jueves, 24 de febrero de 2022

Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976). El western entre líneas

 


Aunque John Carpenter hubiera aportado durante cuatro décadas todo tipo de temas al fantástico, desde el slasher hasta el cuento de fantasmas, pasando por el horror cósmico y las películas de chinos, en casi todas ellas se aprecia el género que le ha fascinado y que no abordó directamente el western. Por limitación de medios, o por los intereses del púbico, era difícil que sus personajes se enfrentaran en un duelo al sol poniente. Fue en su primera película donde, ante la imposibilidad de poder enfocarlo directamente, decidió ofrecer su propio western crepuscular…e incluso su primera película de zombies.



A mediados de los setenta, algunas áreas de Los Ángeles son una pesadilla urbana. Los barrios más desfavorecidos son territorio de bandas que tienen en su poder armas de fuego que suponen un problema para un cuerpo de policía insuficiente. En esta situación, la comisaría del Distrito 13  se dispone a cerrar sus puertas para ser trasladada. La noche antes de su cierre definitivo, un pequeño grupo compuesto por oficiales de policía y dos secretarias se disponen a esperar el final en una última guardia en una comisaría desmantelada donde no debería suceder nada. Salvo que esa también será la noche  en el que un traslado de presos se vea obligado a detenerse allí cuando uno de ellos se encuentra gravemente enfermo, y cuando, al mismo tiempo, un hombre irrumpe en busca de ayuda tras haber provocado el juramento de venganza de una de las bandas locales. A partir de entonces, el grupo se verá obligado a resistir el ataque de unos delincuentes dispuestos a cavar con ellos, sin importar quienes sean sus víctimas, y sin temer a perder la vida en el asalto.



Como primera producción estrenada, en ella pueden apreciarse los temas a los que a menudo volvería durante su carrera. Un grupo atrapado en un entorno cerrado, que les sirve de protección mínima pero que a la vez les impide huir de una amenaza exterior, anónima  y sin rostro ni diálogo, personajes generalmente al margen de la sociedad o de la ley que adquieren la condición de héroes de forma involuntaria. Y del que el personaje principal, Napoleón Wilson, cuyo apodo promete explicar en un momento posterior que nunca llega, es un ensayo, todavía neutro y discreto, de Snake Plissken, Jack Crow, de Jack Burton, que seguramente tendría algo que decir en ocasiones como estas, e incluso de Desolación Williams, el antihéroe de Fantasmas de Mate que casi podría funcionar como un remake de esta.


Además de poder mantenerse como referencia para muchos de sus guiones posteriores, la película es ante todo, un western. Uno trasladado a la época actual debido a las limitaciones presupuestarias, con las que contaba, pero a partir de  las cuales  demostraría ser capaz de defenderse perfectamente dentro de la serie B sin que se produjera el salto a producciones de primera clase (hablando en términos de promoción y dinero),y que era posible reconocer su intención sin tener que recurrir al escenario que tenía en mente. El planteamiento, el reducido grupo de personajes formados por un agente de la ley, una mujer tan fuerte como sus compañeros y un forajido con un código ético que le lleva a integrarse y defender a su grupo porque es lo correcto, no porque le sirva de algo.  Los escenarios, derivado de la limitación se componen de edificios vacíos y al borde del derribo, de calles anormalmente desiertas donde, ocasionalmente, destaca una cabina telefónica que parece casi absurda en el medio de la nada. Un composición que por lo austera es muy similar a los paisajes donde se movían muchos personajes del western crepuscular.


Este no es el único género del que es deudor. A menudo se la considera una de las mejores películas de zombies sin zombies que se han filmado. Y la noche de los muertos vivientes también es una referencia directa. Los pandilleros obcecados con entrar en la comisaría y arrasar con los personajes se convierten en una masa silenciosa, sin más objetivo que el de avanzar y que se conforman con asesinar limpiamente. Aunque de forma muy hábil, apenas se los ve disparar a estos sino a los protagonistas, quienes defienden la comisaría  como podrían haberlo hecho los soldados de un fuerte o los supervivientes de un centro comercial rodeado de no muertos.

Asalto a la comisaría del distrito 13 fue la aparición de Carpenter en el cine, donde se adelantaba lo que supondría su carrera dentro de la Serie B y donde esta presenta todos los elementos, banda sonora con sintetizador incluída, que no dudaría en utilizar más adelante.

jueves, 17 de febrero de 2022

Lecturas de la semana. De mal y buen rollo

 



Hay libros que al terminarlos, hace falta un descanso. O un cambio de registro, algo que  suponga una historia más asequible o menos desoladora que la anterior. La mezcla que acaba saliendo suele ser de lo más variopinta…en este caso, hemos pasado del invierno nuclear a una recopilación de relatos basados en la cultura popular.



Hielo. Anna Kavan. En un lugar indeterminado, un hombre sin nombre persigue a una muchacha de aspecto irreal. Poco se sabe de ellos, salvo que el narrador está obsesionado con encontrarla y salvarla de su marido, conocido únicamente como el Magistrado, quien la trata con violencia, pero que hay algo extraño en este salvador dispuesto a seguirla hasta los confines de la tierra. Un protagonista que a menudo  sufre visiones donde esta es brutalmente asesinada y que, en cada encuentro, la joven no duda en huir de nuevo. La situación es tan incomprensible como el mundo arrasado en el que se mueven, sumido progresivamente en un invierno nuclear que avanza en forma de muro de hielo, y del que el único lugar a salvo es una isla tropical a la que también le queda poco tiempo y que el narrador evoca como el lugar al que espera regresar.

La novela es una mezcla entre distopía sobre la guerra atómica (eso que daba miedo a nuestros padres y ahora nos va a acongojar mucho según vaya lo de Ucrania), y posible metáfora sobre la situación de la autora. Esta, heróinómana, describe una situación obsesiva en la que la búsqueda del protagonista refleja bien un proceso de adicción y abstinencia, que tiene un matiz irreal en un escenario construido a partir de alusiones veladas a naciones militarizadas, ciudades destruidas y sobre todo, la presencia del hielo descrito como algo implacable, pero hermoso, que se convierte en el final definitivo de la narración y del mundo en el que acaban sumidos sus protagonistas.




Anno Dracula 1899 and Other Stories. Kim Newman. La carrera de Newman empezó hacia los ochenta sin renunciar  a ningún trabajo. Desde novelas de Warhammer Fantasy bajo seudónimo y con varias colecciones de relatos, su serie más conocida es El año de Drácula, una ucronía  donde el no muerto de Bram Stoker consigue llevar a cabo sus planes y exender el vampirisismo por una Inglaterra donde personajes de la literatura son tan reales como él. Vamos, que es el señor que se adelantó a Alan Moore en esto de hacer que Drácula, Herbert West, el doctor Caligari y muchos otros camparan a sus anchas por Europa. Pero manteniendo siempre una actitud más desenfadada y centrada en lo narrativo que la que tomaría el mago gruñón de Northampton.

Pese al título, no aparece Dracula por ningún lado (salvo mención anecdótica en el último cuento que si tiene lugar en esa serie), sino que son historias sueltas protagonizadas por personajes de la literatura y la cultura popular: uno de los invasores de marte de la guerra de los mundos, reconvertido a actor en horas bajas, el suero del doctor Jekyll comercializado como reconstituyente a la altura de la cocaína, o una maldición que provoca que todas las producciones audiovisuales se conviertan en parte del ciclo Poe de Roger Corman y Price (pensándolo bien, no veo nada malo en esto), son solo algunos de los cuentos de una colección muy variada donde también aparecen una versión alternativa de los superhéroes de la edad dorada…e incluso la filosofía, donde se atreve a teorizar sobre la naturaleza de las ciudades ficticias como Metrópilis o incluso Paris.

Newman es un autor con un estilo muy marcado y se sabe más o menos lo que va a encontrarse  en una antología titulada  a partir de su novela más famosa. Pero, sabiéndolo de antemano, es diversión asegurada y por mi parte, ganas de leer alguna de las novelas  que publicó en su día para Warhammer ¡No todo van a ser Valdemares y fantástico continental de entreguerras!

jueves, 10 de febrero de 2022

Day of the Dead (2021). Si alguien pregunta, nunca hemos estado en Mawinhaken

 


2022 será el año en que termina Walking Dead, tras once temporadas que.. bueno, desde l 2018 no tengo ni idea de qué ha pasado porque  abandoné la serie debido al factor agotamiento, algo que como aficionada a los zombies es muy gordo. Tendría que venir  Z Nation con cinco temporadas  que se fueron como llegaron, llenas de locura, efectos cutres, vergüenza ajena y falta de prejuicios para devolverle el carácter más salvaje y divertido a los muertos vivientes. Y se ve que Syfy quiso probar suerte de nueve con el género, volviendo al origen y haciendo nada menos que un remake de El día de los muertos de Romero.


Poco tiene de remake en realidad esta serie de diez episodios, salvo por los ombres de los personajes. Rhodes, el doctor Logan, y sobre todo Bub, el zombie que conservaba parte de su inteligencia humana. Salvo por la epidemia, que todavía no ha comenzado y no hay ninguna base militar subterránea con soldados cabreados, sino un pequeño pueblo donde una excavación de fracking descubre un cadáver momificado y cubierto con una máscara tribal, que parece todavía vivo y ataca a todo aquel que se le acerca. Como buen empleado de corporación malvada, el capataz Rhodes decide continuar su trabajo y deshacerse de todo aquel que intente interponerse. Pero esto supondrá que algo en la tierra haga regresar a todos los cadáveres de Mawinhaken, acabando con la vida tal y como la conocían sus habitantes: la candidata a la alcaldía el día de las elecciones, una empleada de funeraria, un médico el día de su boda y na científica obsesionada con encontrar lo que reanima a los muertos son solo una parte de quienes quedan encerrados en un antiguo supermercado como único lugar seguro, o intentarán huir de las hordas de muertos.


El juntar zombies y Syfy hace pensar inevitablemente en Z Nation, que, aunque tenga alguna cosa en común, el parecido termina ahí: es cierto que ambas comparten la falta de complicación, el centrarse en la acción y no en el drama, no tomarse en serio, y especialmente, el estar hechas con cuatro duros, pero este día de los muertos resulta mucho más coherente y evita caer de lleno en la vergüenza ajena y en esa sensación de “por dios que nadie me pille viendo esto” que era marca de la casa en las aventuras de Murphy, doc y compañía. Si bien no tiene vocación seria, sí procura que lo que narren guare un mínimo de coherencia y no haya cambios de situación y reglas internas bruscos. Al menos en teoría, porque hay por aquí algún otro zombi que de tambalearse pasa a correr como alma que lleva el diablo. Y algún personaje que  también pasa bastante rápido de repelente oficial a  héroe y tirador experto.



Además de  quedarse con el aspecto más lúdico del género, sus creadores demuestran manejar hábilmente muchos de los tópicos de la serie B y el cine de videoclub. La historia, lejos de lo ambiguo de los zombies de Romero, es una mezcla entre trasfondo de mitología india, conspiraciones modernas, escenarios comunes como el cementerio o un supermercado, y especialmente, unos personajes que parecen pensados  para no preocuparse mucho en cuanto estos mueren o de los que sobrevive el más inesperado. Junto a unos efectos especiales que no alcanzan el nivel de desolación de Z Nation pero donde sí aparece más de una infografía un tanto cutre. Aunque lo importante en este caso, que son los zombies, cumplen de sobra: unos maquillajes bastante gráficos, que oscilan entre el cadáver seco y enterrado, y el blanco azulado de un recién muerto.


Estos últimos también son muy deudores de la Day of the Dead original. Si bien el guion poco tiene que ver con esta, la manera de  caracterizarlos  sí recuerda a la original de romero, así como el papel de los personajes: Rhodes, Logan o Bub hacen, en esencia, lo mismo que sus predecesores, pero adaptados a una narrativa nueva. Aunque eso no impide que también aparezca una referencia a la frase mítica del primero, deseándole a los zombies que así se atraganten. Se nota, también, que han pasado 30 años y el guion aporta elementos que se han convertido en parte de la cultura popular: los personajes usan todo tipo de herramientas caseras y armas de asalto del mismo modo que lo harían los protagonistas de un videojuego, y el trasfondo familiar de uno de ellos recuerda un poco a una de las primeras entregas de Resident Evil.

De el día de los muertos pue de decirse que ha estado a la altura de las circunstancias. Tomando los derechos de la película de Romero, han rodado una historia distinta pero muy deudora del cine de zombies menos complicado y más divertido, y han sido capaces de mantener un curioso equilibrio entre lo cutre y lo que funciona.


jueves, 3 de febrero de 2022

Django (1967). El hombre del ataúd.

 

Aunque  hoy no sea uno de los géneros más populares (al menos como tal, porque no ha desaparecido, sino que se ha adaptado a otras narraciones), el western ha formado parte de la cinematografía durante décadas. En él se aprecia una evolución de narración estadounidense por excelencia a  otra muy distinta: el spaguetti western, el desierto de Almería, la música estridente donde los duelos al sol poniente adquieren un tono irreal. Aunque la figura de Clint Eastwood sea el rostro más conocido, este cuenta también con otro que, además de un nombre, aparecería encarnado en varias películas.


Un hombre atraviesa el desierto  arrastrando un ataúd tras él. A lo lejos ve como una joven, a merced de los revolucionarios, cae, con igual fortuna, en manos de una banda de confederados.  Su revólver y puntería son suficientes para  ponerla a salvo y acompañarla al pueblo al que  se dirige. Sin más población que los empleados de un burdel y unos cuantos aldeanos, este se encuentra en terreno neutral para los revolucionarios del general  Rodríguez y los camisas rojas del Mayor  Jackson,  que aterroriza al pueblo con sus fanatismo y crueldad. Aunque, como explica Nahaniel,  el desafortunado barman del burdel, al Django, el recién llegado, ninguno de ellos supone una mejora respecto al otro. Indiferente al enfrentamiento entre  ambos bandos, la llegada de Django  responde a sus propios intereses: en el ataúd que lo acompaña  guarda algo que quizá pueda ayudar a los revolucionarios, pero solo para lo que él ha estado buscando: vengarse del Mayor Jackson y sus hombres. 


La atmósfera de la película queda muy lejos de la claridad con la que se reflejaba el western clásico (aunque este  tuviera sus claroscuros y profundidad psicológica). Este, mucho más oscuro, aprovecha los escenarios más diversos, desde los exteriores de Madrid hasta un parque natural en Italia, ofreciendo un aspecto desolador y tan crepuscular como el adjetivo que  definiría a este tipo de western. El tono muestra un lejano oeste fantasmagórico, que poco tendrá que ver con una recreación real: los villanos y su actitud fanática no desentonarían en un guion  pos apocalíptico. Su planteamiento, con una exposición a la violencia casi teatral, recuerda a las aproximaciones del cine de samuráis, y donde la trama  en la que bandos enfrentados  tienen como principal antagonista a un antiguo soldado  podría ser una versión muy libre de Yojimbo.



Esta cualidad extraña se acentúa debido a los medios de producción disponibles.  Aprovechando los exteriores de los que dispone, los grupos de figurantes son tan dispersos y sus apariciones tan puntuales que aporta adecuadamente una impresión de aislamiento y de zona bélica, junto a un poblado permanentemente embarrado que más que el far west, acaba dándose un aire al Nou Barri en los 60. Unos decorados y exteriores  por los que se mueve un reparto que hoy puede considerarse memorable: Franco Nero, cuyos pálidos ojos azules miran fijamente  a la pantalla en los momentos más dramáticos, y que se enfrenta por igual a los revolucionarios que a sus antiguos enemigos (después de todo, ningún bando es mejor que otro)…de los que sus cabezas visibles son nada menos que José Bódalo y Eduardo Fajardo.



El personaje de Franco Nero supondría entonces el comienzo de una serie de películas en las que este aparecería de forma recurrente. No es para menos, ya que este (cuyo nombre  es un guiño a Django Reindhart, quien pese a una parálisis parcial en sus dedos continuó siendo un extraordinario guitarrista), con su aire implacable y su puntería casi sobrenatural, se convertiría en un héroe carismático al que la tortura a la que es sometido no le impide llevar a cabo su venganza final, de una forma un tanto improbable, pero que no desentona con el resto del tono de la película.

Django se convertiría en uno de los spaguetti westerns más  recordados, e incluso reaparecería  a modo de homenaje por parte de Quentin Tarantino. A veces exagerado hasta el exceso, vistoso y tan irreal como la puntería del propio Django, o como las manchas de color rojo escarlata que aparecen en las escenas más violentas, es uno de las mejores muestras de ese lejano Oeste que existió, por un momento, en un lugar determinado entre España e Italia.