Aunque no lo pareciera últimamente, los libros siguen siendo
una parte importante del barrilete. Como también lo eran las entradas donde
hablaba de varios porque sí, sin tema concreto ni nada en común. Algo que en
los últimos meses había perdido un poco por motivos diversos: o bien eran
libros a los que quería prestarles más atención, o en el caso de algunos, los
menos por suerte, por ser tan sosos que no había gran cosa que decir sobre ellos.
Muriel Barbery. La vida de los elfos. Una autora que solo
conocía por la película La elegancia del erizo, no parecía en principio el tipo
de material que pudiera gustarme por pausado, intimista y no demasiado
narrativo. Pero la edición francesa reducía la sinopsis a una frase muy breve y
enigmática: “historia de dos niñas que encuentran a los elfos”. Algo que de
entrada, parecía ser uno de esos giros hacia lo fantástico que muy de cuando en
cuando, llevan a cabo determinados autores realistas. La frase era cierta, en
contenido y brevedad, porque poco más es lo que sucede en el libro: las
protagonistas son dos niñas que aparecen en un pequeño pueblo de Borgoña y en
una aldea italiana, de orígenes desconocidos. La primera, capaz de comprender
la naturaleza y el alma de las personas. La segunda, pianista por instinto y
capaz de ver lo que sucede en otros lugares a través de la música. El
nacimiento y destino de ambas está ligado al mundo de los elfos, quienes
necesitan su ayuda para evitar el fin de los humanos.
Aunque el argumento parezca tópico, lo cierto es que esto no
es la Dragonlance. Ni la Dragonlance, ni los elfos de Tolkien ni siquiera las
aproximaciones más modernas. Los elfos creados por la autora son más cercanos a
las criaturas féericas de la mitología, ligados a las fuerzas naturales, el
arte, e imposibles de comprender cuando se encuentran en su estado natural. La
propia naturaleza tiene un gran peso en la historia, al ser la única forma en
que estos se manifiestan de forma sobrenatural y la que, de algún modo, los
personajes humanos comprenden por intuición y sabiduría popular, algo en lo
que Barbery incide en todo momento. El
ritmo de la narración también es el opuesto a una novela fantástica al uso: muy
pausado, lleno de descripciones y sin apenas un desenlace o un conflicto como
tal hasta la última parte del libro: lo importante son los paisajes, las
palabras y un estilo que en cierto modo, parece más un poema en prosa que una
narración.
El resultado, aunque interesante por su tratamiento de los
elementos fantásticos, resulta un tanto plomizo a veces: esta evocación de los
paisajes, los sentimientos y el caracterizar a los elfos como criaturas un poco
místicas hace que los párrafos se pierdan en una espiral de palabras a cada
cual más almibarada y forzada, como si pareciera que quiere alejarse al máximo
de cualquier intento de contar una historia. Algo que resulta chocante cuando
de una frase para otra, decide que un personaje determinado es el antagonista
de la historia, o peor, cuando en la última parte sus personajes empiezan a
reiterar que la batalla no es más que el principio de una guerra que acaba de
empezar…no sé si la idea es recurrir a un final abierto, o continuar en una
segunda parte. Si es así, además de demostrar que ni las novelas
pretendidamente serias se libran de las trilogías, espero que lime un poco más
los excesos bucólicos.
Douglas Adams. El restaurante del fin del mundo. Han pasado
un montón de años desde que terminé La guía del autoestopista galáctico, una
novela de humor sobre el fin de la tierra, el sentido de la vida, y las
aventuras de los dos últimos humanos, del presidente de la galaxia y de un
androide con problemas de depresión. Además de muy breve y rápida, esta casi
parecía construida a base de sketches e historias cortas acerca de los planetas
y razas absurdas que pueblan el universo, más que avanzar la trama planteada. Era divertida,
pero Pratchett me había gustado más y entre la película y la serie británica,
donde adaptaban y cambiaban a gusto del propio Adams la historia de los libros, me fui enterando de
lo que pasaba después, aunque con distintos finales en cada caso.
Después de lo pausado de La vida de los elfos, tenía ganas
de leer algo menos serio, más estrafalario y con más humor, por lo que seguí
donde había terminado La guía del autoestopista galáctico: los protagonistas
siguen camino del Restaurante del fin del mundo, un local en el que el
espectáculo principal es el final del universo, una idea no muy buena cuando
están siendo perseguidos por todas las fuerzas del orden de la galaxia. Pero
también tienen que tratar con cuestiones más complicadas, como la vida, el
universo y todo lo demás, o descubrir por qué alguien a quien solo le interesa
la fiesta y la bebida ha optado por convertirse en Presidente de la galaxia, y
ni siquiera es capaz de recordar por qué (como se nota que Adams es inglés. En
España esta pregunta es de respuesta automática).
El libro, en realidad, es lo mismo que ofrecía el primero,
sin que esto sea algo negativo: es una sucesión de historietas llenas de humor
absurdo, muy de Terry Pratchett o de los Monty Python, donde el autor divaga
sobre todo tipo de cosas. Desde bromas sobre la religión o la ciencia a cosas
tan cotidianas como los auriculares de los teléfonos. Pero en más de una
ocasión esto le sirve como truco fácil para salir del paso a nivel argumental:
¿Qué no sabe qué hacer para salvar a los protagonistas? Pues que hagan algo
gracioso y que mágicamente, sirva para que estos escapen a tiempo y pasen al
siguiente escenario o sketch. Como recurso, es bastante flojo y predecible a la
larga, pero si en el fondo solo se busca una lectura donde lo importante sea la
ironía y el humor absurdo, se hace más llevadero.
Has recibido un premio en mi blog. :3
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