lunes, 8 de agosto de 2011
Lecturas de la semana
¿Usan los gatos de pelo largo sus greñas como marcapáginas?
Entre bibliotecas y estanterías, esta temporada los libros están ganando la partida en cuanto a ocupar tiempo de ocio.
Paul Feval Jr. La jeunesse du Bossu. Teniendo en cuenta que en la literatura francesa está también con Alejandro Dumas padre e hijo, las novelas de capa y espada deben ser un negocio familiar en el país de Sarkozy. En este caso, el hijo de Paul Feval retoma al espadachín Herni de Lagardère, contando la historia de su nacimiento (con intrigas familiares incluídas) y su formación como acróbata y espadachín. Siendo el protagonista bastante joven, el autor optó por una trama algo más simple de resolver, como es el devolver el honor (y de paso, la hija perdida) a un caballero, y entre medias, se van presentando a los personajes que ya hicieron su aparición, con unos años más, en El jorobado. El estilo de Feval hijo es algo más simple que el de su padre, metiendo prácticamente todos los personajes típicos de las novelas de aventuras: en unas 200 páginas tenemos nobles, titiriteros, espadachines, piratas y taberneros malvados. Y aunque roza el batiburrillo con bastante frecuencia, resulta divertido. Además, el estilo, tratándose de una novela popular, es bastante asequible, por lo que es una buena forma de ganar algo de soltura y vocabulario en la lengua de Molière.
Gerald Durrell. My family and other animals. Zoólogo en un principio (con las cosas que cuenta de sus años mozos en Corfu, todavía no sé como pudo entrar en la universidad), Durrell es conocido por sus libros relacionados con animales, tanto novelas como los autobiográficos, como este Mi familia y otros animales. En él cuenta la llegada con su familia a la isla griega de Corfu, y sus encuentros con los diversos animales (desde aves hasta insectos) de la isla. La peculiaridad de la isla no se limita a su ecosistema, ya que Durrell describe a su familia como un tanto singular: Leslie es un apasionado de las armas de fuego, Margo tiene acné y está en plena edad del pavo, y Larry (futuro Lawrence Durrell) tiene tanto unas ideas como unas amistades bastante raras. Su madre es a ratos coordinadora de todos como un personaje que se ocupa de la casa y el jardín, y aunque el ambiente costumbrista y pausado de la novela es su principal atractivo, algunas de las excentricidades de la familia me acabaron resultando más repunantes que graciosas, especialmente situaciones como contratar a alguien para que lleve a un perrito en un cojín mientras otro perro sigue fielmente a su ama (en este caso, la madre de Durrell). Además, no salen gatos. O sí salen, pero los mencionan como unos bichos escuálidos, feos y que se reproducen como ratas. Y ahí ya me han tocado la fibra sensible.
W. Somerset Maugham. El filo de la navaja. No queda muy bien decir que la primera vez que oí mencionar a Maugham fue a un figurante en un capítulo de Buffy. Pero los caminos del Señor son inescrutables y tomé nota del paisano como alguien a quien leer en un futuro. De nuevo por coincidencia, encontré en la estantería de un familiar El filo de la navaja, que resultó ser su obra principal (y yo, hasta visitar la wikipedia, sin saberlo). La principal característica de la historia es la falta de conclusión que el narrador advierte en un principio, ya que se limita a contar su conocimiento de los miembros de una familia y sus allegados, y las relaciones entre estos a lo largo de varios años, desde los felices veinte hasta la crisis de los treinta. Larry, el que sería el personaje principal, es un veterano de guerra, que, hastiado de su vida entre la gente de clase alta, decide recorrer Europa y llegar hasta India. Entre medias, el autor va narrando las bodas, nacimientos y muertes de los distintos protagonistas o secundarios. De una forma muy objetiva, llegando a expresar, como mucho, la opinión que tal o cual personaje podría inspirar a los que le rodean, o como mucho, refiriéndose al rechazo que uno de los protagonistas le produce en un determinado momento. Efectivamente, no hay más final en la novela que el devenir de la vida de las personas y, en palabras del propio narrador, lo que estas van encontrando con los años, que puede ser felicidad, riqueza, autodestrucción o reconocimiento social.
Al margen de la propia novela, es especialmente divertido leerla en una edición un tanto antigua: en la mía, habían dejado las expresiones malsonantes en inglés, con una nota al pie que indicaba textualmente “obscenidad de indeseable traducción”. Mal sabían entonces que con la HBO venimos todos resabiados…
Roald Dahl. Matilda. Exceptuando Charlie y la fábrica de chocolate (y el juego que me dieron los oompa loompas para hacer chistes sobre Tyrion Lannister), los libros infantiles de Dahl me resultan sorprendentemente macabros: en Las brujas, describe a una raza de mujeres espantosas que acaban con los niños de formas horribles y creativas, y las circunstancias que rodean a James y el melocotón gigante, pese a absurdas, son mucho más cercanas a los cuentos tradicionales que a la narrativa moderna y edulcorada.
Matilda tampoco es una excepción, y tenemos nada menos que a una niña de cinco años, superdotada, a la que sus padres desprecian y que, además de su inteligencia, descubre que cuenta con poderes telequinéticos, aunque el autor evite esa palabra en todo momento. A la protagonista le van a hacer falta, ya que la directora de la escuela es uno de los personajes más sádicos que se hayan podido describir en un libro para niños: siempre desde la perspectiva un tanto absurda, que sirve para suavizar la situación, la directora Trunchbull castiga a un niño a empacharse con tarta de chocolate, utiliza las coletas de otra niña para lanzarla como un martillo olímpico, y, sin llegar a ser oficial dentro de la novela, se le sospecha que tiene un asesinato a sus espaldas. Aunque el final feliz se sabe de antemano, y que la protagonista usa sus poderes con bastante ingenio, una de las mejores bazas de la historia es la explicación al inacabable directorio de la malvada principal: sus castigos, aunque sádicos, son completamente extravagantes, y es su excentricidad la que permite que cualquier verdad que cuenten los niños, resulte increíble a oídos de los padres. Sin duda, Roald Dahl conoce muy bien a sus lectores, y que muchos de ellos se habrán sentido así ante algún profesor particularmente antipático.
Esta claro que los gatos son un animal demasiado cotidiano para Durrel, acostumbrado a bichos a cada cual más raro.
ResponderEliminarY Dahl si que era muy macabro. No sé como no tuve yo más pesadillas por culpa de sus libros.
xD
martinyfelix: a mí me gustan los bichos un tanto peculiares (sean pingüinos, perezosos, y especialmente, ornitorrincos y cualquier otro marsupial de Oceanía), pero entre que ninguno de estos aparecía en el libro de Durrell, y la pobre aparición de los mininos, no me quedé muy contenta.
ResponderEliminarYo debí leer Las brujas con siete u ocho años, y ya entonces me daba cuenta que había algo demasiado macabro para un libro de niños. Claro que hasta sus relatos para adultos están marcados por un humor negro bastante notorio.