jueves, 28 de marzo de 2019

Sergio S. Moran. El dios asesinado en el servicio de caballeros. Qué difícil es ser dios


Es un poco difícil entrar a una serie de novelas una vez empezadas. Bueno, al menos lo es tratándose de una saga con continuidad y creo que a nadie se le ocurriría empezar Canción de hielo y fuego desde Tormenta de Espadas. Pero sí es algo más sencillo cuando, más que una historia, lo que existe en común en cada tomo es un personaje, o el mundo en que se desarrolla. Con estas últimas, además de aportar cierta independencia entre libros, es posible encontrar un punto en el que el argumento, los protagonistas o el estilo se han pulido mucho más que en los primeros tomos.


Este ha sido también el caso de la detective Parabellum, la detective a la que conocí por su segundo libro, Los muertos no pagan IVA (hay que reconocer que, aunque solo sea por deformación profesional, el título prometía) y cuya presentación es El dios asesinado en el servicio de caballeros. Con nombres así, no es difícil suponer que su trabajo es el de investigadora de casos paranormales, pero que, como toda autónoma, un trimestre de IVA le produce más inquietud que cualquier licántropo. Un trabajo más anodino de lo que nadie podría esperar y cuya mayor dificultad, a menudo, es el mantener la naturaleza de su negocio a escondidas de su pareja. O lo era, hasta que, sin recordar como, descubre el cadáver de un dios griego se encuentra en el maletero de su coche, y que, en un mundo donde los panteones mitológicos son tan reales como los hombres lobo, los centauros, las medusas y las valkiryas, es posible que muy pronto estalle una guerra entre facciones mitológicas.

De Verónica Guerra, alias Parabellum, puede decirse a su favor que se trata de una detective muy cercana, pese a su profesión. A menudo los autores de fantasía urbana intentan crear protagonistas con los pies en la tierra, como contrapunto a su entorno, pero acaban cayendo en el cliché de los secretos ocultos y convertir a sus personajes en series únicos, con destinos y misiones que estos desconocían. La detective de Sergio S. Moran, de momento, evita esta situación con éxito, siendo más o menos una persona normal y corriente que cuenta con una familia, amigos y pareja normales, tirando a anodinos y donde solo su trabajo resulta extraordinario. Recopilar información sobre un caso, pagar a tiempo su seguro de autónomos o intentar hacer creer a su pareja que un coche destrozado ha sido cosa de un accidente en carretera y no por la embestida de un minotauro (esto último es bastante sencillo, porque el chico tiene la capacidad de atención de una polilla) son una parte de su vida tan importante como el tener las balas de plata necesarias en su arma. Verónica no es especialmente deslumbrante, ni ágil o fuerte, pero tiene la constancia y la intuición necesaria para alguien que quiera dedicarse a su trabajo. Y mucha sorna a la hora de describir su entorno, despojando a las criaturas sobrenaturales de cualquier halo de misterio o amenaza excesiva que pudieran tener.
Si el segundo libro puede ser bastante como para dar a conocer a un lector nuevo el personaje, y seguramente, para convencerlo a seguir con las aventuras de Parabellum, el primero sí adolece de algunos defectos típicos de una primera novela larga, y sobre todo, del exceso de clichés típicos de la fantasía urbana. El estilo en primera persona no sería uno, ya que precisamente la voz de la protagonista y sus apreciaciones son lo que le aportan tono y carácter a la historia, pero sí da la sensación inicial de querer transitar por caminos muy trillados. No falta un detective paranormal sin un bar habitual, y en este caso, el Rainbow´s Arse es el pub irlandés donde se reúnen todas las criaturas sobrenaturales de Barcelona. Medusas, centauros o minotauros ocultos por hechizos que los hacen pasar por humanos en cualquier entorno, y que quizá por eso, recuerda demasiado al local, un tanto trillado, donde se reunían los secundarios y habituales de la serie Lost Girl. No es un entorno que se extrañe en demasía en comparación con el bar Raimundita que la protagonista frecuentó en su segunda aventura, donde un local de barrio en el que la santa compaña y una xana se pueden tomar un café y un pincho de tortilla resulta mucho más cercano y más propio de los casos que seguirá investigando Parabellum. En cambio, resulta más convincente la trama que desarrolla posteriormente, relacionada con la mitología, la condición temporal de los dioses, y sobre todo, una vinculación bastante ingeniosa con los futbolistas y personajes televisivos que, como reflexiona Verónica, reciben una veneración que no tendría nada que envidiar a cualquier habitante del Olimpo.

El dios asesinado en el servicio de caballeros es en principio la primera de las aventuras de una detective de lo sobrenatural. Una novela con más aciertos que fallos, y a la que, si se ha conocido el personaje con posterioridad, es posible leer a modo de precuela y con la misma cantidad de diversión que sus aventuras siguientes.

jueves, 21 de marzo de 2019

Jon Padgett: El secreto de la ventriloquia. El miedo existencial en veinte sencillos pasos


Thomas Ligotti se ha tomado demasiado en serio su fama de recluso. Hace más de dos años que una búsqueda de resultados ofrece más artículos sobre él que noticias sobre su próximo, no libro, sino al menos, relato. Pero a efectos prácticos se ha ganado el puesto de autor referente y con su propia escuela de seguidores. Probablemente True Detective no habría sido lo mismo sin la sombra del autor de Detroit pululando por las esquinas.


Jon Padgett es uno de ellos. En concreto, editor de una revista dedicada a la obra del primero y además, ventrílocuo profesional. Que aunque en España  la actividad nos haga pensar en cosas tan anticlimáticas como Doña Rogelia y las galas de Noche de fiesta, esta siempre se ha percibido como algo anacrónico, de cabaret en vías de extinción, y ciertamente inquietante. Además de muy vinculado a la obsesión de Ligotti con los maniquíes y lo inanimado. Aunque, pensándolo bien, también hay algo estremecedor en aquellos interminables números de cómicos presentados por Jose Luis Moreno, pero ¡Por otros motivos!


La ventriloquia es lo que da título a la primera antología de Padgett. A partir de una afición un tanto extraña desarrolla un grupo de relatos  que, salvo por la existencia de un nexo común que anuncian en la contraportada, es difícil encontrarlo si no es avanzando entre las páginas: la ciudad de Dunnstown, El Pantano Cubierto, Kroth el estudioso y el accidente de avión sucedido hace algunos años son el transfondo de una serie de historias independientes donde las ciudades se transforman en algo irreal, los sueños en una realidad paralela de la que es difícil salir, o discernir cual es la que corresponde, y la ventriloquía, en una extraña nigromancia donde el desarrollo de la voz necesaria para animar un muñeco sirve como una herramienta para alterar el entorno. Una mezcla tan variada, y sin intención de coherencia, que se completa con textos, más que relatos, escritos como guías de meditación inspiradas directamente en Eckhart Tolle, cuyo estilo, monótono y casi hipnótico hace que un simple ejercicio de respiración se convierta en una parodia macabra.
El prólogo, donde se presenta brevemente al autor, insiste curiosamente en la ventriloquía pero no como curiosidad, sino su relación con el encontrar una voz, la propia de cada autor y que los hace únicos. Sea voz o tono, aunque también podría considerarse la falta de definición de esta como uno de los problemas de Padgett: su labor como seguidor de Ligotti todavía es muy evidente, y algunos de los relatos parecen demasiado miméticos con los de este. Apreciables, fascinantes para todos aquellos que puedan tener un interés morboso en la descripción de un paisaje extraño, pero que acaba produciendo la impresión de haber leído una imitación bien llevada, casi un fan fiction de un relato existente, y no algo propio. No es demasiado grave teniendo en cuenta que es su primera antología, y que incluso Ramsey Campbell empezó describiendo el valle del Severn e inventando sus propios primigenios antes de lanzarse a escribir por su cuenta.


Breve, quizá demasiado incluso para ser una antología, El secreto de la ventriloquía es un ejercicio interesante. Uno primerizo, pero prometedor y donde es necesaria cierta indulgencia a la hora de comenzar sus primeros relatos. Pero suficiente como para esperar con curiosidad su novela corta, todavía inédita en castellano, y con un título tan prometedor como The Broker of Nightmares.


jueves, 7 de marzo de 2019

Están vivos (1988). El hombre con gafas de rayos X en los ojos



A John Carpenter le debemos algunas d elas mejroes películas de loso ochenta. Y de las mas variadas. Desde el cine de acción, hasta el cuento de fantasmas, pasando por el horror cósmico. Pero incluso en una filmografía marcada por los presupuestos y la limitación de la serie B, hay algunas producciones que se consideran menores. Algo relativ, porque Golpe en la pequeña China es una de las comedias de acción más divertidas y…bueno, en este blog, lo que hay es auténtica devoción por Carpenter.



Están vivos sería uno de los estrenos menos considerados en comparación al resto. Una ciudad cualquiera, de Estados Unidos, en un futuro cercano donde el país vive sumido en una recesión económica. Uno de los desafortunados, en durante una búsqueda de trabajo poco exitosa, encuentra algo muy distinto: un simple par de gafas, que le permiten ver una realidad amuy perturbadora: carteles publicitarios que ocultan mensajes como “obedece”, “compra” o “no pienses” y que bajo la máscara de ciudadanos normales se esconden unas criaturas con aspecto de esqueletos descarnados. Pese a temer estar volviéndose loco, este descubre que no es el único, y un grupo de gente corriente también conoce lo que el resto no puede ver. Y, aunque las posibilidades de éxito sean escasas, intentan desvelarlo al mundo.


l guión es una mezcla muy particular de ciencia ficción de los cincuenta, distopía de acción y mensaje social muy evidente. Las referencias a El hombre con rayos X en los ojos o La invasión de los ultracuerpos están muy presentes y reconocibles en esa trama acerca de la posibilidad de ver otra realidad y de criaturas infiltradas en la sociedad. Estas últimas aparecen caracterizadas de una forma, en apariencia, muy poco coherente con una trama de ciencia ficción: unos esqueletos azules de ojos saltones, que a ratos recuerdan a las ilustraciones de Marte ataca, y a ratos, a un cadáver, aunque en realidad, la intención parecía ser resaltar lo extraño y lo ajeno a la normalidad.

Estos no salen demasiado a menudo, salvo para golpes de efecto, y los escenarios poco se diferencian de una ciudad cualquiera en los ochenta. Unos exteriores urbanos, y unos decorados simulando sótanos y pasillos no es precisamente la distopía más vistosa de la historia, pero funciona en una época en la que la recesión económica aún estaba muy reciente.
Esta no se esconde en una película que hace gala de una crítica social que resulta un poco chocante en una producción de entretenimiento…y que por la forma de tratarla, muy directa, recuerda a la que podía verse en la trilogía de los muertos vivientes de Romero. Sin parecer una protesta, va a lo que le interesa de forma simple, sin complicarse con sutilezas.


Quizá Están vivos sea una producción menor de Carpenter. Es difícil no ver al actor protagonista, Roddy Piper, y pensar que quien debería estar ahí es Kurt Russell. También puede hacerse cuesta arriba el encontrar una crítica social muy sencilla, en una película tan de serie B. Después, tras unos cuantos minutos de ciencia ficción paranoica y el ritmo ágil propio de su director, hace que esta se disfrute igual. E incluso treinta años después, con la enésima crisis económica a espaldas del público y con la sospecha acerca de todo y de todos, no es una mala idea volver a encontrarse con este guión.