A menudo se acusa al cine de terror de ser poco original, de caer en lo derivativo o del “está todo inventado”. Una acusación un poco arbitraria al estar todo tan inventado como podría estarlo en el policiaco o en la comedia romántica, pero que también se ha utilizado como ventaja a la hora de rodar guiones que no dudan en explotar las referencias, o incluso, retorcer los tópicos para crear algo distinto. Cabin in the Woods fue esa película que consiguió dar la vuelta a todos, otras intentarían con posterioridad seguir las posibilidades que esta había abierto. Aunque el resultado acabara siendo irregular, en muchos casos, o simpático, en el mejor de estos. Pero si algo se pudo sacar de la película de Whedon es que se había inventado todo, pero no todas las alternativas de narrar, y es precisamente una producción italiana, el país que se especializó en las exploitation, en copiar todo lo posible y a la vez crear algo propio como el giallo o el spaguetti western, una de las responsables en intentar, como dice su título, hacer la clásica historia de terror.
Cinco desconocidos emprenden un viaje por el sur de Italia en un vehículo compartido. El encargado del viaje, un entusiasta del cine y las redes sociales, se encarga de llevar a su destino a una prometedora estudiante, una pareja que acude como invitada a una boda y a un médico en el peor momento de su carrera. Pero un accidente durante el trayecto los saca de la carretera y de la ruta que estaban recorriendo. Estos despiertan en medio de un claro, en un lugar desconocido donde únicamente hay una cabaña que contiene unos retablos en los que se muestra una historia: la de tres desconocidos que hace siglos, salvaron a un pueblo a cambio de un sacrificio y el alma de sus habitantes. Un extraño altar en el bosque, y una niña encerrada en el desván de la casa, apuntan a que los sacrificios rituales han continuado hasta hoy, y que ellos pueden ser los siguientes. Porque, a fin de cuentas, es lo más típico que le puede pasar a nadie cuando en una película de terror, acaba perdido en el bosque.
La película empieza, en su primera mitad, empleando referencias muy directas a varios tópicos del cine de terror: los protagonistas son todos los estereotipos reconocibles, como el friki, la pareja, el tonto que muere primero, y, sobre todo, la final girl, que se comportan en mayor o menor medida conforme a este rol asignado. Queda muy lejos, en este caso, la capacidad de darle la vuelta en menos de cinco minutos con la que Cabin in the Woods había decidido que iba a romper la baraja de los tópicos. Pero estos al menos se alejan de su versión más forzada y odiable al no buscar el retrato paródico. Destacan precisamente Matilda Lutz en el papel protagonista y Francesco Russo como conductor, y a la vez responsable indirecto de uno de los giros que tomará el guion, porque el resto, en comparación, tienen un papel de apoyo un tanto secundario y acaban sufriendo muy rápido el destino de todo personaje no principal en una película de terror. Un reparto que también es bastante variado en cuanto a nacionalidades, contando con actores italianos en su mayoría, pero también de Reino Unido o incluso de Ucrania. Un detalle que, un poco por asociación, no me ha recordado también a las producciones italianas de los setenta y ochenta, donde sus protagonistas eran a menudo un mix de actores europeos, italianos con seudónimo y algún anglosajón relativamente conocido.
¿A quien no le va a gustar un retablo de atrezzo de serie B?
Además de recurrir a estereotipos del género, el guion cuenta también con referencias recientes en su mayoría. Aunque se menciona abiertamente, y casi a gritos, a Sam Raimi y esa cabaña perdida en el bosque, la figura más reconocible es el folk horror y sobre todo, el que vino de la mano de Midsomar, quizá por ser el más reconocible (y responsable del actual debate entre el “terror elevado” y el terror de “déjame tranquilo que yo solo quiero pasar el rato”) pero también The ritual, estrenada unos años antes en la misma plataforma. Y cuyo estilo, mucho más oscuro y sangriento, se acerca a estéticas del torture porn que la película no duda en utilizar.
Aunque este último, en comparación a las salvajadas que hizo Eli Roth inaugurando el género, se queda en algo mucho más suave, pero determina dos aspectos que caracterizan a la película: el uso de referencias cinematográficas muy recientes, de las que una de ellas servirá para determinar el cambio de tono en la segunda mitad. Esta pasa a inspirarse directamente en los clichés del terror más violento, pero usándolos también con un sentido muy paródico. El tópico del entretenimiento sádico para millonarios se mezcla aquí con la parodia local, mencionando a menudo los estereotipos de Italia del Sur y la mafia calabresa como un grupo que, como cualquier organización, debe adaptarse a los cambios de mercado y a las necesidades de sus clientes ilegales, en este caso. De este modo, retorciendo con ironía esa idea de un clan mafioso reconvertido a la creación de contenidos como cualquier influencer, salvan, medianamente, una segunda parte cuyo desenlace supone una decepción para una parte del público: una parte, por no estar lo bien ejecutada que podría. Otra, por lo predecible de su resolución. Aunque para quienes se tomaran al pie de la letra el título de la película, puede limitarse a aceptar que esta era a un poco lo que podía esperarse, y disfrutar de ese enfoque más acido donde se menciona, con muy mala baba, la opinión sobre 3el cine patrio de entretenimiento y la crónica negra como forma de ocio.
En conjunto, esta es una película que queda lejos todavía de ser una producción in novadora, o algo que pueda recordarse más adelante. Más cercana a Scare Tactics que a otras aproximaciones más innovadoras o creativas, esta, bastante por encima de una gran parte del catálogo disponible en Netflix, hace honor a su título: la clásica historia de terror que veo el domingo por la tarde entre sofá, manta y gatas.