jueves, 11 de julio de 2013
Lecturas francófonas de la semana. Y las rarezas de la biblioteca
Lo del peculiar catálogo de mi biblioteca pública ya debía venir de antes. Aunque a día de hoy todavía me encuentre en la sección de novedades novelas de zombies un poco de saldo, o nuevas sagas de fantasía que ni me sonaban, hace unos años tampoco andaban faltos de afición por los títulos un poco raros. La diferencia es que estos los tenían camuflados en la sección de francés, donde en los noventa no es que yo pudiera pintar gran cosa. Solo hicieron falta un par de décadas para que pudiera comprobar que los títulos que guardaban en esa estantería no solo iban un poco más allá de Emile Zola, sino también de los ejemplares que Marabout había publicado de Claude Seignolle o las traducciones de Gustav Meyrink.
Frank Clery. La chambre de soufre. Por describirlo de una forma rápida, este libro es el equivalente francés a un bolsilibro Bruguera. La colección en que se aloja, con el nombre de Terrific, cuenta además de con unas portadas muy típicas de la literatura de consumo (con su fantasmón en primera plana y moza con aspecto de estreñida), con otros títulos con pinta de ofrecer a partes iguales escenarios terroríficos y algo de cacha. La novela de Clery opta por juntar unos cuantos sitios reconocibles dentro del género y ofrecer una historia inicialmente de fantasmas y maldiciones familiares, ambientada en pleno siglo XIX en la campiña inglesa por aquello de poder contar con el ambiente adecuado. En este caso, un instructor de música un poco crápula llega a un apartado caserón donde debe impartir clases a la hija mayor de un rentista ausente, a la que lo del piano le importa más bien poco y se pasa el día por los pantanos a la caza del pato…así, tal cual. Las noches del sufrido protagonista no son mejores, porque una bruja horrible se le aparece para atormentarlo dejándole, a cambio, unas valiosas monedas de oro. La calidad de la novela ya no es muy buena, y el argumento es un refrito del cliché de las maldiciones en el que tampoco falta su dosis de escenas absurdas y acontecimientos que suceden porque al autor le da la gana. Además, la actitud de los personajes responde bastante al estereotipo que los franceses tienen de sus vecinos británicos.
Aunque en un principio la comparaba con las novelitas de la casa Bruguera, esta estaría un poco por encima, porque es más extensa que las 100 páginas escasas de su contrapartida española (unas 250) e incluso el autor intenta ser un poco original ofreciendo un par de giros de argumento, un salto temporal que da lugar a la narración e incluso un final bastante pesimista, pero teniendo en cuenta la poca calidad de la novela, también podría ser que se tratara de un truco para hinchar el número de páginas y cobrar algo más. De todas formas, y solo por lo anacrónica, reconozco que me divirtió bastante.
Jean Paul Raemdonck. Han. A este tipo no lo conocía de nada y la única pista que dan de él en la portada es que su novela ganó el premio Jean Ray en 1972. Que para mí, y contando con la portada y el año en que se editó, ya era suficiente para echarle el guante. Y al jurado de este premio hay que reconocerle la imparcialidad, porque en el prefacio, donde deberían estar cantando las glorias de la novela y su autor, no se cortan en señalar los fallos de lo que probablemente sea un manuscrito primerizo.
Aún así, la historia también tiene su guiño al escritor que da nombre al premio y cuenta con un marinero retirado como protagonista, al que el lector conoce primero a bordo del barco Betelgeuse, donde comienza a experimentar fenómenos un tanto extraños y a sospechar de Han, uno de sus compañeros. Este desconoce quien es ese personaje raro, que realiza esculturas y que un día desaparece del barco para irse reaparenciendo a lo largo de la vida del personaje. El principal recurso de la novela es el de recrear un ambiente irreal, muy basado en las sensaciones y temores del protagonista, y especialmente en el cambio brusco de escenario en cada una de las tres partes que componen la novela: de su experiencia en el barco, a su vida en tierra y su huida del país, hasta una última parte donde este encuentra cierta tranquilidad que, como era de esperar, volverá a verse truncada. El prefacio no engaña y el libro tiene sus fallos (entre otras cosas, a veces es un poco caótico), pero se mantiene como una lectura bastante interesante de un autor que, de otra forma, no habría conocido en mi vida.
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