jueves, 14 de diciembre de 2023

La clásica historia de terror (2021). Y ahora, algo completamente (in)diferente

 


A menudo se acusa al cine de terror de ser poco original, de caer en lo derivativo o del “está todo inventado”. Una acusación un poco arbitraria al estar todo tan inventado como podría estarlo en el policiaco o en la comedia romántica, pero que también se ha utilizado como ventaja a la hora de rodar guiones que no dudan en explotar las referencias, o incluso, retorcer los tópicos para crear algo distinto. Cabin in the Woods fue esa película que consiguió dar la vuelta a todos, otras intentarían con posterioridad seguir las posibilidades que esta había abierto. Aunque el resultado acabara siendo irregular, en muchos casos, o simpático, en el mejor de estos. Pero si algo se pudo sacar de la película de Whedon es que se había inventado todo, pero no todas las alternativas de narrar, y es precisamente una producción italiana, el país que se especializó en las exploitation, en copiar todo lo posible y a la vez crear algo propio como el giallo o el spaguetti western, una de las responsables en intentar, como dice su título, hacer la clásica historia de terror.


Cinco desconocidos emprenden un viaje por el sur de Italia en un vehículo compartido. El encargado del viaje, un entusiasta del cine y las redes sociales, se encarga de llevar a su destino a una prometedora estudiante, una pareja que acude como invitada a una boda y a un médico en el peor momento de su carrera. Pero un accidente durante el trayecto los saca de la carretera y de la ruta que estaban recorriendo. Estos despiertan en medio de un claro, en un lugar desconocido donde únicamente hay una cabaña que contiene unos retablos en los que se muestra una historia: la de tres desconocidos que hace siglos, salvaron a un pueblo a cambio de un sacrificio y el alma de sus habitantes. Un extraño altar en el bosque, y una niña encerrada en el desván de la casa, apuntan a que los sacrificios rituales han continuado hasta hoy, y que ellos pueden ser los siguientes. Porque, a fin de cuentas, es lo más típico que le puede pasar a nadie cuando en una película de terror, acaba perdido en el bosque.



La película empieza, en su primera mitad, empleando referencias muy directas a varios tópicos del cine de terror: los protagonistas son todos los estereotipos reconocibles, como el friki, la pareja, el tonto que muere primero, y, sobre todo, la final girl, que se comportan en mayor o menor medida conforme a este rol asignado. Queda muy lejos, en este caso, la capacidad de darle la vuelta en menos de cinco minutos con la que Cabin in the Woods había decidido que iba a romper la baraja de los tópicos. Pero estos al menos se alejan de su versión más forzada y odiable al no buscar el retrato paródico. Destacan precisamente Matilda Lutz en el papel protagonista y Francesco Russo como conductor, y a la vez responsable indirecto de uno de los giros que tomará el guion, porque el resto, en comparación, tienen un papel de apoyo un tanto secundario y acaban sufriendo muy rápido el destino de todo personaje no principal en una película de terror. Un reparto que también es bastante variado en cuanto a nacionalidades, contando con actores  italianos en su mayoría, pero también de Reino Unido o incluso de Ucrania. Un detalle que, un poco por asociación, no me ha recordado también a las producciones  italianas de los setenta y ochenta, donde sus protagonistas eran a menudo un mix de actores europeos, italianos con seudónimo y algún anglosajón  relativamente conocido.


¿A quien no le va a gustar un retablo de atrezzo de serie B?

Además de recurrir a estereotipos del género, el guion cuenta también con referencias recientes en su mayoría. Aunque  se menciona abiertamente, y casi a gritos, a Sam Raimi y esa cabaña perdida en el bosque, la figura más reconocible es el folk horror y sobre todo, el que vino de la mano de Midsomar, quizá  por ser el más reconocible (y responsable del actual debate entre el “terror elevado” y el terror de “déjame tranquilo que yo solo quiero pasar el rato”) pero  también The ritual, estrenada unos años antes en la misma plataforma. Y cuyo estilo, mucho más oscuro y sangriento, se acerca a estéticas del torture porn que la película no duda en utilizar.


Aunque este último, en comparación a las salvajadas que hizo Eli Roth inaugurando el género, se queda en algo mucho más suave, pero determina dos aspectos que caracterizan a la película: el uso de referencias cinematográficas muy recientes, de las que una de ellas servirá para determinar el cambio de tono en la segunda mitad. Esta pasa a inspirarse directamente en los clichés del terror más violento, pero usándolos también con un sentido muy paródico. El tópico del entretenimiento sádico para millonarios se mezcla aquí con la parodia local, mencionando a menudo los estereotipos de Italia del Sur y la mafia calabresa como un grupo que, como cualquier organización, debe adaptarse a los cambios de mercado y a las necesidades de sus clientes ilegales, en este caso. De este modo, retorciendo con ironía esa idea de un clan mafioso reconvertido a la creación de contenidos como cualquier influencer, salvan, medianamente, una segunda parte cuyo desenlace supone una decepción para una parte del público: una parte, por no estar lo bien ejecutada que podría. Otra, por lo predecible de su resolución. Aunque para quienes se tomaran al pie de la letra el título de la película, puede limitarse a aceptar que esta era a un poco lo que podía esperarse, y disfrutar de ese enfoque más acido  donde se menciona, con muy mala baba, la opinión sobre 3el cine patrio de entretenimiento y la crónica negra como forma de ocio.

En conjunto, esta es una película que queda lejos todavía de ser una producción in novadora, o algo que pueda recordarse más adelante. Más cercana a Scare Tactics que a otras aproximaciones más innovadoras o creativas, esta, bastante por encima de una gran parte del catálogo disponible en Netflix, hace honor a su título: la clásica historia de terror que veo el domingo por la tarde entre sofá, manta y gatas.

jueves, 7 de diciembre de 2023

No tengas miedo (2023). Esqueletos en la pared

 


Si el propio hogar puede convertirse en el origen del terror, este tendrá un mayor peso cuando el protagonista es un niño. Estos, con la percepción propia del mundo infantil, el exceso de imaginación que se les achaca a menudo, o con una experiencia vital todavía reducida al entorno familiar y escolar perciben, a menudo, anomalías de las que los adultos no son conscientes, o en el peor de los casos, se dan cuenta que algo no marcha bien en su entorno familiar. Una historia protagonizada por un niño será muchas veces más opresiva, a veces un tanto ilógica, quizá más atmosférica y muchas veces, con una estructura o tono propios e un cuento siniestro. Un recurso que el creador de Marianne, una de esas series que pasó fugazmente por Netflix pese a su buena recepción, utilizaría en su siguiente largometraje.


Peter es un niño de ocho años que si bien no tiene el miedo a la oscuridad que menciona el título, si cuenta con algo que lo aterroriza cada noche: una serie de golpes en la parece que resuenan en su cuarto. Sus padres, pese a su carácter sobreprotector, le aseguran que no son más que imaginaciones que aumentan el ruido provocado por los ratones en una casa antigua. Sin embargo, la actitud de estos cambia cuando su profesora ve un dibujo donde Peter refleja esos terrores nocturnos. La despreocupación de estos se convierte en una actitud agresiva con la que exigen silencio a su hijo sobre lo que escucha cada noche. Con la posterior expulsión de Peter de su colegio, los actos de estos se volverán más extraños. Más violentos, mantienen conversaciones veladas acerca de lo que hay en la pared. Y los ruidos esta vez, vendrán acompañados de una voz que advierte a Peter de que sus padres no son lo que parece, y que pretenden hacer daño a ambos.



La película, en cuanto a duración, es una de esas rarezas que se asoman ocasionalmente a unos cines en los que la norma es estirar el metraje en proporcional al precio de la entrada. Unos noventa minutos escasos en los que desarrolla una historia muy oscura, atmosférica, y un tanto desoladora: la vida del protagonista transcurre en un entorno opresivo donde el gris de las paredes de su casa da paso a un aula convertida en un lugar hostil, donde el bullying es una parte más de su rutina y donde  únicamente esa profesora suplente, que valora sus trabajos y muestra genuina preocupación por un dibujo que indica que algo no marcha bien. Una sensación de desprotección que choca con un hogar claustrofóbico, algo paradójico viniendo de una casa enorme y de habitaciones amplias, decorada completamente en gris oscura, empapelada y amueblada con piezas anacrónicas y habitada por unos padres cuyo vestuario es tan intemporal como fuera de lugar, tan extraño como ese comportamiento cada vez más errático y equivoco, que adoptan con su hijo. Un escenario completado con ese huerto de calabazas que presagia la semana anterior a Halloween, cuando transcurre la historia, y que tanto por su tonalidad como por su carácter anecdótico 8(es de estos guiones un tanto únicos, que no tendría sentido continuar) la convierte en una película muy estacional, una que podría perfectamente a haberse estrenado a finales de octubre y aprovechar este factor más que su lanzamiento en verano.


No me pises el sembrao

Esta primera parte, en cuanto a atmósfera y construcción de tensión, funciona perfectamente y se convierte en lo mejor de toda la película. Esta, desde el comienzo, no juega al despiste y pone claro que hay algo extraño en la casa, y sobre todo, en los padres del protagonistas. Algo que se irá desarrollando progresivamente a través de las voces que Peter escucha en su cuarto, haciendo que lo anómalo aparezca para quedarse definitivamente desde ese momento decisivo en el que Peter es encerrado  en un sótano cuya puerta se esconde tras el frigorífico, sugiriendo que este elemento ha sido usado  como castigo previamente y recurriendo, también , a otros elementos que sirven de indicio sobre lo que sucederá. Las arañas, el miedo de Peter a estas, así como la imagen de las telas de araña, son algo tan recurrente, y premonitorio, como la estabilidad mental de esos adultos que parece resquebrajarse por momentos.


Una gran parte de esto se debe al trabajo del reparto principal. El trío protagonista, en el que Woody Norman interpreta a un niño cuyo aspecto saludable contrasta  con su palidez y una actitud introvertida, de la que es posible intuir la infancia que este está viviendo a manos de sus padres: Lizzy Caplan, una madre que oscila entre el afecto y el brote psicótico, y sobre todo, Anthony Starr, con una permanente sonrisa y una actitud entre afable y de amenaza velada que lo convierte en un personaje inquietante. Pero...¡cuando Homelander hace de padre, podemos ir suponiendo que la cosa no va a ir por la alegre comedia fantástica!

En comparación al resto, el tramo final desmerece mucho del comienzo y de un desarrollo prometedor. Este se convierte en una serie de persecuciones atropelladas, muertes rápidas  de gente que en el sentido más literal, pasaba por ahí, y la revelación de un monstruo que deja de ser una presencia sutil  para  transformarse en una criatura mortífera cuyo trasfondo no guarda mucho sentido con su comportamiento (¿cómo suponemos que el hijo deforme al que abandonan para morir tras un tabique se expresa y desarrolla unos planes dignos de Moriarty?), que a ratos recuerda a aquel episodio mítico de la Casa árbol del terror de los Simpson, y a otros, hace que la historia pierda su lógica interna. Porque un buen relato de terror no tiene  porqué ser lógico o realista, pero sí mantener  cierta coherencia  entre lo que se ha visto previamente y su desenlace.


Pese a tratarse de una película de terror que funciona bien, y a cuya trama consigue atrapar al espectador desde el primer momento, No tengas miedo a la oscuridad no podría considerarse como la mejor de todo el año, como tampoco fue Marianne la mejor serie de 2021 pese al hype de una semana del que disfrutó. Pero sí es una buena historia de terror infantil, con ese carácter anecdótico que le proporciona el ser un largometraje conciso, y probablemente, alejado de toda posibilidad de ser franquiciado.