miércoles, 31 de octubre de 2012
Lecturas horripilantes de la semana
Todos los años subo alguna entrada macabra a medida que se acerca el primero de noviembre. Bueno, no es que se distinga mucho del resto de meses porque entre los gatos y cualquier cosa que huela a horrores, debe ser el 90% de contenido del blog, pero que quede claro que esta, al menos, va con intención temática. Esta vez he decidido que vaya de libros. En concreto, de libros orientados a un público más joven, porque aunque a muchos pedagogos no les haga gracia, hay una gran cantidad de críos que disfrutan con este tipo de cosas que se salen un poco de la norma. Por eso y porque para alguien más mayor, se tardan muy poco en leer (de aquí que calce tres libritos en una lista, y hala, habemus entrada), además de ser igual de disfrutables cuando se tienen unos cuantos años más encima, aunque solo sea por la nostalgia.
Neil Gaiman. Coraline. No es que Gaiman me guste mucho como escritor: Los hijos de Anansi me aburrió bastante y en algunos casos, tiene fama de estar bastante sobrevalorado. Pero Coraline tenía muy buenas críticas y sobre todo, me había encantado la película de animación que filmaron hace algunos años. El libro fue otro acierto, porque lo que empezó hojeando la primera página se convirtió en acabar un libro en tarde y media. No es difícil, porque el tipo de narración es muy básico, propio de un texto pensado para lectores más pequeños, y que no se pierde en florituras ni descripciones.
La historia es la que conocía de la película: una niña se muda con sus padres a una de las plantas de una casa antigua (las otras tienen inquilinos distintos. Hasta en los cuentos siniestros hay crisis), y descubre que una de las puertas, tapiada hasta entonces, puede llevarla a lo que describen como su Otra Familia, un lugar mucho más agradable y alegre, con la salvedad que todos sus habitantes tienen botones por ojos, y que si Coraline quiere quedarse con ellos, deberá coserse unos también. Con toda la simpleza de la narración, consigue ser un cuento realmente siniestro, y en el que siempre hay alguna que otra lectura: la vida de la protagonista no es tan deprimente y gris, sino que se encuentra en esa edad en la que los padres y la casa de uno siempre parecen aburridos, feos y no comprender a sus hijos. El libro explota esto con mucha astucia y lo convierte en una historia en la que no es maravilloso todo lo que puede parecerlo a primera vista.
Alvin Schwartz. More Scary Stories to Tell in the Dark. Segunda recopilación de un libro muy popular entre la chavalada estadounidense, y que además de recopilar, y en algunos casos, adaptar o suavizar un poco (siin pasarse) algunos relatos populares o leyendas urbanas, cuenta con las ilustraciones de Stephen Gammell que parece superarse de cada vez. De hecho, lo más memorable son los dibujos, que en muchos casos poco tienen que ver con la historia que cuentan, o en más de una vez, implica una ilustración mucho más horrible que su relato correspondiente, como, por ejemplo, un brazo devorándose a sí mismo para acompañar la típica historia del carnicero que hace salchichón de persona ¡Viva la falta de asociaciones de padres protestonas!
En esta recopilación hay relatos algo más clásicos, como algunos sobre barcos fantasmas, o historias que datan del siglo XIX. Además, incluye muchas más notas y bibliografía refiriéndose al orígen de esta o a los libros que se han usado como base, cosa que sorprende mucho y que, trantándose de algo destinado al público infantil, sorprende por la documentación que aporta. O tal vez ya sospechaban que con esos fabulosos dibujos, los más talluditos acabaríamos cayendo también.
Ray Bradbury. El árbol de las brujas. Junto con La feria de las Tinieblas, es el segundo libro de Bradbury ambientado en la noche de Brujas. Y, si en el primero se trataba de un carnaval siniestro que se dedicaba a sembrar el mal (o al menos, el mal rollo. Y las crisis de madurez), en este un grupo de niños son guiados a través de la historia por un personaje, del que poco se sabe, que les irá mostrando cómo celebraban en las diversas culturas la llegada del invierno, a través de los disfraces que los protagonistas llevan: el Samhain celta, las cazas de brujas, las catedrales pobladas de gárgolas e incluso el antiguo egipto. Todo ello, para salvar a uno de sus amigos, del que se irá sabiendo a medida que avanza el libro.
En un principio me temía algo más pedante y didáctico, pero en realidad la historia está contada de una forma muy poética, en la que la aparición de las brujas y similares poco tiene que envidiar a los cuadros medievales y las Danzas de la Muerte que ilustraban. Incluso la conclusión final, sobre los miedos ancestrales y la evolución de estos, sorprende por la forma en cómo se ha narrado.
En la parte mala, al igual que La Feria de las Tinieblas, es que ha envejecido relativamente mal. No tanto como el anterior, en el que el tema de la edad cantaba demasiado (que no cunda el pánico: ¡los cincuenta son los nuevos cuarenta!), sino que es un tanto nostálgico con todo eso de los días de infancia, los pueblecitos tranquilos y los tiempos en los que los niños podían correr libres por ahí sin tantas medidas de seguridad. Claro que esto lo opina alguien cuya memoria selectiva no funciona bien y no suele fiarse de esos textos en los que recuerdan lo maravilloso que era todo hace años. Por lo que, por lo demás, ha sido un buen libro, y muy recomendable.
Actualización de última hora: a Henri, el gato existencialista, no le gustan las fiestas. Pero ya se sabe que los felinos son muy suyos.
Yo si disfruto con Gaiman me gustó Anansi y también American Gods.
ResponderEliminarYo de Neil he leído sobre todo relatos, y adoro su sentido del humor.
ResponderEliminarSatrian: American Gods no llegué a leerlo...ni siquiera los comics de Sandman. A ver si se animan los de la biblioteca y traen una tanda.
ResponderEliminarKaoru Himura-Takarai: leí algún relato suelto suyo en las antologías de Mammoth Book of Best New Horror (las sacan todos los años), aunque ahora solo recuerdo uno de una casita de juguete malvada.