jueves, 10 de julio de 2025

Lecturas de la semana. Futuros inciertos

 



No sé como se luchará en la tercera guerra mundial, pero sí en la cuarta: con piedras y palos
Albert Einstein
La planificación, a muy largo plazo, es una herramienta inútil. En los ochenta creíamos que en el año 2000 iríamos todos vestidos de papel albal
Mi profesor de Dirección estratégica I, circa 2004

Desde que la  humanidad descubrió su capacidad para destruir no solo a sí mismo, sino  el llevarse a todo por delante, el peor futuro posible se convirtió en una constante en la ficción posterior a la segunda guerra mundial. Los humanos no  estarían en  la superficie de la tierra para siempre, y su  desaparición era algo tan inevitable como lejano, como lo fue la extinción de los dinosaurios, hasta que  la posibilidad de hacerlo  por la acción propia de estos se volvía una posibilidad unas veces más cercana que otras. Este final sería re imaginado de distintas formas, según las preocupaciones de la manera de pensar  de cada década. El temor a la guerra atómica daría  paso  a una deriva más paulatina,  la destrucción de la seguridad de del estado del bienestar, así como el evidente deterioro del ecosistema o el error definitivo, aquel en el que jugando a ser dios, el hombre encontraba su final a manos de sus propias creaciones, orgánicas  o artificiales.

Y rebuscando por las tiendas de segunda mano,  dos libros, no de los más conocidos, reflejaban estos posibles finales,  como algo uy lejano  e inevitable, pero también de una forma muy distinta a las que interpretarían hoy. Que probablemente, fuera un encogimiento de hombros y pensar “bueno, al menos no tendremos que  vivir más eventos históricos”.



Jean Pierre  Andrevon. Un mundo desierto.
Un hombre despierta en su habitación sin ningún recuerdo de su vida, para descubrir que todos a su alrededor han muerto. Cada hombre, mujer y niño de la ciudad se encuentra inerte, sin signos de violencia,  para ser devorado poco después por las ratas.  Demasiado confuso como para sentir nada, este  recorre a partir de entonces una pequeña ciudad,  ahora desierta en la que todo  parece haber quedado congelado en un momento del tiempo: cada mañana, las tiendas aparecen repletas de alimentos que no parecen  estropearse y las librerías muestran  prensa llenas de palabras sin sentido. Su vida continúa durante días  intentando comprender lo que sucede hasta que un nuevo visitante aparece en el lugar: una mujer tan  desconcertada como él, que desconoce como ha llegado hasta ahí.

Andrevon tiene una carrera  bastante amplia como autor de ciencia ficción y terror, aunque apenas se ha publicado en España (el otro que recuerdo es El retorno, bajo su seudónimo  Alphonse Brutsche,  en una colección olvidada que publicaba cosas del catálogo de Fleuve Norir).  Gran parte de sus novelas  giran entorno a la especulación, situaciones extrañas y  enigmáticas cuyo misterio se irá desgranando según el lector avanza, y en este caso, Mundo desierto es un ejemplo. Aunque la temática  entra  del lleno en la ciencia ficción, con elementos que a años después  podrían  verse en Matrix, los primeros capítulos, dotados de esa irrealidad, son más cercanos al fantastique, algo que se mantienen incluso cuando los protagonistas  investigan más sobre su entorno.

La novela , muy breve, sigue un estilo rápido, propio de la lectura un poco de quiosco de la colección en la que se publicó originalmente, y aunque  tiene algún elemento que hoy chirría (en concreto: que el autor insista  nosecuantas veces en que el personaje  femenino que aparece después es  10  o 12 años mayor que el protagonista) lo compensa  el desarrollo de la trama. Esta  no es  nada  rompedora, pero si bien ejecutada. Esta plantea un aspecto muy interesante: a las pocas páginas el lector supone que lo que sucede es algo sobre el fin del mundo. Así  es, pero este no será  algo repentino, y  a la tierra le quedan todavía muchas vueltas que dar. Algo que  hace que el desenlace esté impregnado de  cierta tristeza, un poco solipsista,  pero también es uno de los mejores  finales (literarios y del planeta) que he leído en mucho tiempo.




James  Kahn . demasiado mundo, demasiada sangre.
Esta es la historia de como dos amigos emprenden una búsqueda para recuperar a las mujeres que aman y vengarse de las criaturas que  han destruido sus  hogares. En un futuro lejano, tanto como para que las antiguas naciones hayan sido olvidadas ,y  el conocimiento humanos se hubiera  convertido en rumores y leyendas, donde la humanidad conviven en una paz incómoda con criaturas mitológicas  y animales inteligentes, el escriba Josh y el  centauro Beauty recorren un continente para salvar a sus seres queridos  antes de que sea demasiado tarde. Una búsqueda a la que se le unirán  Isis, una gata capaz de hablar  y razonar, y  Jasmine, una humana inmortal gracias a su cuerpo sintético, que ha sido testigo de todo lo sucedido durante  los últimos siglos.

La carrera de Kahn  se centra sobre todo en lnovelizaciones de guion, siendo responsable de los Goonies,  Poltergeist o  El retorno del Jedi. La trilogía del nuevo mundo, de la que este sería el primer libro, es prácticamente, su única narración original. Su carrera literaria se nota, porque el estilo narrativo es muy visual y simple: descripciones sin perderse d un detalle de los vestuarios o aspecto de los personajes, como si lo que estuviera haciendo fuera explicar una imagen,  de una manera simple y donde  pasa cuanto antes a las escenas de acción,  algo de lo que han bastante en las 500 páginas del libro.

Esta recoge una premisa a la que también se ha recurrido a menudo: el futuro lejano,  en el que de algún modo la magia vuelve sin m ser más que la tecnología olvidada ,y en el que las criaturas no humanas han asido fruto de ingeniería genética. Un tema  que remite a Los hechiceros de la guerra de Bashki, La sombra del torturador de Gene Wolfe  e incluso a Hora de aventuras. Y gracias a la cual incluye algún guiño muy bien traído  como la existencia de  hobbits  por un capricho de la humanidad que intenta sacar  a las criaturas de los libros (y que años después, con un fandom cada vez más friki e intransigente,  el chiste  ha ganado con el tiempo). También hay que reconocer que el personaje de Isis, la gata parlante, está tan bien caracterizado que sospecho que  Kahn, o convive, o convivió con gaticos en algún momento anterior a la escritura del libro.

Aunque esto, y  para quie negarlo, el nivel de locura que alcanza en algunos momentos la historia,  es lo más salvable. En realidad, este, más que  acercarse a La sobmra del torturador o Cena en el palacio de la discordia, lo hace a Holocausto Robot, 199: Los guerreros del Bronx  y otras producciones  italianas que, a la estela de Mad Max, intentaban  reflejar, a base de descampados y cazadoras vaqueras  con rotos, como en el año 2000 la civilización  caería e iríamos  todos hechos unos zorros entre robots y mutantes. En este caso, los mutantes son sustituidos por criaturas mitológicas  creadas genéticamente, por aquello de  poder  jugar también la baza de la fantasía  separándose un poco de los cánones de Tolkien y Dragones y Mazmorras.  No faltan  unas cuantas escenas  subidas de tono, que  los ochenta se notan  para mal y también había que demostrar que  esta era una obra de ficción para adultos (lo de  narrar mejor, cuidar la coherencia, o hacer pensar, ya lo dejamos para otro día) y unas cuantas tramas  que va incluyendo, como la  “nueva criatura” de la que  se habla  al principio y supondrá  el giro final, que acaban resultan confusas. Da la impresión que intentó incluir todo lo posible de cara a las continuaciones que tenía en mente.

El libro, en resumen, se disfruta como esas mismas películas   a las que recuerda: pasan demasiadas cosas como para aburrirse, a ratos parece original,  a otros, roza lo ridículo , pero  es un poco una forma de ver ese futuro lejano  donde  Kahn no quiso  quedar sin tocar ni un solo tema. Y con el que seguiría al menos durante un libro más: en España  Edaf publicó únicamente el primero. El según sería  la secuela directa, y el tercero, una historia completamente distinta que solo parece acercarse al mundo descrito en los anteriores de forma tangencial. En cierto modo, no podía haber una mejor forma de cerrar una saga tan enloquecida.

jueves, 3 de julio de 2025

Autopista al infierno (1991). Orfeo en cuatro latas

 


El descenso de Orfeo al Hades es la historia de esta figura mitológica que ha permanecido en la cultura. El viaje a través de la oscuridad por amor, en vano al final por un gesto inocente inspiraría, del mismo modo que lo haría Prometeo, Pandora o la poesía de Homero, narrativas posteriores en las que pese a las variaciones introducidas, se adivinaba ese mito original. Un mito que no quedaba limitado a la narrativa más elevada, sino que podía verse en un guion de serie B, tan aparentemente absurdo y falto de prejuicios como tremendamente creativo como solo podían serlo esas producciones hechas con más ingenio que medios. Y en la que ese Hades original se transformaba en un escenario tan improbable como una carretera que atravesaba el desierto de Nevada.


Charlie y Rachel son dos enamorados, pero demasiado jóvenes, que deciden tomar una arriesgada decisión a espaldas de sus padres: huir a las Vegas y casarse en secreto. Aunque su camino a través de una carretera secundaria que recorren intentando no llamar la atención es interrumpida por una monstruosa figura, vestida como un policía , que se lleva a Rachel. Aconsejado por el empleado de una gasolinera, quien los había advertido sobre la naturaleza de aquel camino, Charlie cruza el umbral entre ambos mundos para poder salvar a su novia. Aunque el infierno sigue sus propias reglas .y una de ellas es que deberán salir de allí ante de que amanezca.





En España, el infierno sería un bar con serrín en el suelo y garrulos gritando con un partido de fútbol de fondo (al menos para mí)


Esta es una de esas películas cuya realización se encuentra a caballo entre ambas décadas: aunque estrenada en 1991, cuando el cine de entretenimiento comenzaba a derivar hacia el blockbuster espectáculo y los efectos digitales se iban abriendo paso, mantiene los códigos de la serie B de los años anteriores, mezclando el terror con la comedia alocada, utilizando efectos especiales artesanales y con una premisa tan extraña como es esa revisión del mito de Orfeo y Euridice desprovista de todo atisbo trágico y trasladada al microcosmos de las carreteras que cruzan Estados Unidos y la cultura popular que el país fue desarrollando durante el siglo XX.
El guion de Brian Hegeland, responsable también de historias mucho más serias y recordadas como L. A. Confidential y Mystic River, adopta en clave de fantasía y humor, la leyenda del viaje al Hades, aquí transformado e n un paraje desértico en el que los escenarios tradicionales han sido sustituidos por referencias, tan inesperadas como bien traídas. El purgatorio es un bar de carreteras, donde la condena es escuchar la charla de una camarera que nunca sirve café, un local de alterne bautizado como Hoffa´s, en honor al sindicalista (y probablemente, como guiño a la franquicia de bares con tetas family friendly Hooters), y donde estos escenarios conviven con guiños a frases hechas como que El infierno está pavimentado de buenas intenciones…En este caso, literalmente. Tampoco falta una sala donde ciertos personajes ilustres, como Imelda Marcos o Gadafi, tenían un asiento reservado. Toda una versión estrafalaria del recorrido por el infierno en el que el personaje de referencia será esa primera figura, Hellcop, con gafas de espejo y el rostro marcado con citas bíblicas, que cumple su cometido de forma tan implacable como muchos asesinos de series entonces populares. Una sucesión de escenas en equilibro con las situaciones que viven los protagonistas, tales como morir y regresar, replantearse la decisión que los ha llevado a ese lugar, o un momento en el que el héroe es tentado por un grotesco súcubo que si bien no desentonaría en una historia más seria, aquí se plantea desde su enfoque más cómico y solo son una parte más de esa particular odisea.


El reparto, al menos en cuanto a ala protagonista, es el aspecto más flojo: la pareja d formada por Chad Lowe y Christy Swanson son lo más pavisoso que podría haberse elegido (además de ser etas última la primera y también más aburrida encarnación de Buffy), y la aventura que ambos viven mantiene su interés gracias al guion, su ejecución visual y sobre todo, al elenco de secundarios. Desde toda la familia Stiller interpretando distintos cameos, y donde podemos ver a Ben caracterizado como Atila, hasta el personaje de Richard Fansworth, muy breve pero con interés. Y especialmente, el diablo encarnado por Patrick Bergin, con una moral ambigua, mucho más próximo a la figura burlona, pero ciertamente amistosa con los humanos, en lugar de la encarnación del Grran Adversario de la religión oficial. Y es que este personaje, Beezle, a modo de guiño para el público, resulta, como el diablo de las creaciones populares, mucho más cercano, buen perdedor y amable, que la zarza ardiendo con tendencias autoritarias que lo desterró al infierno.
Con un dúo protagonista tan poco carismático, el aspecto más destacable, además del resto del reparto, son su s efectos especiales: entre unos exteriores de aspecto lunar se mueven desde extras con disfraces más sencillos hasta caracterizaciones más cuidadas y tangibles como ese Policía del infierno o directamente exagerados como un súcubo, diseñado en puro látex y en el que no escatiman detalles grotescos para su diseño. Se asoma también, muy poco, esos primeros efectos digitales, que entre el presupuesto y lo primerizo, destacan terriblemente para mal, como ese coche atravesando un abismo en el que la infografía canta como poco. Y todavía lo hace más en comparación a secuencias como un Cerbero, casi recuerdo de otra época, filmado en stop motion.




Entre cruces de caminos, cactus, desierto y bares de carretera, esta autopista al infierno es, tanto una de esas películas un poco perdidas entre dos décadas, como una revisión de un mito clásico, donde la tragedia es sustituida por el humor y lo fantástico.