jueves, 25 de julio de 2013

Lecturas (veraniegas) de la semana



Al contrario que aseguraban los meteorólogos franceses, este no ha sido el peor verano en varios años. O, bueno, si tomamos “malo” como temperaturas imposibles, tal vez no hayan ido desencaminados.



Viviendo en una ciudad donde el principal atractivo turístico son unas fuentes de agua cuya temperatura ronda los 60 grados y un termómetro que no duda en aparecer en todos los telediarios marcando otros 50 (tiene truco. Está más que cocido por estar situado en una zona sin sombra) esos días fueron un poco más difíciles que en otros sitios, por lo que, no teniendo vacaciones, se me ocurrió buscar todos los libros que pudiera leer en poco tiempo y evocaran cualquier paisaje minimamente frío. Lo cierto es que no funcionó, pero al menos he leído un par de novelas buenas.



Shirley Jackson. La guarida. Un grupo de personajes diversos, convocados por un científico, se alojan en Hill House intentando demostrar la existencia de fantasmas. De ellos, quizá los más memorables sean Eleanor, una solterona acosada por sus problemas familiares, y Theo, una artista. Los fenómenos, paranormales o no, no tardarán en aparecer, contados desde el punto de vista de Eleanor, la protagonista principal, de la que no queda claro si realmente está percibiendo algo o todo ello deriva de su propia angustia. Dicen que esta es una de las mejores novelas de casas encantadas jamás escritas, y quizá lo sea, pero a mí no me ha convencido. Si bien las mejores novelas del tema tienen una fuerte carga psicológica y el tema de lo sobrenatural queda en el aire, y ahí está Otra Vuelta de Tuerca como mejor ejemplo posible, en esta llegó a parecerme excesivo. Vamos, que exceptuando unos cuantos ruidos y sobre todo, la insistencia en lo raro que era el propietario de la casa y en la extraña distribución de esta, todo se centra en las sensaciones de su protagonista y en los problemas que esta ha arrastrado toda su vida.

A partir de la segunda mitad, cuando va quedando claro cual era la intención de la autora, es más comprensible, pero la actitud de bastantes personajes no termina de quedar muy clara: el Doctor Montague, organizador de todo el proyecto, es bastante neutro, el heredero de la casa no pinta gran cosa y la actitud de la ama de llaves, repitiendo una y otra vez su cometido con voz ominosa y una actitud sacada del Pasaje del Terror acaba resultando desconcertante. Quizá fue porque me esperaba algo más directo y menos sutil, en la línea de La mansión infernal de Matheson, pero lo más importante que he sacado de La Guarida fue plantearme el trabajo que debía dar mantener limpia una casa del tamaño Hill House. Yo no la querría ni regalada.

 

Drácula. Bram Stoker ¿Es una relectura? ¿Me he limitado a pasar por encima de las páginas de un libro que leí hace mucho? ¡No! Es nada más y nada menos que la primera vez que consigo terminarlo. Y es que la intemporal historia del vampiro más famoso (y más malinterpretado) de la literatura me costó lo suyo. Fue uno de los primeros libros serios que me regalaron, hace años, en una época en la que las editoriales podían anunciar con orgullo que sus publicaciones eran íntegras y no abreviadas, visto las miles de versiones simplificadas que circulaban por ahí. Pero lo que pude comprobar es que, aunque una novela clásica de terror pudiera ser legible para una persona joven, debido sobre todo a la ausencia de sangre y pasajes escabrosos directos, esta requería más esfuerzo debido a su estructura de cartas y diarios, para la que sin duda no estaba preparada. Era muy difícil que consiguiera pasar de la muerte de Lucy vampirizada, aburrida como quedaba de pasajes de periódicos, misivas y textos personales. Porque aunque las primeras páginas del diario de Johnathan  Harker son realmente memorables, las partes correspondientes a Lucy y Mina me resultaban imposibles (al doctor Seward y su manicomio también le llega, pero Redfield era más divertido). A día de hoy algo menos, por comprender mejor la intención de caracterizar a estos personajes, pero es uno de los detalles por los que se nota que Drácula es una novela muy de su tiempo, pensada para entretener, y que algunos elementos suyos no han envejecido bien.
 
Algunos estudiosos dicen que la idea principal es el enfrentamiento entre los valores victorianos contra la moral predadora del monstruo. Podría ser posible o no, pero lo que es cierto es que sus protagonistas encarnan completamente esa visión británica de la época: todos son asombrosamente nobles, entregados, y dispuestos a proteger a las señoras de la amenaza que supone el monstruo Drácula. Estas son abnegadas, aceptan su papel de fémina que apoya en silencio a los héroes y en el peor de los casos, son tirando a absurdamente pálidas y enfermizas y bastante pizpiretas, como es el caso de Lucy. Sería imposible poder disfrutar de ese libro sin tener en cuenta todos esos valores y una forma de pensar que hoy resulta completamente extraña.
 
Lo que también sospechaba entonces, y el libro de Stoker me lo ha confirmado, es la ausencia de cualquier tipo de romanticismo por parte del Conde: muchas versiones implican que Mina es, o bien su obsesión o su amor perdido, pero en este caso, Drácula no es más que un vampiro con muchos siglos encima y sin más objetivos que hacer de Londres su buffet libre y vampirizar a todas las señoritas que le sea posible. No muestra afecto por nadie y su actitud nada más llegar a Londres es más la de un depredador que la de un personaje gótico. Esto, la creación de un personaje arquetípico y, especialmente, que pese a sus defectos derivados de la época sea una buena novela, hacen que se merezca la calificación de clásico y que sí sea necesario que la gente le dedique una lectura. Y respecto a sus versiones en cine, ni Bela Lugosi, ni Gary Oldman. El Drácula más fiel a su original fue Max Shreck en 1922 y desde entonces ha llovido mucho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario