinta y a menudo, fascinante. Pero también hace que a medida que el guión avanza, este esté bastante perdido: en su contra una duración excesiva, demasiadas ganas de recrearse en los escenarios, y un argumento que en la segunda mitad, más que avanzar, parece que en la segunda mitad va hacia delante y hacia atrás con un protagonista que acaba pasando más tiempo dando vueltas por un pasillo que encontrando una solución más directa a la trama.

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