jueves, 25 de abril de 2019

La sombra del asesino (Los mejores relatos de crimen y misterio aparecidos en Valdemar). Confesiones, habitaciones cerradas, asesinatos en el campo y mucho más.



A los tomos de la editorial Valdemar acabo acudiendo cada vez que se les ocurre sacar un libro de algún autor desconocido de la época de entreguerras, o por antologías orquestadas entorno a un tema concreto. Generalmente brujería, vampirismo, selecciones de lo peor del pulp e incluso momias. Si algo hay que reconocer a su favor es, además de la calidad, la capacidad que tienen para no repetir prácticamente ninguno de los relatos y ofrecer selecciones de lo más variado, incluso tirando de fondo editorial. La tarea, saliéndose del fantástico, es un poco más sencilla, especialmente para aquellos que solemos limitarnos un poco a esa parte de la ficción.



La sombra del asesino es una colección de relatos escogidos entre su catálogo, que como indica su título, se centran en torno al suspense y el misterio, sin que estos estén obligatoriamente ligados al policiaco. La elección, de esta forma, sirve para abarcar más de treinta relatos que tratan lo misterioso de la forma más variada: desde la confesión de un asesinato, pasando por la intriga detectivesca, los clásicos enigmas de la habitación cerrada pero también sus vertientes más cercanas al terror e incluso al humor negro. Los cuentos de cada autor han sido repartidos en distintos bloques, según su consideración de precursores del género o su acercamiento a este, repartiendo el tomo entre instigadores, acusados, letrados y condenados.

La selección, en cierto modo, es parecida a la realizada para las entregas de Felices pesadillas, donde no iría tanto por tema concreto sino que escogen lo más destacado publicado por la editorial, y donde no se cortan a la hora de sacar una colección de 900 páginas admitiendo que se han quedado algunos fuera (aunque con un poco de suerte, podrían tener su sitio en un segundo tomo). Y donde, como es inevitable en determinados casos, acaba apareciendo algún cuento que el lector ha encontrado repetido hasta la saciedad: era de esperar el releer La carta robada de Poe por quinta o sexta vez, pero si se quiere tener en cuenta a uno de los precursores del policiaco moderno, no queda otra que el hacerlo formar parte de sus primeras páginas. El resto es lo bastante variado, atreviéndose también a incluir autores que solo han escrito una o dos piezas de suspense, como para que la selección ofrezca de todo. Y también para todos los gustos: nunca he sido demasiado aficionada al “misterio” como tal, salvando algunas cosas de Leroux, los más clásicos o un par de novelas de los detectives más conocidos (es más, de John Connolly solo llegué a leer Nocturnos por tratarse de cuentos de terror), y en cambio, me ha sido posible reencontrar uno de los cuentos menos sobrenaturales del inspector Grandin de Seabury Quinn (pero también de los más retorcidos), a Gilbert K. Chesterton, de quien fui una lectora fiel, e incluso leer relatos de Melville, Kipling o Joseph Conrad, quienes están invariablemente ligados a sus novelas más conocidas o a la temática de aventuras.

La sombra del asesino es un acierto más como antología. Muy extensa, publicada en su colección de bolsillo y recurriendo en su mayor parte, a textos menos conocidos de autores que hoy son de dominio público, funciona por lo variado, quizá por lo ambicioso de realizar una colección tan amplia, y sobre todo, por poder acercar un género tan concreto a muchos que, sin ser lectores habituales, podrían manifestar interés por este.


jueves, 18 de abril de 2019

Z Nation: Black Summer (2019). Quitándole la z a la serie.


Cuando el pasado año se anunció la cancelación de Z Nation, la noticia vino acompañada poco después por el anuncio de su precuela en Netflix, que a ratos parece especializada en recuperar series canceladas por el resto de televisiones pero que cuentan con una base de seguidores amplia. La historia esta vez giraría entorno al “verano negro”, del que hablaban los protagonistas de Z Nation durante la última temporada, con el inicio de la epidemia y del fin del mundo tal y como lo conocían. También se avisaba que tampoco aparecerían Doc, Murphy, 10k, Addie ni el resto de secundarios que aparecían, desaparecían o resucitaban según necesitaran los guionistas. Pero, al menos, sería una forma de poder continuar con la comedia de zombies por excelencia, ahora que Ash vs Evil Dead se había despedido para siempre.



Si y no. Black Summer sigue los pasos de un grupo de personajes durante las que parecen ser las primeras semanas de una epidemia que tres años después, se convertiría en el entorno postapocalíptico en el que los protagonistas de Z Nation viven y sobreviven. Pero ahora la situación es muy distinta, apenas hay información sobre un virus que, una vez contagiado, convierte a sus víctimas en series agresivos, muy veloces, y a los que únicamente una bala en el cerebro puede detenerlos. El ejército evacúa  diariamente las zonas donde la población civil se aloja, revisando cuidadosamente a aquellos que puedan presentar mordeduras o síntomas de la enfermedad y muchos civiles intentan, como pueden, llegar a las áreas seguras. Una mujer que intenta encontrar a su hija, un hombre que quiere hacer lo correcto en un mundo que se ha desmoronado, una joven coreana, incapaz de comunicarse en inglés y un delincuente común, que asume la personalidad de uno de los soldados, son algunas de esas personas que intentan mantenerse a salvo de los infectados, pero también de otros supervivientes que están dispuestos a hacer lo que sea para conseguir gasolina, víveres o seguir vivos.


De Z Nation se heredó un decorado muy particular, seguramente motivado por la falta de medios de la producción: el apocalipsis vacío. Esta quedaba muy lejos de las hordas de zombies que se tambaleaban en las secuencias de Walking Dead, para ser sustituidos por unos escenarios de descampados, desguaces y vertederos donde aparecían de vez en cuando unos zombies a los que se los veía venir desde muy lejos. El escenario, con Netflix, es muy parecido, aunque los desguaces y todo lo que intentaba aparentar un entorno postapocalíptico es sustituido por una serie de urbanizaciones y carreteras locales de aspecto desolado que, en realidad, quedan muy lejos de lo atestado que podían tener los primeros episodios de Fear the Walking Dead, para recordar más a las calles vacías que se veían en Channel Zero: Dream Door (donde tampoco se gastaban ni un duro en figurantes y la despoblación acabó convirtiéndose en marca de la casa). Pero, si Z Nation desde el principio supo que estaba muy lejos de Walking Dead, Black Summer también lo está de Fear, y en realidad ese aspecto vacío de los exteriores, muy parco, es solo una parte más del estilo que había acabado por establecer la serie original: figurantes escasos, escenarios amplios, y una caracterización de los zombies muy parca, limitándose a untarlos un poco con sangre de color negro y a utilizar a la versión corredora de estos: si se mueven rápido, ¡no tenemos que fijarnos en si están bien maquillados o no!

A su favor también tiene el conservar un ritmo muy rápido, que funciona  muy bien a la hora de mantener tensión en las persecuciones y en las huidas de los protagonistas. Han conseguido una serie de zombies al uso, si lo que se busca es acción y tensión. No es lenta ni va a hacerse aburrida en ningún momento, pero tampoco va a dar tiempo para desarrollar a los personajes y estos, lejos de unos cuantos rasgos característicos, son un poco el superviviente intercambiable estándar: si uno se va, saldrá otro con distintas motivaciones y habilidades. Quedan muy lejos de aquellos, un tanto estrafalarios, de los que al final de cada temporada el público acababa diciendo “si Doc se muere, abandono la serie”.

También queda muy lejos el tono de la Z Nation original. Esto es lo más chocante, ya que si bien esta empezó como la versión Asylum (esto es, eminentemente cutre y con la impresión de estar copiando otro material) de una producción de zombies, se convirtió, ante todo, en una comedia. Donde el apocalipsis parecía una cosa muy poco seria, y que tanto protagonistas como secundarios llevaban muy bien, atreviéndose a bromear y utilizar esa palabra de forma habitual. Donde a menudo los guiones eran conscientes de sus limitaciones, de la falta de medios, y que suplían teniendo muy en cuenta esta situación y sin tomarse nunca demasiado en serio unos guiones que, a veces contaban con un humor muy bien traido, y otras veces parecían haber sido escritos en medio de un colocón. Y que, en algún momento, eran capaces de provocar un disgusto al público matando a algún personaje de la forma más dramática posible, y también inesperada después de un tono tan ligero. Porque en el fondo, era imposible no encontrarle la gracia a aquel grupo de personajes desquiciados.

Black Summer, salvo el anunciarse como precuela de Z Nation, nada tiene que ver con esto: no hay sitio para un tono cómico, y el guión lo evita en todo momento. Tanto, que la serie en realidad recuerda más a 28 días después, a Dawn of the Dead o a Dead Set que a la  que continúa. No es una mala serie, sin embargo: da lo que promete, que es acción, tensión y zombies. Pero en el fondo, no tiene mucho sentido ampararse en el título de la original y ofrecer una producción de zombies genérica, donde no existe ni el más mínimo ápice de comicidad y poca seriedad del material cuyos derechos han adquirido.

jueves, 11 de abril de 2019

Cube (1997). El horror de Rubik



Recuerdo los noventa como una época bastante aburrida y sin buenas películas de terror…Después me acuerdo también que en esos años se estrenaron El ejército de las tinieblas, En la boca del miedo o El proyecto de la bruja de Blair y se me pasa. La idea se debía más bien a vivir en una ciudad pequeña, donde la distribución cinematográfica se limitaba a las comedias románticas y a los thrillers de mayor éxito, y donde el resto de estrenos tenían que esperar a su aparición en unos videoclubs cuyo catálogo también se estaba reduciendo a varias copias repetidas de los blockbusters recién pasados a vhs. Algunas de las que después serían mis películas favoritas las acabé viendo en el sofá de casa, y cuando una de ellas era un estreno que ni siquiera venía de Estados Unidos, la espera, desde que se anunció su salida hasta que pude encontrar una copia en vhs, fue desesperantemente larga.


Se trataba de Cube, una modesta producción canadiense cuyo argumento estaba muy alejado de las sagas slasher que se habían repetido hasta la saciedad, pero también de los argumentos sobrenaturales clásicos: un grupo de desconocidos se despiertan en una cámara, sin ninguna memoria de cómo han aparecido allí, ni por qué. La estancia, una gigantesca sala metálica dotada con seis escotillas, no parece tener más pistas que un código numérico que podría servir para distinguir las habitaciones seguras de aquellas donde se activa una trampa mortal en cuanto es ocupada. El avance de los protagonistas hacia una salida se ve dificultada por la movilidad de cada una de las estancias, que se desplazan periódicamente como si de un macabro cubo de Rubik se tratara, y de las horas que transcurren en un entorno donde la falta de comida, la deshidratación y los peores instintos de cada uno salen a la luz.
El guión, en todo momento, obvia cualquier explicación acerca del entorno y el motivo del encierro para centrarse en el interior del escenario. Los protagonistas, determinados por una serie de características, tales como un policía, una médico, un arquitecto, una matemática, un especialista en fugas y un autista, parecen haber sido elegidos por las habilidades que estos pueden aportar de cara a la superviviencia en el grupo, aunque en algún momento estas acaben volviéndose en su contra y lleven a un enfrentamiento. Lo importante, en este caso, no es descubrir por qué los protagonistas están ahí, quien los ha elegido o quien ha ordenado la construcción, sino el salir de un lugar en el que todos los factores están en contra. Aunque en un momento dado, se hable de la construcción completa, o de una pequeña parte: uno de los personajes, arquitecto, fue contratado para su diseño, aunque, ocupado por un trabajo bien remunerado, nunca llegó a plantearse quien, ni por qué, lo había encargado, y con eso se confirma que no habrá una explicación satisfactoria. La imposibilidad de poder saber por qué sucede todo, o lo que sucederá después, aporta una mayor impresión de vacío y desasosiego. Los protagonistas están ahí por el mismo motivo por el que Gregor Samsa se despertó convertido en un insecto, por el que los vagabundos esperaban a Godot o por el que Drogo vigilaba día tras día, en una fortaleza, el desierto de los tártaros.





Con una trama un tanto abstracta, centrada en el suspense y los conflictos entre personajes, sorprende que las trampas diseñadas opten por lo más sangriento. Sin entrar dentro del gore gratuito, los protagonistas deben evitar duchas de ácido, cuchillas o terminar convertidos en cubitos (lo de los poliedros regulares, en esta película, alcanza cotas de muy mala idea) por cuerdas invisibles. En un escenario, que, en realidad, siempre es el mismo: no hay, a nivel de realización, sino un único decorado completo, representando una estancia, que parece variar mediante los cambios de plano con los que los protagonistas llegan desde otra habitación, y por el cambio de iluminación, creando una serie de cuartos de distintos colores. Entre ellos, rojo, amarillo, azul o una iluminación más neutra. Este juego de luces hace que, en un golpe de humor negro, el misterioso edificio de partes móviles no sea otra cosa que un gigantesco cubo de Rubik.


En un guión basado en lo enigmático, en el diseño de un escenario, y del conflicto entre personajes, era inevitable que acabara cayendo en el giro final correspondiente: no tiene mucho sentido juntar a un grupo con una serie de habilidades determinadas, más uno incapaz de comunicarse si no es porque, sorpresa, este resulta ser el genio matemático que todos necesitaban. Revelación que llega, por desgracia para los protagonistas, demasiado tarde, y que al espectador le puede producir la impresión de tratarse de un truco bastante simple para finalizar un guión que, si bien funciona en su mayoría, el poder llegar a un desenlace satisfactorio resultaba complicado.

Los meses que transcurrieron desde la primera noticia de Cube (como para echar de menos la época anterior a internet) hasta que pude encontrar en un estante, entre una docena de copias de La amenaza fantasma, mereció la pena. En cambio, el poco tiempo que necesité para poder ver las dos secuelas que se estrenarían años después, donde intentaban a ratos, diseñar una nueva idea acerca del misterioso cubo, y a ratos, intentar dotar de una explicación a la historia a través de una secuela, no lo fue tanto.




jueves, 4 de abril de 2019

Carlos Sisi: Nigromante. Cuando los zombies te pisan el sembrado.


Hacía bastante tiempo que no encontraba, o más bien, no me acercaba a una novela con temática zombies. También es cierto que la presencia de estas se ha ido reduciendo en las novedades editoriales y que es un poco difícil seguir ofreciendo argumentos en los que muchos escritores se limitan a una formula muy escueta de “epidemia-ciudad-supervivientes”. Pero no tienen por qué desaparecer, sino adaptarse, convertirse en una presencia tangencial e incluso regresar a sus orígenes, como sería el del aparecido o resucitado. Algo que Carlos Sisi, después de una saga literaria bastante amplia de zombies, y una carrera posterior más variada, ha decidido utilizar.

El nigromante del título apenas tiene presencia si no es como una amenaza en la pequeña aldea de Entrerríos. La tierra ha empezado a morir, las cosechas escasean y el cadáver de uno de sus habitantes ha sido visto deambular por las inmediaciones de las casas. Miles Steur, el jefe, sabe que los cuchillos y las herramientas del campo poco pueden hacer contra una magia que desconocen y que proviene de una época antigua donde esta, llegó a alcanzar prodigios imposibles. Poco se conserva de entonces, si no es en boca de uno de los escasos herederos de ese conocimiento, y a quien acuden buscando una solución para salvar su hogar. Las posibilidades de lograrlo parecen muy escasas: el causante de los males es un nigromante, un hechicero capaz de resucitar a todo tipo de criaturas muertas y usarlas para su provecho. Con los no muertos avanzando hacia la aldea, un pequeño grupo de hombres decide adentrarse en las montañas e intentar detenerlo.
La historia, a grandes rasgos, se caracteriza por un argumento que, a día de hoy, no podía considerarse más simple: un hechicero, en un entorno hostil o de difícil acceso, al que los protagonistas deben encontrar, bien para solicitar su ayuda, bien para detenerlo. En este caso, sería el último, pero el desarrollo sería muy similar independientemente de las opciones narrativas: la novela es en realidad sobre el viaje de los protagonistas, siendo la situación, su entorno o incluso el villano, aspectos secundarios. En este sentido, una vez la trama principal se pone en marcha, recuerda muchísimo a El Hobbit, siendo incluso la composición del grupo protagonista muy similar: el reparto es bastante coral, teniendo más peso el personaje del jefe del aldea, aunque su presencia no llega a destacar demasiado entre el resto si no es como líder de la expedición, y siendo el resto un grupo con un par de rasgos característicos: la esposa del jefe, también como líder y aportando sentido común y prudencia, el más joven,  fascinado por la magia, el más gordo y con mejor humor, el más anciano o el viajero de profesión. Es imposible que, hacia la segunda mitad del libro estos no recuerden a cierto grupo de enanos que se dirigían a una montaña…¿Poco innovador? Puede ¿Copia? De ningún modo: estos tienen su propio mundo y su propia historia que contar, y si esta recuerda a otras previas, es por el bagaje del lector o por las influencias del escritor.

Aunque el peso de la trama recaiga sobre el viaje de los protagonistas, destaca el trabajo que se ha hecho sobre el entorno y escenario de estos. Un trabajo que podría resumirse en no detallar nada, y que funciona por eso: se habla de una aldea, de un bosque y de montañas, podría ser cualquier escenario en la literatura fantástica, pero que en realidad, es el que los protagonistas conocen, del único que se habla durante muchas páginas y que acaba convirtiéndose en el único mundo que se da a conocer al lector. El trabajo que se hace no en describir un mundo, sino en reducirlo al punto de vista que tienen los protagonistas, supone una caracterización muy interesante para estos como grupo, y que provoca un contraste bienvenido cuando uno de los secundarios introduce en su narración la existencia de otras aldeas, ciudades, o que existan idiomas distintos, recibido todo ello con asombro por parte de los personajes principales. Y que, si bien el escenario donde transcurre todo se mantiene tan reducido, y quizá genérico, sí que se le dota en conjunto de una característica propia: la historia, en principio, habla de magia, pero en las referencias a la historia del mundo en que transcurre, donde los personajes hablan de los antiguos, sus conocimientos perdidos, o las estructuras y accidentes geográficos que se conservan de esa época, es fácil que el lector reconozca un trasfondo más cercano a la ciencia ficción, o que lo vea venir desde la tercera página.

Para tratarse de una novela sobre un viaje, el mayor problema con el que cuenta Nigromante es el ritmo. El comienzo es bastante lento, es difícil tomarle el pulso a los primeros capítulos donde los personajes se dedican a reunirse, discutir e ir de un lado a otro, y necesita su tiempo, quizá más del que le correspondería, hasta que esta comience avanzar y pueda decirse que mejora, o que engancha. Podría haber uno más, no relacionado con el estilo ni la narración, sino con la decisión que el autor ha tomado para caracterizar a sus personajes: algunas criticas acentúan de forma negativa la presencia eminentemente masculina y el vocabulario que estos emplean. Personalmente, el que una aldea aislada en un mundo muy distinto, sus habitantes utilicen a menudo expresiones como “hembra” o “quejarse como una mujer” me parece, únicamente, un buen trabajo de caracterización en el que se hace evidente el pequeño mundo en que estos viven, que se va ampliado, transformado por la presencia de la amenaza que deben vencer, y de una forma de pensar que, precisamente, si se hace tan evidente durante muchos diálogos, no es sino para hacer evolucionar a los protagonistas hacia una actitud muy distinta.