jueves, 13 de diciembre de 2018

Lecturas de la semana. Breve y variado

 
 
En este momento estoy entre libros. Bueno, técnicamente lo estoy siempre, sea entre formato digital o kilos de papel (esto último no se como lo hago. Me trasladé hace un año y tengo un par de baldas llenas), pero también con un tomo de 700 páginas que no es precisamente una de las lecturas más rápidas que he encontrado. Y, aunque no suela simultanear libros, la longitud de este ha hecho que entre medias, me pusiera con cosas más breves que, como mucho, me acababan durando una tarde. También es cierto que hacía tiempo que no disfrutaba de leer por leer, sin la obligación de terminar un libro para empezar el siguientes.
 
 
J. K. Rowling. Harry Potter y el legado maldito. Lo mío con la saga del niño mago podría resumirse en Hogwarts leído por un no fan. Terminada la serie, sin ser seguidora de la saga, sino porque me pareció entretenida, se leía rápido y me había interesado lo suficiente como para querer saber que pasaba con la historia, quedaba pendiente algo así como el epílogo: la obra de teatro donde Harry Potter volvía a aparecer, veinte años después, ya casado, padre, y con algo parecido a la crisis de los cuarenta. El argumento, en principio, parecía bastante alejado del de la saga principal y sonaba más a drama, con el hijo del mago más famoso acudiendo a Slytherin, la casa con mala fama por excelencia, y conviviendo con el miedo a no ser tan bueno como su padre.
En realidad la descripción de la contraportada engaña un poco, porque la trama sí que está muy ligada a los hechos de la primera serie, siendo el villano, o sus herederos, una presencia constante, aunque la idea parece ser más bien el darle un enfoque más adulto, centrándose en la vida después de la fama, la culpa de los padres, o sus éxitos, en algunos casos, que pesan sobre los hijos…aunque el resultado acaba produciendo una sensación rara: por un lado, resulta difícil leer al personaje al que los lectores vieron crecer convertido en un adulto y pronunciando frases que parecen no corresponderle, como si se hubiera perdido algo por el camino y que los autores no saben explicar. No ayuda, en este caso, que el texto se hubiera escrito directamente como obra de teatro, dependiendo únicamente de los diálogos y de la caracterización que los actores den a su personaje, perdiéndose un poco de profundidad. Y por supuesto, un argumento que en el fondo, no termina de aportar nada: parece más bien una vuelta a los protagonistas, continuando el epílogo que cerraba Las reliquias de la muerte, metidos en una situación que no llega a parecer un desenlace, ni una continuación, sino un fanfic utilizando los elementos del mundo que los lectores conocen muy bien.
 
 
Rachel Gray. Conociendo a Cthulhu. Ahora sí que hablamos de lecturas por ser fan…y es que no puede pasar mucho tiempo sin que acabe cogiendo algún libro donde salgan homenajes a Lovecraft, a los Mitos de Cthulhu o algún que otro pulpo en la portada.
En este caso, el libro pretende, con bastante humor, ser una guía sobre las criaturas creadas por H. P. L. y aportar una descripción rápida sobre los relatos del autor (todos. Porque, en el fondo, y aunque nos pese, el hombre escribió cuatro cosas). En la practica, es un retelling de sus cuentos. O lo que es lo mismo, resumir lo que sucede en ellos, narrado de nuevo con bastante humor, además de ofrecer una descripción del mismo estilo del resto de monstruos y ciudades.
No puede decirse que aporte nada como lectura. Se limita a contar, con un humor bastante friki, lo que los lectores veteranos ya sabían, aunque seguramente a los que acaben de descubrir a H. P. L. les haga mucha más gracia. Al resto, al menos, disfrutamos de las ilustraciones y de un momento nostálgico.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Malos tiempos en el Royale (2018). Todo el mundo esconde algo


Una de las cosas que más echo de menos con el cine es ver trailers. A veces es lo más divertido de entrar a ver una película, y antes de las campañas masivas donde todos habíamos visto ya el avance de los Vengadores o la  nueva de Star Wars, era un acontecimiento y al público le iba poniendo los dientes largos. Hoy quedan muy poquitos y lo normal es que antes de la película acabe viendo anuncios sobre varios negocios locales en el Vallés o como mucho, algún avance. Pero, pese a todo, un tráiler funciona. Como puede funcionar un poster sugerente o el boca a boca. Y el que me haya enrollado como una persiana contando que añoro los tiempos de la musiquita de Movierecords y los anuncios acartonados viene a decir que Malos tiempos en el Royale es una película que acabé conociendo, ni más ni menos, por un anuncio en el cine.
 
El Royale es un hotel que ha vivido mejores épocas. Situado en la frontera entre California y Nevada, capital del juego, perdió su licencia de casino y con ella, su atractivo, quedando convertido en un apeadero donde los viajeros van cuando no quieren ser encontrados. Es allí donde se encuentran cuatro personajes: una joven que se niega a hablar de su profesión, un sacerdote anciano, una hippie malencarada y un vendedor de aspiradoras deslenguado. Pero en la época de Nixon, del espionaje y de los veteranos destrozados por Vietnam, nada es lo que parece. Ni siquiera en un hotel, en un lugar perdido de la frontera, donde incluso el recepcionista puede ser alguien diferente a quien asegura.
 
 


El anuncio, en un primer momento, recuerda al cine de Tarantino. O al menos, lo hace un primer montaje donde se anuncia una colección de personajes improbables y escenas de violencia inesperadas. Lo cierto es que se nota cierta influencia en la forma de narrar, donde no se escatiman el poner en situación la historia mediante diálogos y recurrir a saltos temporales de forma inesperada. En realidad la película se separa en muy poco tiempo de la idea de Tarantino y este se queda no en una imitación, sino en algo que ha influido a la hora de rodar. Y que, seguramente, se ha utilizado bastante a la hora de promocionar una película casi desconocida.
La historia encuentra enseguida su propio tono, o más bien, lo hacen las cuatro tramas que coinciden en esa misma noche, y que cada una produce un efecto un tanto extraño: en una sola película, aunque bastante larga, acaban coincidiendo tramas de espionaje, de golpes que salen mal, de asesinatos en serie y de las consecuencias de la guerra. Cada una, con un género distinto, convirtiéndose en una mezcla de comedia negra, suspense e incluso, con sitio para el terror. El resultado en un principio sorprende, pero después, no tanto, al notar que quien está detrás del guión es el mismo que Cabin in the Woods, donde fue capaz de resumir las películas de terror de los últimos cincuenta años en una sola. Y que aquí, en cierto modo, también acaba siendo capaz de reunir los giros de varios géneros en un solo largometraje y que la jugada salga más o menos bien.
 
 
La mezcla de situaciones funciona también gracias a la construcción de los personajes. Una vez eliminado aquel que solo sirve para poner en marcha la trama común, estos, dentro del tiempo que disponen para presentarse, funcionan. O especialmente, los hacen los dos primeros, un supuesto sacerdote y una mujer que, en realidad, no esconde otra cosa que la profesión de cantante fracasada y una profunda desconfianza hacia su alrededor. Unos protagonistas que no podían ser más opuestos, caracterizados como un culpable redimido por el tiempo, y alguien a quien podría considerársele el más inocente de la historia. El resto, ha llegado ahí como víctima de las consecuencias o como antagonista.
 
Los abdominales de Chris Hemsworth también son un personaje relevante
 
Si bien la historia en conjunto resulta siempre un poco improbable, con un grupo de personajes que arrastra una historia extraña, coincidiendo en el mismo lugar, al mismo tiempo, y que todo explote en un momento dado, la atmósfera hace que si resulte creíble. El hotel se convierte en un entorno irreal, en medio de la nada, donde solo aparecen los  cinco personajes principales y donde cualquier atisbo de normalidad, bien mediante figurantes, o bien mediante otros escenarios, brilla por su ausencia. Este, decorado en tonos pardos, se presenta como un lugar un tanto chabacano, hortera, y en cierto modo, siniestro. Casi atemporal, porque si bien es posible hacerse una idea de la época en la que transcurre la historia, nunca dan fechas directas sino indicios: las imágenes de Nixon, la moda, las referencias a la guerra y una bastante ingeniosa a los asesinatos de Manson se limitan a dar una idea, sin que en ningún momento den fechas concretas o le pongan fácil a los espectadores más jóvenes saber cuando está pasando.
Malos tiempos en el Royale resulta una películas inesperada. Como lo fue Cabin in The Woods en su momento: apareció en los cines sin avisar, con caras conocidas en su cartel pero sin un nombre famoso que pudiera avalar la dirección o el guión de una historia que no sería para todos los gustos.